Era una aburrida
tarde-noche de viernes en la sala de profesores, y las dos únicas mujeres que
daban clase en el centro de formación para adultos cumplían horas no lectivas…
—Mira sus
notas. Ha mejorado una barbaridad.
—Sí, conmigo
igual.
—Pero
muchísimo, ¿eh? Mira que al principio parecía un chaval como apocado o venido a
menos.
—Sí, pero se
le veían trazas.
—Es cierto, tú
decías que era más espabilado de lo que parecía.
—Es que se le
veía que controlaba. Como que se guardaba algo.
—Sí. De hecho
solía responder bien cuando se le preguntaba en alto.
Dieron dos
caladas a sus cigarrillos. Ambas seguían corrigiendo exámenes.
—Es que mira…
un diez. No hay por donde ponerle un defecto.
—A mí me falló
una pregunta, pero ¿sabes lo que pienso?
—¿Qué?
—Que lo hace a
propósito.
—¿A propósito?
—Sí, para no
dejar quedar mal a sus compañeros.
—Puede ser.
Otra calada.
—Además
siempre viene bien vestido.
—Sí, un par de
chicas le miran. Es muy descarado.
—Y él parece
pasar.
—Y eso las
vuelve aún más locas.
—Como nos
volvería a nosotras con su edad.
—Amén.
Una pausa.
—Lo que más me
gusta es que parece que sabe estar, no sé si me entiendes… parece un tipo muy
maduro para su edad.
—Sí. No sé si
es que la vida le ha tratado mal o simplemente es así.
—No lo sé.
Pero con unos años menos, créeme, le iba a echar el lazo.
—Anda y yo.
—Aunque bien
pensado, parece mayor para su edad. Es decir, con todo ese rollo de tío maduro
y bien vestido aparenta más de lo que tiene.
—Sí, no le
debemos de quitar tanto…
—Yo le echo
veinticinco o veintiséis.
—Yo un poco
más. Veintisiete-veintiocho.
—¿Tú crees? ¿O
es lo que quieres creer?
Se rieron.
—Para qué
engañarnos… es lo que quiero creer.
—Así no te
sentirías mal si…
—¿Si que?
—Bueno, al
final del curso suele haber una cena y siempre nos invitan.
—¡Descarada!
—Y yo lo
mismo, mujer, y yo lo mismo.
—¿Y nuestros
maridos?
—¿Qué sabrán
ellos?
—Es cierto.
Una de ellas
acabó su trabajo y estiró su espalda. Acto seguido se levantó.
—Aún te queda
un rato, ¿no?
—Poquito.
—¿Nos ponemos
una copa?
—Venga.
Sacó una
botella y dos hielos de una neverita-congelador para las ocasiones especiales.
De una lacena quitó dos vasos y sirvió.
—¿Brindamos?
—¿Por los
alumnos guapos?
—¡Por los
alumnos guapos!
Bebieron.
—¡Qué coño!
¡Por los polvos imposibles!
—¡Por los
POLVAZOS imposibles!
Bebieron.
—¡Por que dios
quiera que algún día…!
—¡Amén!
Bebieron.
—¡Y porque
llegue el lunes de una maldita vez!
—¡Eso, que
llegue el lunes!
Bebieron
nuevamente, fumaron y rieron.
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