Tenía un sueño bastante repetitivo.
Estaba atrapado o acorralado y no podía echarme a un lado ni retroceder.
Tampoco veía. Entonces empezaba a sonar una motosierra con su criminal estruendo
dentado, y el ruido se acercaba hasta sentirlo
realmente cerca.
Los pelos se me erizaban y el corazón
se ponía a mil. Empezaba a sudar y notaba la velocidad a la que giraba la
cadena mortal. A punto de notar el contacto sufría como si ya me estuviesen
desmembrando entero, pero en realidad me había despertado y sólo conservaba,
del sufrimiento, el sudor, el corazón acelerado y el vello erizado.
El sueño se me repetía como una vez
por semana y no sabía qué hacer. Hasta que hablé con una amiga que está
buenísima y estudia algo de psicología:
—Exposición al dolor –me repetía–.
Eso sería lo perfecto: afrontar tu trauma y superarlo como un reto más de la
vida.
Claro que lo tenía difícil.
¿Exposición al dolor? ¿Cómo? ¿Acaso debía probar a rozar mi brazo con una de
esas máquinas del demonio y comprobar que no
es para tanto? ¿Tendría acaso que hacerme jardinero y vivir con esa
herramienta para confraternizar con ella?
Parecía absurdo… hasta que se me
ocurrió una idea que, hasta el día de hoy, ha solucionado mi problema.
Es verano y mi vecino de al lado se
dedica a podar las decenas de árboles enormes que, inexplicablemente, pueblan
su finca cual selva tropical.
Lo tengo, me dije.
Una tarde me acerqué al muro y,
subido a una escalera, le hice señas a distancia y el hombre, lejos de poner
cara de estar recibiendo señales de un loco, pareció encantado por la compañía
y apagó su motosierra y se acercó. Le pregunté si quería ganar un dinero fácil:
el dinero más fácil que podría ganarse un hombre tan dedicado a sus árboles
como él. Aceptó, me invitó a su finca y charlamos.
Desde entonces, cada noche duermo
tranquilo. Al principio me costó: no en vano, es difícil acostumbrarme. Pero
una vez mis sentidos se han adaptado, las horas de la noche se me pasan del
tirón y me despierto a gusto y relajado.
Y es que, en cuanto cierro el libro
tras el cuarto o quinto bostezo, enciendo y apago la luz principal tres veces
seguidas. Esa es la señal. Acto seguido cierro los ojos e intento conciliar el
sueño. Apenas lo he conseguido, unas llaves suenan y giran la cerradura de la
puerta. A los pocos segundos, un minuto a lo sumo, un espantoso sonido estalla
en la habitación, haciendo vibrar paredes, muebles y objetos. El ruido va y
viene, rozando al acercarse mis oídos, cuello, cara y brazo que me queda al
descubierto. Y es que, el bueno de mi vecino ha encendido la motosierra y yo ni
siquiera he abierto los ojos del susto.
Eso es exposición, ¿no?
Me pregunto por qué sigo soltero en
esta vida.
Se te echaba de menos. Ah, y felicidades!!! ;)
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