30 ene 2012

El misterioso caso del pedo bajo la sábana (2 de 3)

SEGUNDA PARTE

[...]
–Sí, señor.
–Caballeros, señoras. Me veo obligado a hacerles más preguntas. ¿Habían cenado todos juntos aquella noche?
–Sí –dijeron.
–¿Y qué habían cenado? Sra. Jíbara.
–Judías. Las adoro.
–Judías… –el detective hizo una pausa y se rascó la sien, pensando algo– pedos frecuentes, olor intenso y breve. Sr. Remolón.
–Bocadillo de chorizo.
–Chorizo… picante, pedos intermitentes, escozor general. Sra. Feláez.
–Ensalada de verduras, como todas las noches.
–Verduras… un clásico en las flatulencias. Ritmo regular, olor variable. Sr. Catabajos.
–Callos con garbanzos. Tenía hambre.
–Callos con garbanzos… otro clásico. Pedos garantizados, sin ruido pero de penetración en pituitaria. Sra. Empompa.
–Habichuelas en salsa. Muy habitual, señor.
–Habichuelas, habichuelas… y en salsa… pedos con temperatura y aroma agudo. Sr. Sodomo.
–Sodomo cenar búfalo.
–¿Búfalo? Búfalo, búfalo… pedo contundente, por lo general sin olor pero de ano dolorido. ¿Ha apuntado todo, Flátez?
–Por descontado, señor.
–Bien. Tenemos seis sospechosos con cenas de algo riesgo –el detective se paseó de un lado a otro, meditativo–. Necesitamos algo más. Algo más… –lo repetía constantemente–. Algo más, esto es insuficiente… ¡lo tengo! ¡Antecedentes! Necesito conocer sus antecedentes en estos menesteres. Quiero saber si son de gas fácil, ¿me oyen? O si han escuchado pedos en otras ocasiones de alguno de los presentes. Cualquier cosa…
–Yo primero, Sr. detective –dijo el Sr. Catabajos.
–Adelante.
–Sospecho de la Sra. Empompa. Ahí donde la ve, en más de una ocasión la he escuchado a través de la puerta del cuarto de baño lo que hacía dentro. Y créame, se escuchaban unos sonidos de lo más repelente.
–¡Semejante desfachatez! –se escandalizó la Sra. Empompa– ¿Desde cuándo se dedica a espiarme mientras estoy en el retrete? ¿Y qué tendrá eso que ver con lo de la otra noche?
–Está clarísimo, detective. Esta mujer es capaz de tirarse pedos repelentes, ¡yo mismo los he escuchado!
–Ser imposible –intervino el Sr. Sodomo.
–¿Por qué, Sr. Sodomo? –quiso saber el detective.
–Sra. Empompa no poder. Bunga–bunga ocupar ano Sra. Empompa. Gas no tener sitio para salir.
–¡Ja! ¿Lo ven? –dijo orgullosa la Sra. Empompa– Mi ano estaba taponado. Yo no he podido ser.
–Sí que ha podido –dijo desde el otro sofá el Sr. Remolón.
–Proceda, por favor –se giró el detective.
–Existen los pedos vaginales, ¿sabe? Y yo he compartido coito con la Sra. Empompa en numerosas ocasiones. Y más de una vez se le ha escapado alguno.
–¡Pero no huelen, insensato! –se crispó aún más la Sra. Empompa– Dígaselo, Sr. Metano, dígale que no huelen.
–Mmm… pedos vaginales. Se han dado casos de olor, pero es ciertamente muy infrecuente. Y desde luego, no producen un sonido como el descrito. Lo veo difícil.
–Lo que yo veo –dijo la Sra. Empompa– es que esto es una conspiración. Deben estar enojados porque gozaba con el Sr. Sodomo como nunca había hecho con ellos. ¡Eso debe ser! Yo en cambio creo que han podido ser ellos mismos. Alguna noche, mientras dormían, se les han escapado. ¡A los dos!
–¡Imposible! –negó la Sra. Feláez.
–Explíquese, señora –dijo el detective–. Y cálmense todos, la crispación no ayudará a resolver el caso.
–Hablo por el Sr. Catabajos. Como sabe, yo estaba jugando con su instrumento, tenía su trasero muy cerca. Me hubiera enterado la primera si semejante… ya sabe… gas, hubiese salido despedido de por allí cerca.
–Lo mismo digo –afirmó el Sr. Catabajos–, ella tampoco pudo ser. El ano de la Sra. Feláez estaba a escasos centímetros de mi boca. Incluso lo había lamido reiteradamente. No, de allí no salió nada raro, se lo aseguro.
–Pues este tampoco ha sido –habló la Sra. Jíbara, señalando al Sr. Remolón–. Mientras le cabalgaba, mis manos se apoyaban en su barriga, y tengo entendido que para soltar un pedo de tales características se necesita ejercer cierta fuerza abdominal, ¿no es cierto, detective?
–Desde luego.
–Pues ahí no se movió nada. Además, es demasiado vago hasta para eso.
–Eso no es relevante –aclaró el detective–, pero lo de la fuerza abdominal sí. Se necesitaría un abdomen muy preparado para un pedo así.
–Gracias, reina –dijo el Sr. Remolón, guiñándole el ojo a la Sra. Jíbara.
–Bien, señores. Nos quedan dos sospechosos. El Sr. Sodomo y usted misma, Sra. Jíbara. Ambos, por lo que veo, están en forma, poseen el físico suficiente para expulsar ese gas.
–Aquí debo echarle un capote yo a ella –dijo el Sr. Remolón–. Estaba encima de mí, como le dije. Yo tenía las piernas cerradas. ¿No cree que un pedo así me hubiera dejado secuelas, marcas…? Creo que me podía haber hecho incluso daño. Y le juro que no noté movérseme un pelillo del muslo.
–Interesante. Eso creo que la exculpa, Sra. Jíbara. ¿Y usted, Sr. Sodomo?
–Sodomo no haber sido.
–¿Tiene pruebas de eso?
–Sí, las tiene –alzó la voz la Sra. Empompa–. Cuando estábamos en aquella postura, ya sabe, de lado, yo estaba extasiada, disfrutando como nunca, y recuerdo que había colocado mi mano sobre el duro trasero del Sr. Sodomo, apretando y pidiéndole más y más. Y cuando se produjo el… gas, no noté tembleque alguno. Si fuera él la mano me habría vibrado como si me diese la corriente.
–Posiblemente, posiblemente…–el detective Metano parecía nervioso. Agitaba la pipa y se llevaba las manos al cuello constantemente– Muy difícil. Esto es muy difícil. Flátez, ¿se le ocurre algo?
–No, señor.
–Lo esperaba. Seis sospechosos, y los seis con una buena coartada. ¡Pero alguien ha tenido que tirarse ese pedo! ¿Ha anotado todo?
–Sí, señor.
–Pues señores. Esto es un verdadero misterio. Me temo que si el culpable no confiesa el caso se quedará sin resolver. Podría forzar a cada uno de ustedes… tengo sustancias, ¿me oyen? Para que se tirasen un pedo y ustedes comparasen el olor. Pero claro, sería muy difícil lograr un efecto similar.
[...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario