2 feb 2015

De sueños o pesadillas

Pocas veces hablo de mí. Y tú lo sabes. De hecho te dije un día que me gustaba muy poco hablar de mí mismo, que yo era más de poner el hombro y escuchar que de desahogarme dándole a la lengua, ¿recuerdas? Pero de vez en cuando pasa esto, que exploto, y lo que no tengo a quién decir cojo y lo escribo, no sé con qué objetivo, pero lo escribo y ahora lo que creía lo más íntimo pertenece, sin ánimo de fanfarronear, a toda la humanidad.
Odio los sueños felices. Los odio a rabiar, con toda mi alma. Con las pesadillas me queda el consuelo de que la realidad es mejor que la imaginación, pero la vuelta a la realidad tras un sueño en el que alcanzas tus deseos más profundos es un duro golpe que no te provoca sino mayor desgracia que la que ya padeces sin añadidos ficticios. Porque lamentablemente vives más tiempo en la realidad que en ese idílico estado, y eso es difícil de encajar. Más cuanto más intensos son esos deseos.
Esto viene a cuento, claro, de mi sueño más reciente. En realidad fueron dos sueños. Uno hace unas cuantas semanas, aunque no le quise dar más importancia, quizá por ciertos factores externos que no vienen al caso. El otro fue esta misma noche y no podría jurar que no se me escapó una lágrima tras cerciorarme de que aquello no era real.
Del primer sueño ya no recuerdo demasiado. Sólo tu cara con un deje de tristeza después de haberte besado, pero no era una mala tristeza, más bien parecía eludir a algo que se removía en tu interior. También me acuerdo del sabor del agua en tus labios, porque llovía a cántaros aunque juraría que era un espacio interior, y los pelos que se te pegaban a la cara por la lluvia, y el contacto de tu abrigo cuando te sujetaba por la cintura sin que tú te quitases las manos de los bolsillos. Me desperté creyéndote al lado para volver a besarte. Pero no estabas.
Aunque aquel está casi olvidado. El sueño de ayer sí fue increíble y terriblemente reciente. Y a pesar de su proximidad, es sorprendente cómo por segundos olvidamos escenas y lo que aquí voy a contar no es ni la mitad de la mitad de la mitad de lo que he soñado. La historia completa, estoy seguro, hubiera fructificado en un gran relato.
Estábamos tú y yo y había más gente. No recuerdo quienes pero los conocíamos. Había barullo pero todo era familiar. Familiar y lejano al mismo tiempo, como los extras de una película en la que tú y yo éramos los actores principales. Ellos eran necesarios pero irrelevantes, ¿comprendes?, sin robarnos el protagonismo.
De pronto me acerqué a ti. Una vez de tantas que me acercaba a ti tras una excusa para hacerlo. Yo me puse un poco nervioso, como siempre que te tengo cerca aunque tú no lo notes, ¿o quizá sí? Y me dijiste:
—Tienes que besarme.
Yo podía olerte. Eran muy pocos centímetros de separación. Insististe:
—En serio, Alex, tienes que besarme ahora.
La gente seguía a lo suyo, ajena absolutamente a lo que sucedía frente a sus narices.
—No puedo —dije yo.
—No me digas eso. ¿No es lo que querías?
—Más que nada en este mundo.
—Entonces ven.
Ahora eran sólo milímetros. Una brisa un poco fuerte nos hubiera hecho tocarnos.
—Adelante —dijiste.
—No puedo. Así no. No puedo.
—¿Así cómo?
—No es así como quiero hacerlo.
—Haremos bien las cosas.
—Si te beso estaremos haciéndolo mal.
Recuerdo otra vez agua corriendo por tu frente. Yo sin embargo no estaba mojado. Te rodeé la cintura. Tú, por supuesto, mantuviste tus manos en los bolsillos del plumífero.
—Es que es necesario que me beses, ¿comprendes? —casi lloras al hacerme la pregunta.
—Lo sé. Pero no puedo arriesgarme a que sea un beso de despedida.
—Será el primero de los besos.
—Eso no puedo saberlo.
—Sí, porque como te dije, voy a hacer bien las cosas.
—Primero haremos bien esas cosas, ¿vale?
—Te prometo que no será sólo un beso.
—¿Hay sentimientos?
—Hay sentimientos. Perdona no haberme dado cuenta hasta ahora.
—Entonces dejemos que todo siga su curso.
—No sabes lo que me cuesta separarme de ti, pero que así sea.
—Te juro que más me cuesta a mí después de todo lo que he esperado.
—Pero es sólo un hasta luego... hasta que se arregle...
—Lo que tú y yo sabemos.
—Sí, lo que tú y yo sabemos.
Hubo una pausa en la que me alejaba de ti como si tuviese ruedas, con una continuidad en mis movimientos carente de sentido físico. Volví a ver a la gente en su maremágnum de rutina cuyo sentido me es imposible descifrar.
—Ahora tengo que despertarme —te dije.
—Lo sé. Pero prométeme una cosa... —volviste a estar a punto de llorar— Prométeme que te despertarás con la sensación de haberme besado.
—Te lo prometo.
Y me desperté otra vez con tu agua en mis labios y tu olor en mi boca y en mis narices, deseando sin éxito dormirme otra vez antes de que el desvelo fuera tan intenso que me fuera imposible reenganchar el sueño, y finalmente hundido ante lo que definitivamente había sido irreal.
Ahora dime, ¿es bonito soñar? ¿Es justo? ¿Hay algo de realidad en todo lo que te he contado o es sólo una mala pasada de mi imaginación? Dime algo, por favor, porque me estoy volviendo loco y temo el momento de volver a dormirme y encontrarme contigo.
Quiéreme o mándame a la mierda, pero termina ya con esto.

3 comentarios:

  1. Me gustó mucho, Alex, un relato íntimo, sensible, por el que flota la tristeza, la incertidumbre.
    Los dos primeros párrrafos me parecieron muy buenos, inicias con fuerza y la reflexión sobre los sueños felices es interesante. El final, ambiguo, da para abrir distintas puertas.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias, Mirella y Ana. Un saludo.

    ResponderEliminar