15 jul 2012

Amigotes

Estaban por fin los tres. Se subieron al coche y tras los portazos, se escucharon a coro tres suspiros de alivio. Antes de que Troy arrancase se miraron unos a otros. Fue Axel quien habló primero:
—No veáis lo que me costó, tíos –dijo–. Quedaba todavía media hora para largarme y creí que Emily estaba convencida. Vamos, que me dejaría largarme sin más. Entonces me relajé y busqué una cerveza, seguro de mi victoria, y va y entra en la cocina cuando estoy apretando el abrelatas y me dice: “Muy sonriente te veo”, y yo le contesto “¿acaso eso es malo?, y me dice “da que sospechar”.
—Joder –dijo Troy.
—Sí, ¡qué putada! Casi lo tenías –dijo Lance.
—Y tanto –siguió Axel–. Se me acerca y empieza a besare y a magrearme. En principio a mí me moló pero pronto comprendí sus intenciones. ¡Quería marcar territorio!
—Ajá –dijeron los otros.
—Y ya lo creo que lo hizo. Echamos el primero allí mismo, en la cocina. Una cosa rápida, sin mayor complicación. Creí que así estaría contenta…
—Pero no –negó Lance.
—Por supuesto que no. Terminamos y me dice que vayamos a la cama, que quiere descansar conmigo un rato, y yo claro, mirando el reloj, viendo que la hora se me echa encima –Axel se inclinó hacia adelante para llamar si cabe más la atención de sus camaradas–. Después de un rato allí tirados va y se me pone encima…
—No puede ser.
—¿Que no? Ya lo creo que puede ser. Quería otro la señorita. Así que se empieza a mover y yo jodido, todavía dolorido por el anterior, y tuve que cumplir y no se quedó satisfecha hasta que los dos llegamos al final.
—Lo siento, tío –le dio Troy una palmadita en el hombro.
—Lo peor es que al final Emily me reconoció a qué se debía tanta pasión. Se encendió un cigarrillo mientras yo me vestía y me dijo: “Ya puedes irte ahora. A ver si la otra puede sacarte algo más”.
—¡Criminal!
—¡Barbarísimo!
—¿Y tú, tío? –le preguntó Axel a Lance–. Tienes cara de habar batallado lo tuyo.
—Cierto –contó Lance–. Me vestí y me duché para la ocasión y cuando salí del baño allí estaba Dan, con su cara de perro de siempre.
—Dispuesta a examinarte –sugirió Axel.
—Más que eso. Creí que se conformaría con un berrinche y un buen sermón, pero no… No os imagináis lo que hizo. Se me acercó mirándome muy seriamente. Os juro que podría asesinarme con la mirada en ese momento.
—Menudo marrón.
—¡Un marronazo!
—Entonces se pone a olerme y me dice: “Llevas colonia”, y yo le digo que sí, como todos los días. Pero ella dice que si necesito oler bien por algún motivo. Le digo que no y me salta: “Te juro por mi madre que estaré despierta cuando vuelvas y volveré a olerte. Sabes que tengo el olfato muy desarrollado, ¿verdad? Bien. Pues como encuentre un resquicio de colonia de otra fulana en tu pelo, en tu cara, en tu cuello o en cualquier punto de tu ropa te juro que lo descubriré, y después serás tú el que enteres”.
—Muy amenazadora –dijo Axel–, pero será difícil que eso pase.
—¡Al contrario! –se desesperó Lance.
—¿Y eso?
—Sí. ¿Y eso?
—Venía de camino a la cita cuando me encontré dos compañeras del curro. Katy y Lisa, creo que os hablé de ellas. Están buenorras y les gusta la marcha bastante. Así que me vieron y se me acercaron. Sólo fueron dos besos en la cara, un abrazo y cuatro palabras, pero cuando me quise dar cuenta me habían pegado su olor a buscona por el cuello y la camisa. ¡Mirad!
Se acercaron a oler Axel y Troy. Efectivamente, olía a colonia.
—Oh, oh –dijeron.
—Estoy acabado. ¡Acabado!, ¿me oís? Este olor no se irá en unas cuantas horas y os juro que Dan tiene olfato de sabueso.
Permanecieron callados unos segundos. No había consuelo posible para Lance.
—Si te sirve de algo a mí también me costó lo mío librarme de Susie –dijo luego Troy.
—¿Ah sí? –preguntó Axel– ¡Pero si Susie es un trozo de pan!
—Eso es lo que parece. Nos pasamos toda la tarde haciendo limpieza y según se acercaba la hora de la reunión noté que se ponía seria y cabizbaja. Yo le preguntaba qué le sucedía y ella insistía en que nada.
—Mentira.
—Mentira.
—¡Por supuesto que es mentira! –gritó Troy–. Cuando llegó la hora justa vi que había desaparecido. Fui a buscarla al dormitorio y me la encuentro llorando en la cama. Intento consolarla, algo rápido, unas palmaditas, no pasa nada, todo eso… Le digo que si no quiere hablar ya me lo contará después y entonces se incorpora y haciendo pucheros me grita: “¡es que no te entiendo!”. Le pregunto por qué y me dice que no la quiero lo suficiente, que paso de ella y bla, bla, bla…
—¿Por qué?
—Sí, ¿por qué?
—Según ella si esta reunión era tan importante para mí ella debería estar presente porque debería estar presente en todos y cada uno de los momentos importantes de mi vida, y si no contaba con ella, pues adivinad… que no la quería lo suficiente y la estaba engañando.
—Qué retorcida –dijo Lance.
—Ya te digo –asintió Axel.
—Así que me fui sintiéndome fatal, dejándola llorando como si se acabase el mundo.
Durante unos instantes los tres amigotes no dijeron nada más, pensando en sus cuitas respectivas. Hasta que Troy dijo “¿arrancamos?” y los otros dijeron “vale” y empezó a sonar el motor del Nissan.
Trataron de animarse para que nada interfiriese en sus planes. Enseguida los tres estuvieron convencidos y con la mente puesta solamente en su futuro inmediato.
Pasaron por delante de la discoteca. Varias parejas se enrollaban en la puerta y unas cuantas chicas con minifalda bebían sentadas en la acera con las piernas abiertas. Dentro del coche hubo risas y comentarios.
Luego el Nissan se acercó a la enorme entrada del puti. Dos negros custodiaban la puerta y unos cuantos clientes salían satisfechos. Troy miró a Axel y los dos dijeron al mismo tiempo: “Hora de ir al piso”. Se frotaron las manos y circularon unos minutos hasta que encontraron aparcamiento en una estrecha calle junto al piso.
Subieron. Lance tocó la puerta: la contraseña eran dos puños fuertes y dos más suaves. Un hombre les abrió.
—Hola Harold –dijeron.
—Llegáis tarde.
Hubo apretones de manos y palmaditas en la espalda.
—Pasad –dijo Harold­­–. En el salón. Enseguida empieza todo.
Axel, Lance y Troy descansaban en el sofá a la espera de Harold.
Quince minutos después los cuatro comían pizza, bebían cerveza, hablaban de gilipolleces, se reían y tenían en la tele una partida en pausa a la Play Station.

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