—Quince
jodidos años —le dijo Sebas a la camarera—. ¡QUINCE JODIDOS AÑOS! Aguantando,
¿comprendes? Aguantando insultos, malos tratos. Sí, malos tratos, porque cuando
una mujer se pone a darle a la lengua es peor que la peor de las palizas que un
hombre le pueda dar. Quince jodidos años con las mismas historias, las mismas
preguntas incómodas, las mismas frases con veneno, las mismas indirectas de
mierda. Soportando que te machaquen un día y otro y otro también. Respirando y
tratando de mantener la calma. Intentando escapar cuando la cosa se pone fea.
Haciéndote ilusiones con que mañana será mejor, pero eso es mentira,
¿comprendes? Es mentira. Igual que todo. El amor es una puta mentira y sólo
puedes pensar en rajarte las venas para salir del paso, pero ¿sabes? No sales.
¡NO, JAMÁS SALES!
Nadia
atendió a otro cliente desesperado y después regresó junto a Sebas. Le gustaba
escuchar las historias de aquel buen hombre borracho.
—Siempre
jodiendo el mismo coño, ¿puedes entender lo que eso significa? Quince años
sintiendo exactamente lo mismo. Rozándote un poco debajo de las sábanas a ver
si así se calienta y no encuentra una buena excusa. Besándola primero un poco
para fingir que hay amor, ¡já! —dio un buen sorbo a su cerveza—, pero
metiéndosela después con violencia para saciar tu sed de mujer, ¿comprendes?
Las mismas posturas, los mismos «ays», las mismas frasecillas estúpidas antes
de correrte dentro de un plastiquito ridículo. Dime, Nadia. Dime que la vida no
es una mierda.
Nadia puso
algo así como una sonrisa complaciente y atendió a otro tipo desesperado.
Cuando regresó a Sebas éste se había levantado y se estaba sacando la cartera
del bolsillo.
—¿Suficiente
por hoy? —le dijo.
—Sólo por
hoy.
Sebas puso
un billete encima de la barra y Nadia supo que se podía quedar con la vuelta.
—Gracias,
guapo —le dijo.
—¿Guapo? Esa
sí que es buena.
Guapo...
pensó Sebas, tú sí que estás cachonda.
Cuando entró
en casa, Sebas estaba lo suficientemente borracho como para desear el culo de
su mujer. Se desvistió y se metió en la cama, donde ella dormía con los tapones
para los oídos puestos.
Se quitó los
calzoncillos y con el pene en media erección empezó a golpearle el trasero
tapado con un pijama. Ella le ignoró primero y después se quitó los tapones
para los oídos y preguntó algo así como «¿qué coño quería?». Sebas respondió
«el tuyo» y siguió jugueteando, agarrándose el pene con una mano y tratando de
quitarle el pijama con la otra.
Después de
uno o dos minutos de negativas y de algún insulto, ella estaba desnuda también
y húmeda para recibir a su marido. Sebas la tomó, primero de lado, luego
encima, luego del otro lado y finalmente debajo de ella comiéndole el coño con
todo el esmero que pudo. La mujer no daba crédito al esfuerzo de su marido y
creyó sentir algo parecido a un orgasmo justo antes de que él se corriera.
—Buf —dijo—.
Es lo único que puedo decir.
Seguía
jadeante. También incrédula, y agarró con miedo las sábanas cuando regresó a su
lado de la cama y dejó que el pulso se recuperase.
—Muy bien...
—dijo—. No sé qué te ha pasado hoy... pero muy bien.
Como siempre
después de cada polvo, Sebas se levantó al baño a terminar de limpiarse. Se
miró en el espejo y, también como siempre, se sintió una mierda grande y
maloliente. Pero había estado bien. Sin duda. Muy bien.
Terminó, tiró
de la cisterna y regresó a la cama, donde su mujer estaba girada y tenía otra
vez los tapones puestos. Por el camino Sebas descubrió, con una sonrisa
interior, el secreto de aquel polvo memorable: en realidad se acababa de tirar
a Nadia. Puede que fuera suficiente que le llamase guapo para arreglar su
matrimonio.
Fantástico, Alex.
ResponderEliminarDescribís la rutina del hastío matrimonial con los detalles necesarios para impactar al lector.
Gran cierre del relato, también.
Saludos.