Un perro
callejero que pasaba por allí meó en la cara de Jesucristo. Éste abrió un ojo y
el chucho se escapó asustado.
Era de día y todo
lo que veía Jesucristo eran dos paredes de ladrillo y un montón de basura. En
contenedores, en el suelo y encima de una montaña de más basura.
Él se sintió una
mierda más cuando notó el terrible pinchazo en el estómago.
—A esto le deben de
llamar resaca —pensó.
Trató de
levantarse. Primero se atusó el pelo. Trató de hacerse una coleta y, al pasar
la mano por la cara notó una hinchazón a la altura del ojo.
—El puto negro
—pensó.
No muy consciente
de su estado, consiguió incorporarse y empezar a caminar. Ni con los judíos
había sufrido tanto Jesucristo, pero por fin llegó hasta el final del callejón
y miró atrás. Atrás quedaban la basura, las paredes de ladrillo y aquel cartel
rosa que decía CLUB.
Luego continuó su
camino mirando al frente. Los coches iban de un lado a otro. Algunas personas
hacían footing. Otros sacaban a cagar
a sus perros. Otros chismorreaban desde la ventana. Antes de retomar el paso,
Jesucristo respiró hondo y dijo en voz alta:
—Bienvenido al
mundo que papá ha creado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario