Después de años
de viaje al centro de la Vía Láctea, era lógico que Tim y Norah terminaran
enamorándose.
Hacía mucho que
habían perdido el contacto con La Tierra y las señales emitidas no tenían
retorno. Pero tampoco había vuelta atrás. Sabían que su billete era sólo de ida
y que su misión era enviar datos, fotografías y descripciones detalladas de
todo cuanto sucedía alrededor. Su odisea mortal era todo un hito para la
humanidad.
Ahora estaban en
el interior de Sagitario A y, aunque de lejos parecía una fatal fuente de luz y
radiación, a distancias menores el espacio vacío se hacía grande y la nave surcaba
la nada sin problemas aparentes.
Pero una nueva
fuente de luz aparecía al otro lado de los cristales, y ésta sí parecía intensa
y violenta a medida que se acercaban. Las sospechas de los astrónomos se
confirmaban: un agujero negro supermasivo giraba en el centro de la Vía Láctea.
Tim y Norah
tenían dos opciones: o desviarse y vagar por el vacío hasta agotar las reservas
de alimento y tomarse luego la pastilla de muerte rápida, o mantener el rumbo y
ser los primeros seres humanos y, ¿quién sabía si la primera forma de vida
inteligente?, en ser engullidos por un agujero negro.
Los dos lo tenían
claro y se adentraron todavía más en Sagitario A.
Meses después el
brillo tras el cristal era cegador y comenzaron a notar los efectos de la
gravedad que se aproximaba al infinito. Mareos, sacudidas y una sensación de
velocidad en permanente aumento a pesar del potente sistema compensatorio de la
nave.
Su velocidad de
caída en espiral se acercó a la de la luz e imaginaron sus cuerpos comprimidos
a ojos de un observador externo.
—Creerán que
nuestro tiempo se ha congelado —dijo Norah.
—Se habrá
congelado del todo en el horizonte de sucesos —puntualizó Tim.
Pudieron ver
colosales chorros de gas y materia desapareciendo en sus narices. Un
espectáculo indescriptible.
—Es el final
—dijo Norah.
Las sacudidas
eran muy fuertes. Rondaban el horizonte de sucesos y, después, nadie, nadie,
nadie, sabía qué les sucedería además de morir.
—Desnúdate —dijo
Tim.
—¿Seguro que
quieres que sea así? —preguntó Norah.
—Segurísimo. Ya
que el tiempo se congela, que lo haga con una imagen memorable.
Se despojaron los
dos de sus ligeros trajes. Luego, sin demasiado protocolo, Tim empotró a Norah
contra el panel de mandos y, agarrándola por el cuello y obligándola a mirar
los fuegos artificiales del otro lado del cristal, inmortalizó para un
observador externo el momento de su contacto con el horizonte de sucesos,
metiéndosela por detrás lo mejor que pudo. El auténtico agujero negro.