La agarré por el cuello. Era
la primera vez que la tocaba. Sus ojos cobraron pavor cuando le confesé que la
mataría en aquel mismo instante. Aumentando poco a poco la presión de mis manos,
le expliqué que mi egoísmo me impedía alejarme, pero no soportaba la condena de
tenerla cerca el resto de mi vida sin poder acercarme.
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