Había sido un polvo prodigioso. Me sentía eufórico y
magnánimo y en fin, de vez en cuando los hombres cometemos estupideces, así que
decidí agradecérselo y llamé a la floristería, encargué un ramo con dos o tres
rosas y unas cuantas orquídeas —a gusto de la empleada que me atendió al
teléfono— y leí el mensaje de la correspondiente notita y di la dirección de
envío.
Me fui al trabajo satisfecho por la buena obra, a la
espera de un whatsapp o una llamada de agradecimiento o comentándome que estaba
caliente y deseando repetir.
A media mañana recibí la llamada.
Era mi mujer, hecha una furia. Y con toda la razón.
Con toda mi euforia, gilipollas de mí, había dado la
dirección de mi propia casa, donde esperaba ella. Me la imagino primero
extrañada, luego y por un instante ilusionada ante el único acto romántico como
casados, y finalmente entrando en cólera mientras leía la nota. Ponía algo así
como «Para la rubia de mi vida. Gracias por lo de ayer». Y con respecto a mi
mujer, ayer sólo había habido huevos
fritos con patatas y dormir culo contra culo, y de rubia no tenía ni los pelos
del bigotito.
Me cayó el divorcio una semana después. También me
dejó la rubia. Decía que sin riesgo la cosa no
le ponía.
Ahora estoy sólo, sin un chavo y matándome a pajas. En
fin, que hay que pensárselo dos veces antes de querer agradecer un buen polvo.
Excelente consejo, Alex.
ResponderEliminarGracias a tus letras, pude imaginarme la cara de la esposa del protagonista, ja. Muy bueno.
Saludos.