Érase un mundo donde nunca pasaba nada. La gente
hacía sus vidas; algunos se consideraban felices y otros tremendamente
desdichados. Se diferenciaban sólo en su conformismo, porque todos opinaban en
que allí jamás sucedía nada que animase su existencia.
Vivía entre los desdichados un joven escritor
dispuesto a cambiar el mundo desde su pluma. Tal era su arrojo y su convicción
que lo dejó todo para dedicarse a las letras, y tomó con entusiasmo un puñado de folios en blanco y se encerró para
inspirarse y sacar a la luz una gran historia.
Le haré ver a
esta gente que éste triste mundo tiene también algo que decirnos, se dijo.
Y con esa idea empezó a trabajar. Pensó y pensó y los días pasaron, y cuando se
quiso dar cuenta había terminado pero en lugar de una gran historia todo lo que
logró escribir fue este triste microrrelato.
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