Sí que eran guays aquellas gafas de sol. Y
Toni las tenía. Una vez cargada la batería, te las ponías, le dabas al botón de
ON y a disfrutar. Se veía en blanco y negro (se decía que el siguiente modelo
sería en color), pero tenían la capacidad de mirar a través de la ropa, es
decir, de ver los cuerpos desnudos que se escondían debajo de camisetas,
pantalones, calzoncillos, sujetadores, bragas y tanguitas.
Las autoridades, por supuesto, las habían
prohibido, con multas de muchos miles de euros y hasta cárcel para quien las
usara o las comercializara, pero una remesa de ellas se coló en internet y
Toni, después de soltar una buena pasta, se hizo con unas y desde entonces es
otro. Sonriente, feliz. Empalmado todo el día. El pajillero de Toni.
Desde su ventana del primero, Toni se podía
tirar horas viendo la gente pasar. ¿Quién iba a sospechar nada de un tío con
unas gafas de sol que, al fin y al cabo, deberían no existir y a las que se
había procurado dar nula publicidad?
Las mujeres pasaban por debajo de él y allí
arriba estaba Toni, clavando sus gafas en aquellos cuerpos ignorantes de que
estaban siendo desnudados, con aquellas tetas y aquellos culos al aire,
escudriñados hasta el último detalle por el insospechado mirón del primero, que
se masajeaba sus partes viendo aquellas cosas portentosas a través de la ropa, sintiendo
que por fin la humanidad había inventado algo para él.
Pasó el tiempo y nadie se acordaba ya de
que alguna vez habían existido las gafas guays, así que Toni perdió el miedo y
se atrevió a bajarlas a la calle. Desde entonces entrar en el súper, tomar algo
en un bar, ir a una manifestación o tumbarse sobre una toalla en la playa era
mucho más divertido; era todo un espectáculo gratuito, cuando dos buenos pechos se mantenían inmóviles tras el
wonder-bra o una entrepierna estaba prácticamente depilada o se movía
ligeramente para dejarle ver el agujerito de la felicidad.
Toni no podía tener mejor vida.
Sólo se llevó una vez un chasco, y no fue
cosa de que la policía sospechase de él. Estaba en una terraza y reparó en que
una chica de muy buen ver y a la que ya le había escaneado convenientemente las
tetas, no le quitaba ojo y cuchicheaba algo entre risas con una amiga de su
mesa. Hacían eso. Le miraban y se reían. Le miraban y se reían. Toni no lo
comprendía hasta que se dio cuenta de que ¡la chica tenía también las gafas
guays! Nunca hasta entonces había visto Toni a nadie con ellas, y de pronto esa
chica las tenía y le miraba. ¡Y se reía! Toni se sintió indefenso y avergonzado
y no sabía dónde meterse. A cualquier otro tío incluso le hubiera gustado saberse
literalmente desnudado con la mirada, pero cuando se tiene un micropene que
apenas sobresale tres centímetros de la bolsa escrotal, lo mejor es hacer como Toni y acabarse
rápido la consumición, levantarse, pagar y soportar el bochorno como buenamente se puede hasta escapar del campo de visión.
¡Jajajaja! Qué maestro el Toni, ja, ja. Excelente, Alex, cómo me hiciste reír.
ResponderEliminarSaludos.