25 dic 2011

De la navidad, el vino y el retrete

No tengo nada contra la navidad. Es decir, no voy a ponerme aquí a «cursilear» con que me devuelve a la época feliz de mi infancia –menuda mentira–, ni a despotricar con que si es hipócrita, consumista o, como mínimo, triste para muchos.
Simplemente, no tengo una opinión muy formada. Habrá cosas buenas y malas. Lo de los regalos… me sigue gustando que me sorprendan o haber acertado con el que yo he comprado. Pero me doy cuenta de que crecimos y nos hemos vuelto un poco gilipollas –en mi caso, más gilipollas todavía–. La entrega/recepción de regalos se convierte en protocolaria, en tener que dar porque a mí me van a dar. Y lo peor, que casi todo lo que recibo es dinero. Que viene cojonudo, oye, pero días antes de navidad me preguntan «¿qué quieres?», y yo, «no sé», y me dicen «si prefieres te doy el dinero y te compras lo que quieras». Es triste, pero suelo aceptar eso. ¿Dónde está mi imaginación?
Pero la idea de esta entrada era otra. Pensé otra vez en Paquito y sus colegas. En qué sería de ellos en nochebuena.
Me los imagino en su banco, en su piso compartido, en el comedor social, en los soportales, en el cajero del banco. Puede que pensando que en su día habrían compartido esa noche con alguien querido. Que quizá ellos habrían sabido qué decir si les preguntan qué quieren. Incluso ahora lo sabrían. ¿Una botella de vino, quizá? ¿O dos del barato, para compartir? Me imagino a ese borracho que un día vestía traje y al siguiente decidió echarse a la cuneta con su botella, dejando que los charcos empapasen su traje mientras éste se desgastaba, igual que su dinero, y su vida. Ole sus huevos.
Su mujer le habría dejado porque era un ludópata, un bebedor, o sencillamente estaba arruinado. Allí lo veo a él, en el retrete, mirando la foto de ella mientras da vueltas al tirar de la cadena y proclama: «jódete, zorra». Y luego se va a beber, a pedir, o hacer esas cosas que hacen los que no tienen mejor cosa que hacer.
Y pienso qué pensarán de mí. Yo, que desde mi poltrona de toda una vida por delante, de sociedad media-alta, de tener mi ordenador con mi tiempo libre y mi plato de comida esperando, me dedico a escribir de ellos sin tener ni puta idea de lo que es su vida y de lo que pasa por su cabeza. Sí, evidentemente estoy comodísimo en mi poltrona, y no soy nadie para hacer demagogia barata –¿hay otro tipo de demagogia?– o considerarme el defensor del pobre.
Era sólo un pensamiento de navidad. Ni siquiera voy a expresar mis mejores deseos para nadie, ni para los paquitos de turno. Eso sería una falta de respeto. Son ellos los que deberían expresar si nos desean una feliz navidad a los demás.

2 comentarios:

  1. Andrés de Andrés25/12/11, 18:04

    Plasmas una triste realidad: nos hemos acostumbrado a ver gente durmiendo en los cajeros o soportales, apenas protegidos del frío por cartones. Constituimos ya una sociedad que experimenta mayor sensibilidad hacia los animales. Por eso muchos mendigan con un perro a su lado.

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  2. Estuvimos hablando de eso mismo el sábado de noche, me ha gustado.

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