Necesitaba la
soledad. Aquella soledad, me refiero. Es cierto que estaba solo en el sentido
de "ausencia de pareja", es decir, de "mátate a pajas si
quieres", pero cuando digo que aquella soledad fue necesaria hablo de una
situación concreta, de verme solo físicamente y aguantarme a mí mismo durante,
por ejemplo, un día entero.
Llevaba un tiempo
solo en el otro sentido y desde entonces mi vida se había convertido en una
especie de montaña rusa "suavizada" (sin grandes sobresaltos, la
verdad): una búsqueda constante de emociones con el único objetivo de rellenar
como fuera mi tiempo. Me había transformado en una marioneta en manos de todo
aquel o aquella o aquellos y aquellas dispuestos a invertir o malgastar parte
de su tiempo conmigo: tomando algo, viajando, paseando al perro, follando, ¿por
qué no?, charlando de la puta vida, aburriéndonos... así día tras día. El caso
era ocupar mi tiempo. No estar solo. No parar. No pensar. Prohibido pensar.
Y todo eso está
muy bien, solo que en el fondo (y no tan en el fondo quizá), sabía que todo era
una fachada para evitarme a mí mismo, y que tarde o temprano toda mi mierda
rezumaría y la hostia sería gordísima, así que concluí que necesitaba estar
solo. Calma. Tranquilidad. Aburrirme. Sufrir incluso. Dejar que la mierda
rezume. Pensar, pensar, pensar...
Recuerdo lo duro
que fue. Aquel sábado. Nadie a quien llamar. Nadie a quien escribir. Ningún sitio
al que ir. Nada que hacer en casa. Horas y horas por delante. La ocasión
perfecta para... para no sabía muy bien el qué, pero sí para estar solo.
Los minutos y las
horas se me hicieron eternos. Desayuno, hago la cama, me pongo la ropa de
correr y voy a caminar. Una hora y media. Un café en el bar de siempre. Miro internet,
las cuatro o cinco páginas de siempre. Como algo ligero: ensalada de pasta
preparada tres días antes. Una siesta, cuarenta minutos. Todavía son las cuatro
y empiezo a sufrir. Es sábado: podría quedar con una guarrilla del badoo o
largarme a recorrer tiendas o a mirar tías desde el paseo al borde de la playa.
Pero no. Esa no es la idea. Me entran los escalofríos. Horas por delante, ¿qué
hago? Un poco más de internet, limpio el polvo. Me asomo a la ventana. Nada me
inspira absolutamente nada. Vuelvo al ordenador. Me aburro y la previsión de
aburrimiento es peor que el aburrimiento en sí. Hiperventilación (esto es
exagerado, claro). Las seis. De ninguna forma me reencuentro a mí mismo.
Recuerdo que después
me tumbé en cama. Leo. Un libro de viajes. Luego el libro de por las noches:
una novela histórica que no me acaba de convencer. Miro el techo. El techo no
me dice nada. Las siete. Siento que el día empieza a llegar a su fin pero
joder... qué largo se me hace. Internet. Un concierto de Metallica. Investigación
en google sobre cómo viajar a los sitios que había mirado en el libro. Da igual.
No pienso ir allí.
Las nueve. Me entra
el hambre. Voy a la cocina. Un poco de fiambre y unas rebanadas de pan bimbo. Y
una copa danone de postre. Vuelvo al salón. Tengo unos cuantos whatsaps. Amigos
lejanos que me proponen un plan. Digo que no aunque me cuesta, pero con ese
"no" siento que hago lo correcto.
Me acuesto en el
sofá. En la tele sólo dan el debate de la sexta. Hago como si me interesase. Dan
la publicidad. ¿He ganado ya? Me pregunto. En realidad no lo sé. No sé de qué
habrá podido valer todo aquello.
Voy a la
habitación. Internet otra vez. Nada nuevo. Es tarde. No para un sábado, sí para
cualquier otro día. He ganado, concluyo. No siento nada, no me siento
victorioso, pero he ganado. Mi día de soledad ha pasado. Lo he logrado. Antes de
irme a dormir cojo el teléfono, llamo a un número de putas, les digo que me
manden una, la tía viene y resulta una gorda inabarcable. Follamos, le pago, se
va y después sí, me meto en cama.
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