Miguelito
estaba harto. Harto de sí, como él
decía. Era muy buen chaval. Estudioso, amable, educado y todo eso. Ni muy feo
ni muy guapo. Uno más del rebaño.
Pero todas
sus buenas cualidades le habían servido de muy poco para aniquilar su gran
tormento desde que dejase de ser un muchacho imberbe un buen puñado de años
atrás: perder la virginidad. Lo había intentado de todas las formas menos
pagando –eso era de cobardes-, pero
chico, no había manera. Apenas unos morreos en una mala borrachera y algún que otro
arrime de cebolleta en la disco, pero de meterla nada de nada. Ni con flores,
ni con poesías, ni invitando a copas, ni escuchando largas y tediosas
conversaciones: el pito de Miguelito seguía virgen como un eunuco salvo por su
mano toca-zambombas, que día sí día también era el sucedáneo del gran sueño, o
más bien obsesión, de nuestro desdichado protagonista.
Harto de sus
inútiles estrategias, decidió un buen día tirar por el camino más corto y
buscar su objetivo por la vía directísima, con una sutil frase al oído de la
pretendida que, cuanto menos, no la dejaba indiferente ni escondía de manera
alguna las intenciones de su interlocutor:
—¿Quieres
follar?
Tardaba
Miguelito cuatro o cinco intercambios de pareceres, sino menos, en soltar las
dos palabras y aclarar lo que pretendía y tener claro después lo que podía
esperar: ¿quieres follar? Y lo que consiguió mayormente fueron caras da
asombro, exigencias de explicaciones y rápidas escabullidas, cuando no
amenazas, tortazos, puñetazos y avisos al novio o amiguito más cercano para que
le quitara a tal acosador de encima.
Pero una
buena noche no fue así. Una buena noche se acercó a la muchacha de turno y,
después de presentarse y darse dos besos, se le acercó al oído y sin excesiva
dulzura le espetó:
—¿Quieres
follar?
Ella puso
cara de extrañada y con un gesto le dio a entender que no había entendido o no
había querido entender la pregunta, y que se la repitiera, ante lo que
Miguelito dijo:
—Que si
quieres follar.
Para
sorpresa de Miguelito y, ¿por qué no?, del resto del universo, la muchacha tomó
la palabra y, sin alarde tampoco de dulzura se arrimó al oído del otro y soltó:
—Venga,
vale. Vivo aquí cerca.
Se
dispararon las pulsaciones de Miguelito, que sin creérselo del todo supo
mantener la compostura para acompañar a la joven sin demasiados nervios, subir
con ella a su casa, entrar en la habitación, desnudarse, desnudarla, follar con
ella y gozar de una noche inolvidable después de tantos años de tormento;
repitiendo incluso, y escuchado después de la primera vez de boca de la chica
que agradecía la sinceridad de su pregunta por delante de todo.
La vida de
Miguelito mejoró desde entonces. Sentíase libre de presiones. Ahora podía
dedicarse a los menesteres de un joven normal sin que esa losa pesase sobre su
cabeza hasta dominar su vida, aunque ni por asomo abandonó su estrategia en las
noches que él llamaba de caza.
Repitió unas cuantas veces, nunca con la misma, en medio por supuesto de más
rechazos y hostias bien dadas, pero ¿qué era la vida sino eso? Algún que otro
premio en mitad de una sucesión de hostias.
Miguelito,
después de todo, había cambiado y ahora era; es, más feliz.
Por eso
quiero deciros, chicas, como narrador imparcial de una historia de la que fui
testigo, que si una buena noche o un buen día os topáis con Miguelito o con
cualquier otro que se os acerque de manera tan directa con sus intenciones por
delante, no le veáis como un enfermo o un degenerado merecedor de vuestro
desprecio, sino como un simple valiente con la sinceridad por bandera, al que
podréis decir que sí o que no, pero del que nunca podréis decir que tiene
oscuras intenciones, sino todo lo contrario. Y por supuesto os animo a que,
llegado el caso de apeteceros el asunto aunque fuera un poco menos que a
Miguelito, lo digáis con un simple «¿quieres follar?» o algo parecido, que
nadie debe asustarse ante la sinceridad. El verdadero susto os lo llevaríais al
echar cuenta del tiempo perdido otras veces con conversaciones inútiles.
Muy bueno, Alex, como siempre (aunque jamás pude decir, de una, las palabras del tal Miguelito...).
ResponderEliminarSaludos.