16 feb 2016

Un perro muy listo

Lucho tenía muy entrenado a su perro Mon y estaba muy harto de la vida. Los fiascos, uno detrás de otro, habían hecho mella en él. Ahora ya no valía la pena luchar. No había nada por lo que luchar. Luchar era una mierda. Como todo. Todo era una mierda. Pero su perro Mon era muy listo.
Era domingo y Lucho se fue al cementerio con Mon. Por algún motivo al perro le encantaba ese sitio. Probablemente, pensaba Lucho, la hierba estaba muy bien cuidada y todavía podría olerse algún cadáver reciente.
No había nadie visitando a sus familiares así que pasearon largo rato. Tuvo tiempo Mon de olisquear hasta el último rincón y no saber ya qué más hacer. Miró incrédulo a su dueño como preguntando qué carajo pintaban tanto tiempo allí, pero Lucho tenía un último plan para ellos.
Entre pitos y flautas se había hecho casi ya de noche y el sitio empezaba a dar miedo. Mon quiso salir de allí pero Lucho lo retuvo con órdenes muy claras:
—Ven aquí. ¡Vamos!
Lucho había encontrado un lugar que le gustaba. Un lugar que encajaba en su plan de domingo.
Había en cierta esquina un hoyo. Un hoyo muy grande con tierra y hierba dentro y alrededor. Lucho se fumó un cigarrillo, tiró la colilla al otro lado de una columna de lápidas y descendió al hoyo. Ahora el suelo del cementerio le quedaba a la altura de la cintura. Mon le acompañó pero eso no gustó a Lucho.
—¡Arriba! ¡Fuera!
Mon obedeció: se salió del hoyo y miró a su dueño sentado desde arriba.
—Muy bien —concluyó después Lucho.
El hombre se tumbó acto seguido, procurando acomodarse entre las malas hierbas. Enseguida encontró una postura que parecía cómoda. Entonces Mon se levantó e hizo ademán de acompañarle nuevamente, pero Lucho levantó un dedo y eso bastó para que el perro volviera a su postura anterior.
—Y ahora... ¡tierra! —gritó Lucho.
Mon giró la cabeza cuarenta y cinco grados.  Parecía no haber entendido bien la orden.
—¡Tierra! ¡Vamos! —insistió Lucho.
Mon acompañó de un ligero llanto su cara de extrañeza.
—¡Vamos, Mon! ¡Tierra!
El perro lo comprendió por fin y, de varios saltitos, se alzó sobre un montículo que había al lado del hoyo. Luego se giró, dándole el culo al hombre tumbado y, con un movimiento sincronizado de sus patitas traseras, empezó a levantar tierra y a lanzarla parabólicamente sobre el bueno de Lucho, que permanecía inmóvil y observando como buenamente podía el trabajo de su mascota.
—Muy bien, Mon. Muy bien. ¡Tierra!
Mon le dio a las patas con más ahínco, espoleado por los parabienes de su amo, a quien ya la tierra le cubría mitad de la ropa y le había entrado en la nariz.
—Sigue, Mon. Sigue.
La voz de Lucho sonaba entrecortada por la tierra que a golpes le atascaba la faringe. Pero incluso en su sufrimiento no podía sentirse más orgulloso de lo bien educado que tenía al perro:
—¡Muy bien, Mon! Tierra, ¡vamos! ¡Muy bien! ¡Vamos!
La tierra cubría ya el cuerpo entero de Lucho, que apenas podía mover ya la cabeza allí enterrado. Mon estaba a punto de morir extasiado pero sabía que tenía una misión y habría de morir de verdad antes de detenerse. Sólo paró un buen rato después, cuando ya no recordaba la última orden, y entonces se giró y, con la lengua por fuera, observó que allí debajo sólo había un montón de tierra y ni rastro de su amo.
Después de un par de sollozos, el perro descendió y olisqueó. Debajo de aquel montón era obvio que estaba Lucho, pero no había recibido la orden de excavar y, si existían los milagros, salvarle la vida.
Así que simplemente esperó allí un rato más, recobró el ritmo normal de pulsaciones, echó un par de meadas y cogió el camino de regreso a casa que ya se conocía de sobra.
Era un perro muy listo.

1 comentario:

  1. Trágico, se percibe el desenlace a medida que uno avanza con la lectura; pero ello no implica que no se disfrute la lectura, sino todo lo contrario: la angustia de Mon y la desazón de Lucho traspasan la pantalla y llegan al lector.
    Genial, Alex.
    ¡Saludos!

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