1 feb 2012

El misterioso caso del pedo bajo la sábana (3 de 3)

TERCERA PARTE

[...]
–Señor, si me permite –dijo el ayudante Flátez–, sólo se me ocurre una cosa.
–Adelante, ¡sorpréndame!
–Que pruebe esa sustancia con el perro.
–¿El perro?
–Sí, el perro, ¿por qué no? Él no tiene coartada.
–¡Se han vuelto locos! –se airó la Sra. Empompa– Chascarrillo no es capaz de hacer eso, ¿verdad, Chasky? ¿Dónde se ha visto que un yorkshire terrier cometa semejante atrocidad? Nadie va a obligar a mi Chasky a comer esas sustancias, ¿entendido?
–Flátez –aclaró el Sr. Metano–. Jamás un perro se ha tirado un pedo así. Y tampoco sabemos los efectos del laxante en un can. Me parece muy arriesgado.
–Lo entiendo señor. Era sólo una sugerencia. Señora, mis disculpas.
–Nadie toca a mi Chasky. Sospechar que ha sido él, ¡menuda idiotez!
–Sólo por curiosidad, señora, ¿qué había cenado el perro aquella noche?
–Pues imagínese. Las sobras de todos. Búfalo, habichuelas, judías… un manjar, vamos.
–Ajá. Y parece que Chascarrillo le acompaña a todas partes, ¿no es así?
–Así es. ¿A dónde quiere llegar?
–Y entonces aquella noche podía estar en la habitación, ¿verdad?
–¡Claro que podía! Estaba bajo el lecho, como siempre, ¿o no, compañeros? –todos asintieron.
–Siempre está –dijeron aleatoriamente–. Pero nunca ha dado ningún problema. Está acostumbrado a nuestras reuniones.
–Bien, pero… dicen que el olor del pedo llegaba de todas partes.
–Sí –dijeron varios.
–Llegaba de todas partes… por ejemplo, de debajo del catre. El gas sale por ambos lados y penetra entre las sábanas a izquierda y derecha. Si me apuran, hasta podía haber atravesado el colchón.
–¿Qué está usted, diciendo? –preguntó la Sra. Empompa– Mi Chasky no es capaz, se lo repito por última vez.
–¿Me permite echarle un vistazo, señora?
–Como quiera, ¡pero no le dé nada raro!
–Descuide. He leído mucho sobre pedos de animales. Dudo que este diablillo haya podido ser –el detective cogió a Chascarrillo, se sentó en un lateral del sofá, junto a la Sra. Empompa, y lo puso en su regazo–, pero me aseguraré.
–¿Cómo, Sr. Metano? –preguntó el ayudante Flátez.
–Mire. Hay que conseguir que se relaje. Está un poco tenso, ¿lo ve? Se le acaricia por aquí, en la espalda, muy despacio. Luego por el lateral, ¿ven como le gusta? Se está relajando. Un poco más… un poco más… –siguió así unos minutos–. Creo que ya está –el perro estaba prácticamente dormido–. Si tiene ganas este es el momento. Se le levanta el rabo, muy despacio… muy despacio…y…
–¡Oh! –exclamó la Sra. Feláez.
–Dios mío, ¡qué espanto! –dijo la Sra. Empompa.
–Sí. Así fue. Tal y como está sonando. ¡Así! –juró el Sr. Remolón.
–¡Tal cual, señor, tal cual! –gritó la Sra. Jíbara.
–Seguiré sujetando, hasta que termine.
–Fíjese –dijo el Sr. Catabajos–. Como dijo la Sra. Empompa, ¡parece un buque a lo lejos!
–Ya lo creo, ya lo creo… –contestó el detective– Sigue, criaturita, sigue.
–¡Y lo que dura! –dijo el Sr. Remolón.
–No poder creer –habló el Sr. Sodomo.
–Al fin, ya está –dijo el detective–. Le soltaré el rabo y le dejaré irse. ¡Tenemos al culpable!
–Lo peor vendrá ahora –se lamentó la Sra. Feláez–, ¡tápense las narices, señores! ¡Antes de que sea demasiado tarde!
–¡Lo tenemos, Flátez, lo tenemos! –celebró el detective, que esperó a que el olor le llegase para taparse las narices– ¡Esto es nauseabundo! ¡Nauseabundo! ¡Magnífico, Chascarrillo, magnífico! ¿A dónde van todos?
–Sígannos si no quieren arrepentirse, ¡a la cocina!
–Sí, Sr. Metano, ¡vámonos, por favor! ¡Esto es insoportable!
–De acuerdo, Flátez, ¡a la cocina! –entraron todos allí, dejando al pobre Chascarrillo solo en el salón. Por fin pudieron quitarse las manos y respirar– Bien, señores –dijo, poco después–. Ha costado, pero lo tenemos.
–¡Qué decepción! –se lamentó la Sra. Empompa– ¡Mi Chasky!
–Sí, señora. Su Chasky. Un caso extraordinario.
–Tendré que prescindir de él en mi alcoba para la próxima bacanal.
–Mucho me temo que sí. Bien, caballeros, señoras… ha sido un honor haberles servido de ayuda. Flátez, ¡mi gabardina!
–Pero, señor, tendría que ir al salón a buscarla. ¿No querrá que…?
–¡Flátez! ¿No teníamos pendiente un caso en el ascensor del edificio federal?
–Sí, señor, pero…
–¡Pero nada! Salga ahí y sea un hombre.
–Sr. detective –dijo la Sra. Empompa–. En vista de que ninguno de nosotros ha sido el culpable, nos reuniremos de nuevo esta noche para celebrarlo. Están formalmente invitados, ¿qué les parece?
–¡Excelente idea! –saltó el ayudante Flátez.
–¡Flátez, conténgase! ¡Ese caso del ascensor no se resuelve solo! Verán… dos empleados acusan a la presidenta de echarse un pedo en el ascensor que le causó un desmayo a uno de ellos, ¡pero ninguno se atreve a recriminárselo! Me temo que su reunión se celebrará sin nosotros. Flátez, la gabardina.
–Sí, señor. Enseguida.
–Señores. Un placer. Y ya saben… no hay gas humano que se resista al detective Metano. ¡O incluso, no humano! ¡Hasta otra!
Y todos dijeron: ¡hasta otra!

No hay comentarios:

Publicar un comentario