Un buen día José Manuel concluyó que ya había
recibido suficientes palos de la vida. ¿Qué más jodiendas podía esperar de Dios
Nuestro Señor? Tres divorcios y tres negocios a la ruina metían en el alcohol a
cualquiera.
Mientras le daba al trinque construyó su gran plan.
Sería un pelotazo. El pelotazo definitivo. Luego, a vivir como un puto rajá.
Setenta y cinco millones de euros. Ese era el bote
de la primitiva que se sorteaba aquel sábado.
José Manuel invirtió tres mil euros, casi todos sus
ahorros, en el sorteo. Unas cuantas apuestas múltiples y combinaciones sueltas
con sus números de la suerte. Lo tenía todo estudiado. Aunque no se llevase el
bote, era casi imposible que no recuperase la inversión y, a poco que le sonriera
la suerte, ganase dinero. A José Manuel se le daba muy bien la estadística.
Esperó ansioso el sorteo. No bebió aquel día, ni
siquiera cuando empezaron a salir las bolas por la pantalla de la televisión.
Dos minutos después tenía el resultado. No le tocó
nada. Bueno, sí, dos de tres y algún reintegro. No más de treinta euros. ¿Qué
probabilidades había de eso?
Estaba arruinado. Triste y arruinado. Dios Nuestro
Señor había reservado para él una última jugarreta. Salvo milagro, moriría
pobre.
Se levantó y abrió el mueblecito del comedor. Había
buenas botellas allí. Escogió una y se sirvió algo. Era un buen momento para
beber. ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando tu plan de vida se va al garete?