10 oct 2014

Cosas que decirte

Vas por la oficina dando saltitos, como si quemara el suelo. Parece que te deshaces de todas tus calorías con el simple acto de ir de un lado a otro. Por donde vas desprendes juventud, acción, vida, sangre en las venas. Eres un chasquido de los dedos a dos centímetros de los ojos de tus compañeros. No puedes saber cómo eran antes de que llegases, pero les has contagiado parte de tu vitalidad.
Eres transparente como el aire. Se nota mucho cuando estás nerviosa o agobiada. O cuando has pasado una mala noche o un mal fin de semana. Se pierde el brillo de tus ojos y te crecen las ojeras, se apaga tu luz y no puedes ocultar que algo malo te sucede.
Tienes estilo propio para todo. Para trabajar, para hablar, para gesticular y para vestir. Vienes dos o tres días con esas camisetas modernas por las que tanto se meten contigo. Tienen dibujada una chica sonriente o un grupo de chicas yendo de compras o mirando un escaparate, y te preguntan si tú eres una de ellas o si son tus amigas. A mí me gustan y te quedan muy bien. Ya era hora de que alguien dejase en el armario las camisas inanimadas. Luego te concentras en el ordenador y parece que la pantalla te fuera a absorber en cualquier momento, y en cambio si te interrumpen eres capaz de abstraerte y responder con una amabilidad natural. Pero lo que más admiro es tu humildad cuando te levantas y preguntas cualquier duda a tus jefes o tus compañeros. Lo haces como si te hicieran el mayor de los favores, como si la supuesta molestia de tener que atenderte fuera fruto de tu incapacidad, cuando todos sabemos que al generoso se le paga con generosidad y que, lejos de ser un incordio, es todo un placer poder serte de ayuda igual que tú lo eres tantas veces.
Yo te observo y te admiro desde mi puesto al otro lado del pasillo. Apenas hemos cruzado dos palabras, pero intuyo bien cómo eres.  También a mí me has contagiado y, ¿por qué no decirlo?, me has iluminado. No tengo miedo a decir que es una pequeña motivación que seas mi compañera para venir a trabajar todas las mañanas. Pero tengo una imagen respetable que mantener. No soy quien, no debo, sacar a la luz todas las palabras que me saldrían de no tener que guardármelas. Por eso tragando mucha saliva y desde el anonimato, por no decir cobardía, de mi pantalla que sólo veo yo y de mis ratos libres que me dan para escribir historias como ésta, te pregunto, con toda sinceridad: ¿por qué coño estás tan buena?

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