27 feb 2015

Amor en el agujero negro

Después de años de viaje al centro de la Vía Láctea, era lógico que Tim y Norah terminaran enamorándose.
Hacía mucho que habían perdido el contacto con La Tierra y las señales emitidas no tenían retorno. Pero tampoco había vuelta atrás. Sabían que su billete era sólo de ida y que su misión era enviar datos, fotografías y descripciones detalladas de todo cuanto sucedía alrededor. Su odisea mortal era todo un hito para la humanidad.
Ahora estaban en el interior de Sagitario A y, aunque de lejos parecía una fatal fuente de luz y radiación, a distancias menores el espacio vacío se hacía grande y la nave surcaba la nada sin problemas aparentes.
Pero una nueva fuente de luz aparecía al otro lado de los cristales, y ésta sí parecía intensa y violenta a medida que se acercaban. Las sospechas de los astrónomos se confirmaban: un agujero negro supermasivo giraba en el centro de la Vía Láctea.
Tim y Norah tenían dos opciones: o desviarse y vagar por el vacío hasta agotar las reservas de alimento y tomarse luego la pastilla de muerte rápida, o mantener el rumbo y ser los primeros seres humanos y, ¿quién sabía si la primera forma de vida inteligente?, en ser engullidos por un agujero negro.
Los dos lo tenían claro y se adentraron todavía más en Sagitario A.
Meses después el brillo tras el cristal era cegador y comenzaron a notar los efectos de la gravedad que se aproximaba al infinito. Mareos, sacudidas y una sensación de velocidad en permanente aumento a pesar del potente sistema compensatorio de la nave.
Su velocidad de caída en espiral se acercó a la de la luz e imaginaron sus cuerpos comprimidos a ojos de un observador externo.
—Creerán que nuestro tiempo se ha congelado —dijo Norah.
—Se habrá congelado del todo en el horizonte de sucesos —puntualizó Tim.
Pudieron ver colosales chorros de gas y materia desapareciendo en sus narices. Un espectáculo indescriptible.
—Es el final —dijo Norah.
Las sacudidas eran muy fuertes. Rondaban el horizonte de sucesos y, después, nadie, nadie, nadie, sabía qué les sucedería además de morir.
—Desnúdate —dijo Tim.
—¿Seguro que quieres que sea así? —preguntó Norah.
—Segurísimo. Ya que el tiempo se congela, que lo haga con una imagen memorable.
Se despojaron los dos de sus ligeros trajes. Luego, sin demasiado protocolo, Tim empotró a Norah contra el panel de mandos y, agarrándola por el cuello y obligándola a mirar los fuegos artificiales del otro lado del cristal, inmortalizó para un observador externo el momento de su contacto con el horizonte de sucesos, metiéndosela por detrás lo mejor que pudo. El auténtico agujero negro.

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