30 ene 2016

Caca de perro

La vi al salir de la facultad y dijo:
—¡Me cago hasta en la puta!
Acababa de pisar mierda. Hizo equilibrio sobre una pierna y se miró la suela de la bota del pie levantado. Llevaba un escote portentoso.
—Joder. ¡Me cago en todo!
Me acerqué.
—Vaya putada —le dije. Nunca había hablado con ella.
Miré también la suela. La mierda se le había enquistado entre las ranuritas a la altura del talón. Sobre la acera había tres buenos zurullos de perro y un cuarto aplastado.
—Culpa de algún imbécil que no recogió —le dije.
—Y culpa mía por no mirar.
Bufó un poco más y luego pensó qué hacer. Empezó a frotarse contra la hierba pero no daba resultado.
—Mejor aquí. Ven —dije.
—¿Por?
—Es hierba seca y rasca más. Ya verás.
Subí un bordillo de medio metro y le ofrecí mi mano desde arriba.
—Déjame la carpeta —dije.
Me la dio y subió, apoyándose en mi antebrazo. Desde arriba sus tetas parecían aún mayores.
—Parecemos retrasados aquí arriba —dijo.
—Bueno, después de varios años puede que sea la primera vez que pisas esta hierba.
—Pues sí.
—Agradéceselo al perro que lo hizo.
Empezó a arrastrar el pie con violencia. Tres o cuatro sacudidas sobre el mismo sitio y después avanzaba un poco y miraba el suelo.
—Sale más. Es cierto —dijo.
Era cierto. Sobre las hojas quedaban pedacitos de mierda casi licuados después de los golpes.
—Pero aún queda lo peor —dijo.
—¿El qué?
Levantó una bota y notamos la peste.
—Qué asco —dijo.
—Sí. El cabrón estaba podre por dentro.
—Y tanto. Aunque lo que quería enseñarte es que aún queda mierda.
—Sí. En las ranuras.
—Justo. Eso no hay dios que lo quite.
Allí cerca había un seto podado casi en su totalidad. Apenas le sobresalía del suelo el inicio del tallo, con montones de palitos puntiagudos y aparentemente bien anclados. Parecía un buen sitio donde restregarse.
—Dale ahí —le dije.
—¿Tú crees?
—Agárrate a mí si quieres.
Lo hizo. Levantó el pie en cuestión e hizo equilibrio con el otro sujetando mi hombro con fuerza. Empezó a frotarse. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Le botaban las tetas. Se reía. Me estaba empalmando. Seguía riéndose. Le dio con más fuerza. Las tetas a punto de salírsele. Lo más parecido un polvo en el último mes y medio.
—A ver ahora —dijo.
—A ver —levantó el pie.
—Parece que ya está.
No olía y casi no había nada.
—Todavía hay un poco ahí. Mira.
Señalé el punto exacto. Quedaba una pizca casi invisible, pero quería un poco más de marcha.
—Pues sí —dijo.
Se volvió a agarrar a mí y a frotarse. Las tetas volvieron a ejercitarse. Emitía pequeños sonidos; como jadeos. Era como follar vestidos. Tenía material para una docena de pajas.
—Listo.
—Listo.
Como si nos hubiéramos corrido al mismo tiempo, miramos la mierda que se había quedado pegada a los palitos, infiltrándose parte de ella y llegando a la tierra de debajo; orgullosos. La bota estaba limpia.
—Cuando llegue a casa le paso agua y jabón y arreglado —dijo.
—Sí, porque si no el olor no se te va del todo.
Nos bajamos del bordillo y le devolví su carpeta. Caminábamos hacia su coche.
—Pues muchas gracias —dijo.
—Gracias al perro.
—¿Al perro por qué?
—Sin su cagada no hubiera existido nuestra primera cita.
—¿Consideras esto una cita?
—No, pero la que vamos a tener dentro de poco sí.
—Muy bueno —se rio.
Nos despedimos sin concertar la cita, pero con el cuento de la cagada ya me había ganado su saludo. Para ganarme también sus tetas tendré que esperar, y si hace falta mantener largas conversaciones acerca de cagadas de perros, de hostias en vinagre o de la puta madre de dios.

1 comentario:

  1. Je, je. Muy bueno, Alex.
    Excelente la construcción de los diálogos, se leen de un tirón.
    Dicen que pisar mierda trae buena suerte, pero eso nunca me ha pasado... (y tengo varias anécdotas para contar sobre el tema).
    Saludos.

    ResponderEliminar