Pocas veces
hablo de mí. Y tú lo sabes. De hecho te dije un día que me gustaba muy poco
hablar de mí mismo, que yo era más de poner el hombro y escuchar que de
desahogarme dándole a la lengua, ¿recuerdas? Pero de vez en cuando pasa esto,
que exploto, y lo que no tengo a quién decir cojo y lo escribo, no sé con qué
objetivo, pero lo escribo y ahora lo que creía lo más íntimo pertenece, sin
ánimo de fanfarronear, a toda la humanidad.
Odio los
sueños felices. Los odio a rabiar, con toda mi alma. Con las pesadillas me
queda el consuelo de que la realidad es mejor que la imaginación, pero la
vuelta a la realidad tras un sueño en el que alcanzas tus deseos más profundos
es un duro golpe que no te provoca sino mayor desgracia que la que ya padeces sin
añadidos ficticios. Porque lamentablemente vives más tiempo en la realidad que
en ese idílico estado, y eso es difícil de encajar. Más cuanto más intensos son
esos deseos.
Esto viene a
cuento, claro, de mi sueño más reciente. En realidad fueron dos sueños. Uno hace
unas cuantas semanas, aunque no le quise dar más importancia, quizá por ciertos
factores externos que no vienen al caso. El otro fue esta misma noche y no
podría jurar que no se me escapó una lágrima tras cerciorarme de que aquello no
era real.
Del primer
sueño ya no recuerdo demasiado. Sólo tu cara con un deje de tristeza después de
haberte besado, pero no era una mala tristeza,
más bien parecía eludir a algo que se removía en tu interior. También me
acuerdo del sabor del agua en tus labios, porque llovía a cántaros aunque
juraría que era un espacio interior, y los pelos que se te pegaban a la cara
por la lluvia, y el contacto de tu abrigo cuando te sujetaba por la cintura sin
que tú te quitases las manos de los bolsillos. Me desperté creyéndote al lado
para volver a besarte. Pero no estabas.
Aunque aquel
está casi olvidado. El sueño de ayer sí fue increíble y terriblemente reciente.
Y a pesar de su proximidad, es sorprendente cómo por segundos olvidamos escenas
y lo que aquí voy a contar no es ni la mitad de la mitad de la mitad de lo que
he soñado. La historia completa, estoy seguro, hubiera fructificado en un gran
relato.
Estábamos tú
y yo y había más gente. No recuerdo quienes pero los conocíamos. Había barullo
pero todo era familiar. Familiar y lejano al mismo tiempo, como los extras de
una película en la que tú y yo éramos los actores principales. Ellos eran
necesarios pero irrelevantes, ¿comprendes?, sin robarnos el protagonismo.
De pronto me
acerqué a ti. Una vez de tantas que me acercaba a ti tras una excusa para
hacerlo. Yo me puse un poco nervioso, como siempre que te tengo cerca aunque tú
no lo notes, ¿o quizá sí? Y me dijiste:
—Tienes que
besarme.
Yo podía
olerte. Eran muy pocos centímetros de separación. Insististe:
—En serio,
Alex, tienes que besarme ahora.
La gente
seguía a lo suyo, ajena absolutamente a lo que sucedía frente a sus narices.
—No puedo
—dije yo.
—No me digas
eso. ¿No es lo que querías?
—Más que
nada en este mundo.
—Entonces
ven.
Ahora eran
sólo milímetros. Una brisa un poco fuerte nos hubiera hecho tocarnos.
—Adelante
—dijiste.
—No puedo.
Así no. No puedo.
—¿Así cómo?
—No es así
como quiero hacerlo.
—Haremos
bien las cosas.
—Si te beso
estaremos haciéndolo mal.
Recuerdo
otra vez agua corriendo por tu frente. Yo sin embargo no estaba mojado. Te
rodeé la cintura. Tú, por supuesto, mantuviste tus manos en los bolsillos del
plumífero.
—Es que es
necesario que me beses, ¿comprendes? —casi lloras al hacerme la pregunta.
—Lo sé. Pero
no puedo arriesgarme a que sea un beso de despedida.
—Será el
primero de los besos.
—Eso no puedo
saberlo.
—Sí, porque
como te dije, voy a hacer bien las cosas.
—Primero
haremos bien esas cosas, ¿vale?
—Te prometo
que no será sólo un beso.
—¿Hay
sentimientos?
—Hay
sentimientos. Perdona no haberme dado cuenta hasta ahora.
—Entonces
dejemos que todo siga su curso.
—No sabes lo
que me cuesta separarme de ti, pero que así sea.
—Te juro que
más me cuesta a mí después de todo lo que he esperado.
—Pero es
sólo un hasta luego... hasta que se
arregle...
—Lo que tú y
yo sabemos.
—Sí, lo que
tú y yo sabemos.
Hubo una
pausa en la que me alejaba de ti como si tuviese ruedas, con una continuidad en
mis movimientos carente de sentido físico. Volví a ver a la gente en su
maremágnum de rutina cuyo sentido me es imposible descifrar.
—Ahora tengo
que despertarme —te dije.
—Lo sé. Pero
prométeme una cosa... —volviste a estar a punto de llorar— Prométeme que te despertarás
con la sensación de sí haberme
besado.
—Te lo
prometo.
Y me
desperté otra vez con tu agua en mis labios y tu olor en mi boca y en mis
narices, deseando sin éxito dormirme otra vez antes de que el desvelo fuera tan
intenso que me fuera imposible reenganchar el sueño, y finalmente hundido ante
lo que definitivamente había sido irreal.
Ahora dime,
¿es bonito soñar? ¿Es justo? ¿Hay algo de realidad en todo lo que te he contado
o es sólo una mala pasada de mi imaginación? Dime algo, por favor, porque me
estoy volviendo loco y temo el momento de volver a dormirme y encontrarme
contigo.
Quiéreme o
mándame a la mierda, pero termina ya con esto.
Me gustó mucho, Alex, un relato íntimo, sensible, por el que flota la tristeza, la incertidumbre.
ResponderEliminarLos dos primeros párrrafos me parecieron muy buenos, inicias con fuerza y la reflexión sobre los sueños felices es interesante. El final, ambiguo, da para abrir distintas puertas.
Un abrazo.
pufff....muy bueno
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Mirella y Ana. Un saludo.
ResponderEliminar