23 ene 2012

Bienvenido a la familia, muchacho

«Sólo a mí me podía pasar, sólo a mí –se dijo el muchacho–. Putas almejas. Si lo llego a saber no pruebo una. ¿Qué coño le echaría esa vieja a la salsa? Si es que ya me tenían mala pinta, muy mala. Pero claro, es tu futura suegra, no le vas a hacer el feo… Aunque lo feo es esto. Qué puto asco. Me levanto de la mesa obligado a cagar toda aquella salsa ¿y qué me encuentro? Que la puta cisterna no funciona bien. Sí, fue una cosa rápida. Sólo unos segundos. Sentarse, un poco de fuerza y ¡pum! C’est fini. Sólo quedaba tirar de la cadena, darle al flish-flish para disimular el honor y regresar al salón como si nada. Pero no, tenía que colar sólo el papel, que no el pastel. Míralo ahí, flotando, diciéndome jódete hijo de puta, mal día para cagar».
El muchacho buscó un cubo. En el mueblecito del lavabo, en la bañera, pero nada. Sólo encontró una botella de medio litro con la que intentar desatascar todo aquello. Comenzó a sudar.
«Joder. Puta botella. Esto no echa una mierda. Van a empezar a sospechar y lo último que puede pasar es que alguien quiera entrar. ¿Qué hago? ¿Le escribo a Sonia? Ella podría venir al rescate… mierda. No hay cobertura. Tiraré de la cadena más veces, las que haga falta».
Fue inútil. Allí seguía la mierda flotando, inundando la atmósfera de un gas maloliente.  
«Y justo el día que conozco a sus padres. Sonia me lo advirtió: mi padre es de los antiguos, de los que te mirarán con lupa… Menuda pieza el viejo. Menos mal que está de buenas porque ganó al tute. Pero tiene pinta de querer joderme la vida. Como esta cagada que no cuela…»
Alguien llamó a la puerta. «Me cago en la puta».
–Un momento.
–Muchacho, ¿estás bien? –era el suegro.
–Sí, sí, salgo enseguida.
–Llevas ahí mucho rato, ¿todo en orden?
–Sí, señor Montenegro. Es sólo que no funciona bien la cisterna y…
–Ah, la cisterna. Se me olvidó advertírtelo. Llevo meses queriendo cambiarla.
–Sería una buena idea, señor Montenegro.
El rapaz recurrió desesperadamente a la escobilla. Imposible. Allí seguían las pruebas del crimen. La mierda parecía que iba a perderse entre las cañerías y de pronto volvía, rezumando entre la espuma.
–Escucha –dijo el suegro–. Acércate a la puerta.
–Sí, señor Montenegro.
El muchacho pegó su oreja a la puerta, sin ocurrírsele un solo instante quitar el pestillo.
–Verás, muchacho. Necesito entrar ahí.
–No creo que sea conveniente en este momento, señor.
–Es muy urgente, ¿no lo comprendes?
–Esto está horrible, señor. Sería muy incómodo para mí que entrase y…
–¡GILIPOLLECES! Necesito entrar AHÍ AHORA. Me da igual lo que encuentre.
–Pero…
–¡QUE ABRAS, COÑO! –el suegro levantó la voz lo justo para no ser escuchado desde el salón.
«Jodido. Definitivamente jodido. Como entre y vea esto me echa de casa. Último intento…» El muchacho utilizó también uno de sus zapatos, taponando el camino de regreso de la mierda, mojándose incluso el antebrazo.
–Chaval, voy a entrar.
–Un segundo, señor.
–¡IMPOSIBLE!
Hallábase el muchacho en plena maniobra cuando escuchó un golpe seco. La puerta se abrió a toda velocidad, impactando contra la pared. El señor Montenegro apareció tras ella. Agarró al joven por el cuello de la camisa y lo apartó del retrete. Acto seguido se arrodilló, tomó la taza por las manos y vomitó exageradamente. Como un grifo de agua turbia. El joven contemplaba apoyado en el lavabo cómo su futuro suegro se deshacía en arcadas. No se atrevió a acercarse. Aguardó a que el señor Montenegro terminara y fuera él quien se incorporase y abriese la boca.
–¿No entiendes la palabra urgente, muchacho?
–¿Está usted bien, señor?
–Ahora sí. Como dios.
–¿Qué le ha pasado?
–¿Qué iba a ser? Las putas almejas. No había quien se tragase esa salsa.
–Estoy de acuerdo, señor. Por eso he tenido que venir al baño.
–Joder, mira esto –el suegro indicó el retrete.
–Ya lo creo.
–Menuda fiesta. Pero una cosa… de esto ni una palabra a mi mujer.
–No era mi intención, señor, pero si no funciona la cadena, ¿no cree que se enterará?
–No le diremos que fueron las almejas. Hemos pasado una mala racha. A mí me gustan mucho las jovencitas, ¿me comprendes? Y ahora que me ha perdonado, no creo que sea conveniente que sepa que estamos jodidos por culpa de su salsa.
–Como diga, pero alguien tendrá que limpiar esto.
El suegro tiró de la cadena. Sólo desaparecieron parte de los vómitos. El aspecto del retrete seguía siendo lamentable, y el olor, nauseabundo. Se percataron entonces de que había movimiento en el salón. Alguien se había levantado.
–Mira, muchacho, ¿a ti te apetece dar explicaciones?
–De ninguna manera, señor Montenegro.
–Pues acompáñame y chitón.
–¿Y qué hacemos con esto?
–Tú sígueme, ¡rápido!
Suegro y yerno salieron del aseo a paso ligero. Doblaron la esquina del pasillo y escucharon un grito tras ellos. Alguien había entrado en el cuarto de baño.
–Sigue caminando, como si nada –dijo el suegro.
–¿A dónde vamos, si se puede saber?
–A mi despacho. Es un buen momento para dar buena cuenta del mini-bar, ¿estás de acuerdo?
–Estupenda idea, señor Montenegro.
–Me alegro. Bienvenido a la familia, muchacho.
El suegro tomó del hombro al joven, entraron en el despacho y cerraron la puerta.
–Muchas gracias, señor –dijo el yerno–. Para mí es un honor. 

1 comentario:

  1. Andrés de Andrés27/1/12, 23:18

    Iba a calificar lo leído como "un mal trago", pero visto (e imaginado) el panorama, no me ha parecido muy indicado. Felicidades, consigues que se te vea en la situación, allí encerrado y con el futuro suegro llamando...

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