6 sept 2012

Mi caída del otro día

Como tantas otras veces, había subido a la azotea del edificio más alto de la ciudad y caminaba sobre la repisa del borde con las manos en los bolsillos. Me apetecía pensar y ¿quién sabía?, quizá por fin me atreviera a dar el paso y terminar con todo de una p… vez.
Así que allí estaba, ejecutando pasitos adelante y atrás procurando mantener las piernas firmes, pues el viento allá arriba soplaba de lo lindo y se movía la estructura misma del edificio. Andaba cabizbajo, reflexionando sobre el poco sentido de la vida, sobre el váter en que dios libera intestinos que luego se transforman en todo esto, sobre el mal que nos rodea hasta emponzoñarnos como ese chorizo de dios, sobre tetas mal hechas con aureolas gigantes. Cosas así. De vez en cuando levantaba la vista y veía la ciudad muy pequeñita allí abajo. En cierto modo me sentía un dios. Un dios cabreado y capaz, quizá, de tirarse un chorizo en forma de octava plaga apocalíptica sobre todos aquellos infelices.
Por un buen rato creí que no saltaría. Lo típico: caminas por el borde, dices: venga, va… y luego, nada. Deseas que alguien te empuje pero seguro que si viniera ese alguien te aferrarías a él para engancharte a la vida desesperadamente. ¿Cobardía? Puede.
Pero pasó ese rato y me fui animando. Llevaba encima un par de lingotazos de un ron cojonudo recién abierta la botella. Además había soñado que me tiraba a Norma Duval, que se me aparecía en la habitación y me acosaba. Después aparecían mis padres a través de la ventana del patio de luces y por poco nos pillan. Yo me escondí debajo del escritorio y ella se puso a hacer que era yo, sentada sobre mi silla y mirando unas hojas y el ordenador. A mis padres les coló… Lo curioso es que por algún motivo yo vestía camisa, corbata y chaqueta de traje, y estando bajo el escritorio hube de apurar en ponerme un pantalón de chándal, sin calzoncillos ni nada, mientras ella trataba de acosarme con sus piernas y sus pies.
Me detuve y miré abajo. ¡Qué pequeño era todo! Como si de una nimiedad saqué un pie al vacío y luego el otro. ¡Estaba saltando! ¡Cayendo por fin! ¡Eso sí que era una sensación! Primero noté frío en brazos y cara. No había calentado lo suficiente y temía que me diese un punto o un tirón. Pero pronto entré en calor.
Al cabo de unos instantes pasé por delante de una ventana y pude ver a la señora de la limpieza con la que solía hablar cuando subía a fumar a la azotea. Estaba gorda y presumía de parturienta pero yo siempre la recuerdo igual, así que creo que era gorda y punto. Tuve tiempo de saludarla. Me devolvió el saludo sin soltar siquiera la fregona de la otra mano.  
Empezaba a notar la sensación de velocidad; me costaba controlar los brazos y no encontraba una postura cómoda para seguir cayendo. Además estaba el viento que me zapateaba de un lado a otro y por poco me estampa contra el edificio. ¡Eso debía doler!
Sonó el móvil. Un whatsapp. Un colega me preguntaba si me animaba a ver el partido de champions. Le escribí «No puedo. Asuntos propios», junto a un emoticón amarillo guiñando un ojo. Cuando guardé el móvil no me di cuenta de que me había acercado mucho a la fachada llevándome por delante el pitillo de un pobre chaval que se había asomado a fumar después de hacerlo con su chica. Le pedí perdón y el dijo ¡joder! e hizo aspavientos, aunque enseguida salió con otro cigarro y aquí paz y después gloria.
Me aburría un poco. Por suerte encontré una copa danone en el bolsito que todavía colgaba de mi hombro. Me las vi y me las deseé para atrapar el bolso y cogerla. La destapé: no había premio en el rasca de la tapa y dije ¡mierda! Problema… no tenía cuchara, así que revolví con el dedo pero, de la velocidad, me salió todo disparado y me pringué de blanco y marrón toda la ropa. Era ya una caída sucia. Me bebí lo que quedaba, poco más de la mitad, y luego guardé el recipiente vacío para no ensuciar el suelo más que con mi sangre y mis vísceras.
Alcancé el límite máximo de velocidad. La chaqueta se abaneaba como en un huracán, creando ondas que hacían un ruido considerable. Aun así logré ir un poco más rápido poniéndome medio aerodinámico, hasta que enseguida percibí que mi velocidad volvía a ser constante. Las ventanas pasaban muy deprisa y me costó cotillear qué sucedía allí donde las persianas permanecían levantadas. Nada destacable, sólo una vieja cantando heavy metal bajo la ducha y un beagle con una ballesta.
Vi por fin el suelo cerca. Dije: ¿será momento de unos últimos pensamientos? Sí, me respondí, será momento. Apoyé un codo en la nada para pensar mejor pero es que tampoco se me ocurría nada grandilocuente. Ni frases lapidarias ni caralladas así. Sólo que había olvidado que tenía un libro de Bukowski a medio leer y era una pena no enterarme del final. No me dio la cabeza para otra cosa.
El asfalto estaba más y más cerca. El impacto era inminente. Allí estaba la muerte, a pocos segundos de caída, cuando de pronto dije ¡buf…!, ¡buf, buf…!, ¡buf, buf, buf…!, menuda hostia. ¿Y si lo dejo para otro día? No tenía mucho tiempo para pensármelo. Venga, no, me dije, ¡hasta el final! ¡Con lo que me ha costado decidirme! Estuve así un rato. Que sí, que no, que yo qué sé, y al final fue que mejor para otro día.
No sé muy bien el motivo, pero cuando me quise dar cuenta estaba maquinando cómo amortiguar el golpe fuese como fuese. Abrí los brazos en plan Jesucristo para frenarme un poco, me coloqué en posición fetal y me puse de lado para caer sobre el hombro derecho, que para algo voy al gimnasio y tengo los hombros duros.
Justo antes de llegar al suelo cerré los ojos y tensé músculos. Se produjo el impacto. ¡Ah!, grité. Me dolió lo suyo y hasta reboté medio metro. De nuevo en el suelo, me retorcí levemente para comprobar que tenía movilidad en las cuatro extremidades. Sí, tenía. Me incorporé, permaneciendo un instante agachado, un poco aturdido, cuando una chica que paseaba me preguntó si estaba bien. Sí, dije. Es que menuda caída, te podías haber hecho mucho daño. Ya, ya. Se fue y yo me levanté del todo. Estaba muy bien la chica, por lo menos mejor que Norma Duval. Caminé un rato tras ella a ver si surgía la oportunidad de hablarle. Y si no, siempre tendría un libro de Bukowski a medio leer o un partido de champions que ver con los colegas.

1 comentario:

  1. Qué envidia de inspiración Alex!!

    Muy original y divertido.

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