Venía de la ciudad la otra noche,
habiendo elegido la carretera de la costa, que aún siendo más larga, parece que
con mayor facilidad me puede inspirar algo así como un pensamiento profundo, por
aquello de la mayor soledad y las vistas abiertas al paisaje de la ría y al
cielo.
Hacía, cosa poco habitual en La
Coruña, una noche despejada y, más mal que bien, podían verse desde el coche
unas cuantas estrellas: una decena a lo sumo gracias a la diosa contaminación.
Una de ellas juraría yo que era un planeta, intuyo que Saturno pero no podría
asegurarlo; y así como quien no quiere la cosa, me pareció que el puntito se
hizo más gordo y brillante durante unos segundos y después volvía a su tamaño y
brillo normales. Dudé se había sido un avión, un efecto óptico o sencillamente
una confusión mía, pero lo primero resultó imposible, lo segundo no me cuadraba
y lo tercero no quise creerlo, así que decidí quedarme con mi versión: Saturno
había crecido y se había deshinchado poco después.
Entonces imaginé, en el poco camino
que quedaba hasta que los obstáculos laterales (árboles, puentes, edificios,…)
me ocultasen las vistas, que estaría bien que del cielo nos llegaran más
noticias.
Me explico. No hablo de una tormenta
o una revelación divina. Hablo de una hostia de la naturaleza en la cara de
todos nosotros. Estrellas que explotan y nos envían radiación, planetas
gigantes que crean enormes mareas, agujeros negros que nos succionan como
hormigas en una pajita, luces de colores, brillantes y cegadoras, ruidos
infernales fruto de colisiones galácticas, naves espaciales… no sé, toda esa
clase de cosas con las que el universo es capaz de hacernos sentir una
verdadera mierda. Sería como una cura de humildad planetaria, una losa que nos
aplastaría y nos volvería a todos iguales.
Pinta catastrófica la cosa, sí, pero
de vez en cuando vendría bien una buena bofetada. ¿Acaso no aprendemos así, a palos?
Opino que la humanidad sería más feliz en su conjunto si se sintiera realmente
amenazada; como también dicen que los países pobres son los más felices.
Pues eso, que muchas veces se me
pasan por la cabeza asuntos así, aunque sólo sea durante unos minutos. Aquella
noche, por cierto, me reencontré con las estrellas y mi planeta, ya que durante
el veranito duermo en una casa en las afueras y, sin que desde luego sea una
maravilla, el cielo que desde allí se ve es envidiable para cualquiera de la
ciudad que no esté acostumbrado.
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