Soy de los que
creo que toda persona está llamada a hacer algo grande. Una voz interior nos
recuerda que no pasaremos desapercibidos por este mundo. Que mientras los
gusanos nos devoren las entrañas nuestro careto aparecerá en los libros,
nuestro nombre se escuchará en la radio o nuestra obra será trending topic mundial durante
nosecuantos días.
Es una esperanza,
a veces la única esperanza. Oh, sí, el glorioso futuro, el perfecto porvenir que
nos aguarda a no muy largo plazo. El saber que el presente es sólo eso:
presente, un minúsculo lapso de tiempo de mierda al que seguirá la tierra
prometida, el reconocimiento, el dinero, la fama, las tías babeando, los
autógrafos, los flashes, los aplausos, el maná, las cuarenta vírgenes, el
multiorgasmo, la eyaculación eterna pensando en la imagen de nosotros mismos.
Sí, ese día llegará.
Tenemos metas.
Sueños le llaman algunos. En realidad son necesidades. Necesidades sin las que
nos habremos dado cuenta de que somos inferiores a algunos que SÍ lo han
conseguido, y eso es algo que no podemos soportar.
A mí me pasa. Espero
el no sé qué, mi oportunidad, sin darme cuenta de que quizá no soy más que el
león que duerme y espera que la gacela herida venga a despertarle. Lo sé, hay
que salir a cazar, si no no se come, si no no se llega, pero no tenemos armas, o no sabemos cómo utilizarlas, o
tememos que un cazador más listo nos esté apuntando y dispare. Y mientras,
dejamos, dejo, que una nube tóxica de conformismo emponzoñe mi vida, me
contamine hasta tal punto de que me crea que estoy bien, razonablemente bien, pero yo sé que no. ¿Quién no sabe realmente
que no?
La esperanza es
el cambio. Quizá se produzca, quizá no. Quizá el león despierte. Si no lo hace
corre el riesgo de morirse de hambre y, lo que es peor, creerse aún así que
está bien.
Te asomas a una ventana por la que mucha gente no se atreve a mirar.Esas consideraciones son un paso importante.
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