Recibí el
primer whatsapp un sábado por la noche: «no sé ni dónde ni cuándo, pero tú y yo
vamos a acabar follando». Era de un número desconocido y yo me limité a
preguntar quién era y a sugerir que se había confundido, pero no. En los
siguientes mensajes me habló de mí, dejando muy claro que me conocía: qué
estudiaba, dónde vivía, etcétera.
Obviamente
traté de averiguar pero no hubo manera. Mis amigos me juraron que no había sido
una broma suya y que no conocían el número, animándome a investigar un poco más
para, ¿por qué no?, llevar a efecto el contenido del mensaje, que según ellos
«buena falta me hacía».
En eso no se
equivocaban, la verdad. Llevaba una buena temporada de sequía y yo creía en eso
de que los hombres podían terminar por volverse locos si no la metían de vez en
cuando.
Entonces
llegó otro mensaje, también un sábado por la noche: «no sé ni dónde ni cuándo...
pero me puedo imaginar el cómo». Me tuve que masturbar antes de meterme en cama
y, al día siguiente, llamé al número desconocido. Nadie respondió ni ese día ni
los siguientes, ni tampoco a los mensajes en los que yo insistía en saber quién
coño me escribía esas cosas.
Por aquel
entonces yo andaba detrás de una tía. Solía quedar con ella. Ya sabéis: un
café, una cerveza, un helado, un paseo, jiji-jaja y te acompaño de vuelta a
casa. Nada más. A ella no se le veía interés en llevar lo nuestro más allá y se
limitaba a repetirme:
—Nunca había
conocido a nadie como tú. Me encanta pasar el tiempo contigo.
Y a mí
frases así me volvían paranoico, haciéndome creer que la tenía en el punto
exacto, donde yo quería, así que no tardé en confesarle que por mí iríamos más
allá, a lo que ella me contestó que «no estaba en esa época de su vida». No
comprendí qué carajo significaba eso con exactitud, pero sí tenía claro que de
meterla en ella, aunque fuera la puntita, nanai de la china.
Con todo el
rollo de los mensajes terminé con un gran lío en la cabeza y el resultado fue
que me alejé de esta chica un poco, consciente además de que de nada me
serviría avanzar en una amistad que yo no quería y ella sí. Nuestras citas se
hicieron más esporádicas y adopté una actitud más distante que ella pareció
comprender, pues nunca me dijo nada al respecto.
Meses
después la chica se había echado novio y yo me eché novia también; mi novia
actual, pero el sábado pasado mi móvil vibró en su mesilla y yo lo cogí y leí
el whatsapp que me acababan de enviar. Era esta chica: «la de los mensajes era
yo desde mi otro número. La vida es corta y el tiempo; oro». Y yo, antes de
tirarme mentalmente de los pelos y volverme otra vez paranoico, sólo pude
asentir y decirme a mí mismo que tenía toda la razón. La de polvos que me habré
perdido...
Tenés una habilidad envidiable para compenetrarnos con los sentimientos de tus personajes, Alex.: imposible no sentirse un poco mal por todo lo que le pasa al pibe.
ResponderEliminarUn relato sorpresivo, con un final que jamás me vi llegar, y que me gustó mucho. ¡Felicitaciones!
Saludos.