Tras mucho frotar el genio
salió de la lámpara y me concedió un deseo, no sin manifestar un gran malestar
por haber interrumpido su letargo:
—Deseo ser feliz –dije.
—Feliz, ¿eh? –refunfuñó. Era
azul como el de Aladín– La felicidad es demasiado subjetiva; poco puedo hacer.
—Ha de existir una felicidad
absoluta –me quejé–; un estado de permanente bienestar físico y mental; pasado,
presente y futuro; la libertad de conciencia. Eso es lo que quiero.
—Verás, muchacho. La felicidad
son muchas cosas y ninguna a la vez. ¿Crees que una buena salud contribuiría a
que fueras más feliz?
—Sí, supongo.
—¿Y crees que vivir rodeado de
los tuyos, gozando todos ellos de una vida plena contribuiría a que fueras más
feliz?
—Sí, claro.
—¿Y crees que poseer una
ocupación digna donde te desarrolles intelectualmente y resultes de enorme
utilidad para tus compañeros y para la sociedad contribuiría a que fueras más
feliz?
—Sí, como todo el mundo.
—¿Y la buena comida y la buena
bebida? ¿Comer y beber como un rey contribuiría a que fueras más feliz?
—Mmmm… ¡sí!
—¿Y crees que el dinero
facilitaría que alcanzases esas cosas que te acercan un poco más a la
felicidad?
—Oh, sí.
—¿Y estar rodeado de bonitas
mujeres que te desean contribuiría a que fueras más feliz?
—¡Por supuesto!
—Bien, muchacho –se rascó el
mentón como si hubiese dado con la respuesta–; pues te diré una cosa.
—¡Adelante! –me impacienté.
—Imagina un día en el que te
despiertas por la mañana pleno de salud, fuerte como un toro. Sabes que tu
familia y todos tus seres queridos llevan una buena vida; y así te diriges al
trabajo. Allí todos reconocen tu valía y agradecen tus esfuerzos por el bien de
todos y tú te sientes completamente realizado. Después de una buena comida en
tu restaurante favorito regresas a casa y te encuentras junto al portal un
maletín lleno de billetes que no tiene dueño. Vas a la policía y te dicen que
adelante, que te lo quedes, que la norma es así por ejemplo… Bien. Subes a casa
y ¿qué te queda? Una preciosa mujer se desvive por ti y desea que le hagas el amor
hasta que caigáis rendidos en un plácido y profundo sueño. Dime, ¿te parecería
ese un buen día?
—Un magnífico día; sin duda.
—O sea que dirías que ese
sería un día feliz para ti.
—No se me ocurriría mayor
felicidad.
—Pues bien, muchacho, una cosa
te puedo asegurar –frunció el ceño con la pose del viejo profesor que imparte
una lección magistral a sus desobedientes alumnos–: por mucha salud,
tranquilidad familiar, trabajo, comida, dinero y mujeres bonitas que rodeen tu
vida, tu día jamás será completo si no lo culminas con una buena cagada.
––¿Perdón?
—Ya me has oído. ¡Una buena
cagada! Imagínate: tú solo, en tu casa, en tu imperio… Tu retrete de confianza.
Tienes ganas, muchas, y notas que va a ser algo serio. Te sientas y ahí sale
todo: sueltas la cagada de una sola vez. Te vacías por dentro y te tiemblan las
piernas. Sabes que has terminado en cuestión de segundos y ni siquiera tendrás
que limpiarte, ¿me sigues?
—Sí, pero…
—Pero ¡nada! –me señaló,
inquisidor–, sin una buena cagada tu día no será feliz ¡nunca! Necesitamos eliminar
nuestros desechos, deshacernos de los asquerosos escombros que como seres
imperfectos somos capaces de generar. Sólo si lo hacemos con contundencia
aspiramos a eso que tu llamas felicidad.
—No te quito la razón, mas…
—¡Hasta aquí! –interrumpió
nuevamente.
Acto seguido, dio una palmada
y desapareció entre una densa niebla de humo. Cerré los ojos para protegerme y,
cuando los abrí otra vez, la niebla se había disipado y en su lugar había,
junto a la lámpara, unos cuentos tickets de descuento para el McDonalds, a
punto de volar con el viento.
Los cogí y no comprendí en un
primer momento; pero enseguida entré en razón. El cabrón del genio me conocía y
sabía que para mi organismo el McDonalds es mano de santo para hacer de
vientre, y esa al parecer era la clave de la felicidad.
Así que cogí la lámpara, la
guardé en la mochila y eché a caminar mientras ojeaba qué podía pedirme para
cenar. No muy lejos, una eme gigante y amarilla se erigía en el cielo; y a mí
me pareció que era la felicidad misma que me decía «ven».
jajaja, una estupenda publicidad para la Familiar Cadena de Restaurantes. Algún efecto beneficioso debía producir en el organismo humano.
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