Gerardo tenía muy mala hostia. No
tenía mal fondo el chaval, en absoluto, pero si le jodían se cabreaba de verdad
y le importaba una mierda que se pusiera por delante el mismísimo Papa.
El problema es que se enamoró de
Paloma, una mujer de armas tomar. Tenía también su mala hostia, pero Paloma era
más de soltar puyas y clavar pequeñas dagas ahí donde más duele, en el momento
justo de joder al contrincante, quedando así demostrada su superioridad
intelectual.
Os podéis imaginar las
discusiones conyugales. Había gritos y, a veces, objetos que volaban y cerámica
rota; luego el tono bajaba, pero sólo para que los vecinos no escuchasen los
sapos y culebras que emanaban de sus bocas ponzoñosas, y el final se repetía: Gerardo
casi tiraba la puerta de un hostiazo y poco después, salía derrapando del
garaje al volante de su Golf GTI de 220 caballos. Conducía como un piloto de
rally por las pistas que se conocía como la palma de la mano y, cuando había
descargado la suficiente adrenalina, regresaba a casa y se metía en la cama,
donde esperaba Paloma semi-desnuda, que también tenía sus métodos para
calmarse.
La madre de todas las discusiones
empezó por un malentendido. Planes contrapuestos para un fin de semana y
compromisos que Paloma no podría atender porque Gerardo no le había informado,
al parecer, de una juerga que tenía pensada con sus amigotes desde hacía sabe
dios cuanto. El caso es que, tras los gritos y los vasos voladores, Gerardo
mentó los muertos de Paloma, como insulto genérico, y ésta, ni corta ni
perezosa, le soltó que para muerta bien muerta estaba la víbora de su abuelita,
casi de cuerpo presente después del velatorio de hacía unas semanas. Gerardo la
agarró de las muñecas y, aunque Paloma estuvo tentada de pedir perdón, el
orgullo le pudo y juró que bien empleado le estaba por no avisar de sus planes
y que si se quería ir con sus amigos que ya sabía dónde estaba la puerta, pero
que la olvidase. Hubo gritos otra vez, recuerdos para más familiares, patadas a
las mesas, sillas arrastrándose y un gran «que te den por culo» de Paloma
cuando Gerardo, cómo no, cogió las llaves de su Golf y astilló el marco de la
puerta con el portazo con el que desaparecía.
Condujo Gerardo sin respeto
alguno por su vida. Ya ni miraba en los cruces, así que pobre del coche que por
casualidad pasase por allí. El motor del Golf rugía a cien y ciento veinte por
aquellos caminos de vacas. Las ruedas chirriaban y pisaban las ortigas del
interior de las curvas. Saltaron algunas piedras. Gerardo notaba la fuerza
centrífuga; los nervios de acero, los cojones en la garganta.
Pero le costaba serenarse.
Aquella zorra había llegado muy lejos faltándole a su abuela. Pensó Gerardo que
quizá no valía la pena vivir en semejante tensión por mucho que luego follase
como una bestia, y cuando por fin se planteó en serio la gran pregunta, el Golf
GTI salió volando por el estribo de un puente para encontrar, veinte metros más
abajo, el infierno en el que Gerardo estaría por fin a salvo.
con lo fácil que es pedir perdón...
ResponderEliminarme gustó leerte
saludos