21 dic 2011

La monja y el pervertido

La monja rezaba ante su lecho, arrodillada. La puerta se abrió y el pervertido entró en la estancia, con los pantalones y los calzoncillos bajados y su moral bien levantada. Se situó tras ella, rozando sus hombros con el miembro para llamar su atención.
–Dios de mi vida, ¿qué es esto? –se espantó la monja.
–¿Usted qué cree, hermana?
–Por favor, póngase la ropa. Jesucristo bendito –se santiguó.
–No diga que no le gusta. ¿Cuánto hace que no ve un hombre desnudo?
–¡Por favor! Compórtese. Jamás he visto a un hombre desnudo.
–¿Y qué le parece?
–Me parece un pecado. Y usted un pecador, ¡márchese!
–Ni hablar.
–No tiene derecho a estar aquí. Haga usted el favor de…
–De aquí no me muevo hasta que consiga lo que vengo buscando.
Trató la monja de escabullirse bajo los brazos del pervertido, mas este se lo impidió asiéndola por la cintura y arrojándola sobre el lecho.
–Es usted un loco. ¡Voy a gritar!
–Grite todo lo que quiera. Me excitará aún más.
–¡SOCORRO! ¡SOCORROOOOOO!
–Así, así. No sabe cuánto me gusta.
El hombre se lanzó también sobre la cama, reptando entre las piernas de la monja, que miraba aterrada.
–¿Qué va a hacer?
–Descubrir su secreto.
–¿Qué secreto?
–Ya lo verá. Dígame usted su nombre.
–Gabriela. Hermana Gabriela.
–Gabriela. Me gusta. Serio y femenino. Gabriela…
–Váyase, por favor, me va a meter en un brete.
–¿No quiere usted conocer los placeres de la carne?
–El único placer que contemplo es el de mis votos.
–¿Ah sí? Pues déjeme presentarle otro tipo de placeres.
El pervertido pasó la mano bajo el hábito de la monja, que reculó hasta encontrar la pared del cabecero.
–¿Qué está usted haciendo? –preguntó.
–Sólo acariciarla.
–¡POR DIOS! ¡SOCORRROOOOO! –gritó– ¡ME ESTÁN VIOLENTANDO!
–Vamos, hermana. No me diga que no le place.
–¡SOCORROOOOO! ¿No se da cuenta de que esto es pecado?
–Pecado es su cuerpo, Gabriela. Déjeme avanzar un poco más. Así… por aquí… ¿ve usted qué bien?
–¡DIOS MÍO DE MI VIDA! ¡VIRGEN SANTA DE MIS AMORES! ¿QUÉ HACE USTED? ¡POR LOS CLAVOS DE CRISTO! ¡AY, AY, AYYYYYY!
–¿Lo ve? ¿Lo ve como jadea? Sabía que le encantaría.
–Estoy condenada. ¡Ay, ay! Al infierno. Estoy condenada al infiernooooo…
–Todavía queda lo mejor, hermana Gabriela.
–¿Lo mejor? ¿Cómo que lo mejor?
–Sí, lo mejor, ya lo verá.
El pervertido se aproximó y la montó hasta que se encontró dentro de ella. La monja se escandalizó:
–¡Pervertido! Es usted un pervertido, ¿me oye?
–Lo sé, hermana, lo sé, mas ¿qué puedo hacer? –dijo él, sin dejar de oscilar adelante y atrás.
–De momento, bájese y cierre la puerta, que entra corriente.
El hombre se bajó, cerró la puerta y regresó al lecho junto a su amante. Es lo que tiene follar mucho tiempo con la misma persona, que o haces algo nuevo o te acaba aburriendo.

2 comentarios:

  1. Enorme!! Crack!!

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  2. Alex, estupenda historia y muy buen trabajo en los diálogos. El final es muy bueno porque das un giro al relato y donde lo que resulta no es lo previsible.
    Aprovecho Alex para desearte una Feliz Navidad y un año 2012 donde se cumplan todos tus deseos y venga cargado de proyectos, ilusiones y sorpresas agradables.
    Un abrazo navideño

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