Dos
tipos elegantes charlan en una cafetería. La jodida vida. Cómo hemos salido
adelante a pesar de todo. Oh, sí, dos viejos perros que se han sabido ganar el
pan. Y te veo muy bien, ¿oíste? Una camarera agraciada acerca dos vasos más. Lo
de siempre, ¿verdad? Por supuesto, Mary. Las gotas de ginebra caen desde cierta
altura y salpican la mesa tras golpear los hielos que estallan en el fondo. Los
tres ríen y Mary pasa la bayeta. Luego se va meneando sus curvas y los
caballeros no le quitan ojo hasta que se pierde tras la barra.
Después
hay silencio mientras disfrutan de su gintonic.
Tampoco hay demasiadas cosas que decir. Beben y miran alrededor. Es un día
precioso por el que vale la pena beber.
Terminan.
Pago yo. No, yo. Está bien, podrás pagar con esto, dice uno. ¡Hombre!, responde
el otro, ya creí que te olvidabas. ¿A qué habíamos venido si no? No necesito esto para ver un buen amigo. Si
prefieres me lo llevo. ¿Quieres el contrato o no? Ríen ambos.
El
receptor mira el sobre. No hace falta que cuente, ¿verdad? Por supuesto. Bien
(se levantan), te acompaño a la puerta. Un billete cae en la barra a la voz de
quédate con el cambio. Mary da las gracias.
Fuera
los tipos se despiden con un fuerte apretón de manos. ¿Para cuándo?, pregunta
el donante. Como mucho en quince días tendremos algo. ¿No habrá sorpresas? ¿Alguna
vez las ha habido?
El
hombre con el sobre se sube a un coche negro. ¿Al congreso?, preguntan desde el
puesto de conductor. Sí, Miki, al congreso. El hombre cuenta el dinero y
sonríe. Está todo menos los veinte que le dejó a Mary. Oh, Mary, Mary, dejaría
todo por tus curvas. Enseguida llegan a la Carrera de San Jerónimo y Miki
detiene el Mercedes. ¿Mañana a primera hora?, pregunta. Sí, Miki, recuerdos a
Fina, y que se mejore.
Saluda
a los ujieres y entra en su despacho. Enciende las luces, abre ligeramente las
persianas y conecta el ordenador. Suena el teléfono pero no le apetece cogerlo.
Se sienta y bosteza. Estira sus huesos hasta que estallan. Entonces abre el
último cajón de la mesa y guarda el sobre. Al hacerlo descubre entre más
papeles una nota manuscrita. La extrae, se pone las gafas de cerca y lee. Es
una redacción que su hijo Rubén, de diecisiete años, ha escrito para el colegio
cinco cursos atrás. El tema era “Lo que le dirías a tu padre”. Así decía:
«La
semana pasada nos han explicado lo que hacían los políticos. Bueno, nos han
hablado del Rey, de las Cortes Generales (se llaman así, ¿no?). También de la
democracia, de lo mala que era la vida cuando no la había y la suerte que
tenemos por vivir en democracia.
»Mientras
la profesora hablaba mis amigos miraban para mí porque sabían, porque yo se lo
conté, que mi padre era político y que yo conocía mejor que ellos eso de las
Cortes Generales. Les conté a todos lo que tú me decías cuando te preguntaba de
qué trabajabas y por qué ibas siempre con traje si decías que era tan incómodo.
Me explicaste que las personas estábamos aquí para intentar hacer mejor la vida
de las demás personas, y que por suerte tu trabajabas en eso, en andar todo el
día de un lado para otro para que todos podamos vivir un poco mejor.
»Aunque
no entiendo muy bien cómo lo haces exactamente, digo lo de cómo puede hacer uno
solo que todos vivamos mejor, me gusta tu trabajo. Me gusta mucho que mi padre sea
político y espero que estos días entienda mejor cómo haces con lo que nos diga
la profesora. Así estaré mejor preparado para cuando yo también lo sea, ojalá
que tan bueno como tú».
Dobla
la hoja. No llora pero siente que debe hacerlo. Se le revuelven las tripas.
Respira hondo y cierra los ojos. Quizá así comprenda mejor qué coño ha pasado
para llegar a ser la mierda corrupta que es.
Aguarda
unos instantes. Cuando se despierta, un hombre le mira desde el otro lado de la
mesa y encañona una pistola que le apunta directamente a la frente. No tiene
tiempo para sudar ni para que se le corte la respiración. Sólo escucha te lo mereces, cerdo, y después el seco
sonido del gatillo. No siente nada.
Uno menos.
ResponderEliminarMe gusta el relato pero hay algo que no me cuadra: ese pequeño atisbo de cargo de conciencia al concluir la lectura de la redacción.
Yo creo que ni eso.
Saludos Alex
No te equivoques, ellos no tienen ningún tipo de remordimiento cuando llegan a sus casas y duermen igual por las noches.
ResponderEliminar