20 jul 2013

La motosierra

Tenía un sueño bastante repetitivo. Estaba atrapado o acorralado y no podía echarme a un lado ni retroceder. Tampoco veía. Entonces empezaba a sonar una motosierra con su criminal estruendo dentado, y el ruido se acercaba hasta sentirlo realmente cerca.
Los pelos se me erizaban y el corazón se ponía a mil. Empezaba a sudar y notaba la velocidad a la que giraba la cadena mortal. A punto de notar el contacto sufría como si ya me estuviesen desmembrando entero, pero en realidad me había despertado y sólo conservaba, del sufrimiento, el sudor, el corazón acelerado y el vello erizado.
El sueño se me repetía como una vez por semana y no sabía qué hacer. Hasta que hablé con una amiga que está buenísima y estudia algo de psicología:
—Exposición al dolor –me repetía–. Eso sería lo perfecto: afrontar tu trauma y superarlo como un reto más de la vida.
Claro que lo tenía difícil. ¿Exposición al dolor? ¿Cómo? ¿Acaso debía probar a rozar mi brazo con una de esas máquinas del demonio y comprobar que no es para tanto? ¿Tendría acaso que hacerme jardinero y vivir con esa herramienta para confraternizar con ella?
Parecía absurdo… hasta que se me ocurrió una idea que, hasta el día de hoy, ha solucionado mi problema.
Es verano y mi vecino de al lado se dedica a podar las decenas de árboles enormes que, inexplicablemente, pueblan su finca cual selva tropical.
Lo tengo, me dije.
Una tarde me acerqué al muro y, subido a una escalera, le hice señas a distancia y el hombre, lejos de poner cara de estar recibiendo señales de un loco, pareció encantado por la compañía y apagó su motosierra y se acercó. Le pregunté si quería ganar un dinero fácil: el dinero más fácil que podría ganarse un hombre tan dedicado a sus árboles como él. Aceptó, me invitó a su finca y charlamos.
Desde entonces, cada noche duermo tranquilo. Al principio me costó: no en vano, es difícil acostumbrarme. Pero una vez mis sentidos se han adaptado, las horas de la noche se me pasan del tirón y me despierto a gusto y relajado.
Y es que, en cuanto cierro el libro tras el cuarto o quinto bostezo, enciendo y apago la luz principal tres veces seguidas. Esa es la señal. Acto seguido cierro los ojos e intento conciliar el sueño. Apenas lo he conseguido, unas llaves suenan y giran la cerradura de la puerta. A los pocos segundos, un minuto a lo sumo, un espantoso sonido estalla en la habitación, haciendo vibrar paredes, muebles y objetos. El ruido va y viene, rozando al acercarse mis oídos, cuello, cara y brazo que me queda al descubierto. Y es que, el bueno de mi vecino ha encendido la motosierra y yo ni siquiera he abierto los ojos del susto.
Eso es exposición, ¿no?
Me pregunto por qué sigo soltero en esta vida.

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