9 mar 2015

Infidelidad

—Quince jodidos años —le dijo Sebas a la camarera—. ¡QUINCE JODIDOS AÑOS! Aguantando, ¿comprendes? Aguantando insultos, malos tratos. Sí, malos tratos, porque cuando una mujer se pone a darle a la lengua es peor que la peor de las palizas que un hombre le pueda dar. Quince jodidos años con las mismas historias, las mismas preguntas incómodas, las mismas frases con veneno, las mismas indirectas de mierda. Soportando que te machaquen un día y otro y otro también. Respirando y tratando de mantener la calma. Intentando escapar cuando la cosa se pone fea. Haciéndote ilusiones con que mañana será mejor, pero eso es mentira, ¿comprendes? Es mentira. Igual que todo. El amor es una puta mentira y sólo puedes pensar en rajarte las venas para salir del paso, pero ¿sabes? No sales. ¡NO, JAMÁS SALES!
Nadia atendió a otro cliente desesperado y después regresó junto a Sebas. Le gustaba escuchar las historias de aquel buen hombre borracho.
—Siempre jodiendo el mismo coño, ¿puedes entender lo que eso significa? Quince años sintiendo exactamente lo mismo. Rozándote un poco debajo de las sábanas a ver si así se calienta y no encuentra una buena excusa. Besándola primero un poco para fingir que hay amor, ¡já! —dio un buen sorbo a su cerveza—, pero metiéndosela después con violencia para saciar tu sed de mujer, ¿comprendes? Las mismas posturas, los mismos «ays», las mismas frasecillas estúpidas antes de correrte dentro de un plastiquito ridículo. Dime, Nadia. Dime que la vida no es una mierda.
Nadia puso algo así como una sonrisa complaciente y atendió a otro tipo desesperado. Cuando regresó a Sebas éste se había levantado y se estaba sacando la cartera del bolsillo.
—¿Suficiente por hoy? —le dijo.
—Sólo por hoy.
Sebas puso un billete encima de la barra y Nadia supo que se podía quedar con la vuelta.
—Gracias, guapo —le dijo.
—¿Guapo? Esa sí que es buena.
Guapo... pensó Sebas, tú sí que estás cachonda.
Cuando entró en casa, Sebas estaba lo suficientemente borracho como para desear el culo de su mujer. Se desvistió y se metió en la cama, donde ella dormía con los tapones para los oídos puestos.
Se quitó los calzoncillos y con el pene en media erección empezó a golpearle el trasero tapado con un pijama. Ella le ignoró primero y después se quitó los tapones para los oídos y preguntó algo así como «¿qué coño quería?». Sebas respondió «el tuyo» y siguió jugueteando, agarrándose el pene con una mano y tratando de quitarle el pijama con la otra.
Después de uno o dos minutos de negativas y de algún insulto, ella estaba desnuda también y húmeda para recibir a su marido. Sebas la tomó, primero de lado, luego encima, luego del otro lado y finalmente debajo de ella comiéndole el coño con todo el esmero que pudo. La mujer no daba crédito al esfuerzo de su marido y creyó sentir algo parecido a un orgasmo justo antes de que él se corriera.
—Buf —dijo—. Es lo único que puedo decir.
Seguía jadeante. También incrédula, y agarró con miedo las sábanas cuando regresó a su lado de la cama y dejó que el pulso se recuperase.
—Muy bien... —dijo—. No sé qué te ha pasado hoy... pero muy bien.
Como siempre después de cada polvo, Sebas se levantó al baño a terminar de limpiarse. Se miró en el espejo y, también como siempre, se sintió una mierda grande y maloliente. Pero había estado bien. Sin duda. Muy bien.
Terminó, tiró de la cisterna y regresó a la cama, donde su mujer estaba girada y tenía otra vez los tapones puestos. Por el camino Sebas descubrió, con una sonrisa interior, el secreto de aquel polvo memorable: en realidad se acababa de tirar a Nadia. Puede que fuera suficiente que le llamase guapo para arreglar su matrimonio.

1 comentario:

  1. Fantástico, Alex.
    Describís la rutina del hastío matrimonial con los detalles necesarios para impactar al lector.
    Gran cierre del relato, también.
    Saludos.

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