Me dijo el
otro día Rita, una buena amiga:
—Hace
tiempo que no escribes nada en el blog.
Era cierto.
La buena vida afecta a esto de escribir. Uno encuentra fácilmente la
inspiración cuando está de mierda hasta el cuello. Supongo que la musa nos
entra por el culo cuando en la cabeza hay depresión, ganas de matar o de
lanzarse de un puente abajo. Pero yo estaba bien: dinero, amigos, una chica que
me hacía caso... y ante ese panorama válgame dios si era capaz de teclear tres
frases con sentido. ¿Es eso triste? Sinceramente, nunca lo he pensado.
—Dame algo
que escribir —le contesté.
—Yo te doy
lo que quieras.
Rita me
tenía ganas desde hacía tiempo. Yo también a ella, pero mi pene tenía dueña y
debía permanecer tras los calzoncillos en presencia de Rita. Aún así tonteábamos
que daba gusto.
—En todo
caso te daré yo a ti —le dije.
—Pues
entonces dame.
—Venga.
Vamos.
—¿En serio?
—preguntó, en broma.
—No es broma
—le dije, en serio.
Estábamos en
el jardín de detrás de mi edificio. Rita me acompañaba de vez en cuando a
pasear a Cow, mi Jack Jussell terrier de cuatro años más listo que el hambre.
Una vez se cagó en la habitación y como sabía que me iba a cabrear al verlo le
puso a la mierda por encima una camiseta mía vieja, de las que dejo tiradas uno
o dos días por la habitación hasta saber qué tratamiento asignarle. Dormí toda
la noche sin descubrir el olor, y cuando lo hice la mañana siguiente, ni
siquiera le recriminé nada a Cow. No se lo merecía.
—Me estás
asustando —dijo con esa sonrisa morbosa suya, después de recibir un empujoncito
mío en la espalda que la encaminaba hacia mi portal.
—¿No
querías?
—No creo que
te atrevas.
—Puede que
no —concluí, sin mirarla.
Abrí mi
portal. Rita subió delante, con seguridad, harta ya de estar en mi piso aunque sin
el pretexto de follar. Desde dos peldaños más abajo, su culo me quedaba a buena
altura. Le sobraban dos kilos de trasero pero por fuerza tenía que saber
moverlo. El movimiento de culo trasciende del cuerpo; es decir, no es necesario
ver como una tía lo mueve para saber que lo mueve bien. Es algo que se respira,
que está en el aire. Como si sabe chuparla o esas cosas, perdonadme la vulgaridad.
El caso es que Rita desprendía todo eso; no sé si me entendéis.
—¿Estás
nerviosa? —le pregunté, tras girar la llave de la cerradura de seguridad.
—Para nada.
¿Tú?
—Bueno...
—¿Tú estás
seguro?
—Pocas veces
estoy seguro de algo —la miré con un pie dentro ya—. Esta vez no es una
excepción.
—Entonces si
quieres...
—Mejor
calla.
No la dejé
terminar. Le cogí una muñeca y de un latigazo la arrastré al interior del piso.
—Huy
—susurró.
Cerré la
puerta de una coz. Del latigazo, Rita había quedado encajada entre la pared del
pasillo y yo. Con mi otra mano, cogí la otra suya libre y le hice una equis con
sus brazos en la espalda, forzándole el pecho contra la pared.
—Madre mía
—dijo.
—¿Te hice
daño?
—Qué va. ¿Y
ahora?
—Tú qué
crees.
Relajó su
cabeza, que se apoyaba por la mejilla contra la pared. Liberé una de mis manos,
utilizando la otra para sujetar sus dos muñecas a la vez. Tuve que hacer
fuerza. La tía quería liberarse.
—No quieres
que me mueva —dijo.
—No.
—Vale —se
mordió los labios.
Le bajé los
leggins hasta las rodillas. Trabajo fácil. Tenía sus bragas en mi mano y jugué
un poco ahí abajo. Rita no podía evitar mover sus piernas y cuando lo hacía, le
apretaba el culo para intentar detenerla.
—Qué cabrón
—dijo una de las veces.
Terminé de
desnudarla de cintura para abajo, e hice lo mismo conmigo. No esperaba tal
erección: estaba nervioso de cojones, pero la cosa se me había activado
espléndidamente.
—Caray —dijo
Rita, al notarla en su trasero.
La abrí un
poco de piernas, sólo un poco: el juego que me daban los leggins y las bragas
por la rodilla. Usé mi mano para hacerme hueco y entrar. Fue más fácil de lo
esperado. Había humedad allí abajo. A partir de ahí ya sabéis. Puedo parecer un
puto cerdo pero no quiero entrar en detalles escabrosos. Diré que poco a poco
le fui dando libertad de movimientos, que efectivamente el culo sabía moverlo
de puta madre, que hacía otras cosas aún más de putísima madre, que estuvimos
un rato más reventando la pared, que de los golpes se cayó un cuadro que había
colgado al lado y ni lo recogimos, que seguimos por el resto del pasillo, que
llegamos a la habitación, que tropecé y me caí, que nunca así sonó el cabecero
de mi cama, que Rita grita pero se muerde para no gritar más, que araña, que
quería mandar pero yo no le dejé y a ella le ponía que no le dejara, que duró
cosa de media hora, que sudamos como auténticos cochinos y que al terminar
pasaron como cinco minutos hasta que recuperásemos un ritmo normal de
pulsaciones como para quitarme de dentro de ella, ir al baño, sacarme el
condón, limpiarme un poco, regresar a la cama, mirar al techo, fumarnos un
cigarro a medias, mirarnos y decir:
—La hostia.
—La hostia.
Fue la última
vez que vi a Rita. Hasta hoy. A la tía le salió un curro de un día para otro
fuera del país y como no andaba como para despreciar trabajos, hizo la maleta y
se fue sin ni siquiera echar otro de despedida.
Nos seguimos
mensajeando, eso por supuesto, y me dejó como recuerdo el polvo de mi vida, que
dios sabe si se volverá a repetir o no.
Pero también
me devolvió la musa para escribir; fácilmente entenderéis por qué. Si una cosa
soy es transparente como el agua, y recordaréis que os dije que mi pene tenía
dueña "oficial". Y la tía es lista como el hambre, casi tanto como
Cow, y rápido empezó a olerse que algo malo había hecho. Empezó hace días el
interrogatorio, y yo le doy largas y le digo que no me dé la brasa, pero es
cuestión de tiempo que mi conciencia explote y salga todo a la luz, y entonces
me montará un buen escándalo, me dirá que soy un hijo de puta, me mandará a la
mierda y me dejará más sólo que la una; y esto es algo que no sé si sé manejar.
Sé que esto sucederá porque la musa ha entrado en mí. Ha entrado porque sabe
que se avecinan tiempos jodidos, y como adelanto me ha inspirado para escribir
este relato que aquí os dejo.