5 may 2013

Deseo concedido

Tras mucho frotar el genio salió de la lámpara y me concedió un deseo, no sin manifestar un gran malestar por haber interrumpido su letargo:
—Deseo ser feliz –dije.
—Feliz, ¿eh? –refunfuñó. Era azul como el de Aladín– La felicidad es demasiado subjetiva; poco puedo hacer.
—Ha de existir una felicidad absoluta –me quejé–; un estado de permanente bienestar físico y mental; pasado, presente y futuro; la libertad de conciencia. Eso es lo que quiero.
—Verás, muchacho. La felicidad son muchas cosas y ninguna a la vez. ¿Crees que una buena salud contribuiría a que fueras más feliz?
—Sí, supongo.
—¿Y crees que vivir rodeado de los tuyos, gozando todos ellos de una vida plena contribuiría a que fueras más feliz?
—Sí, claro.
—¿Y crees que poseer una ocupación digna donde te desarrolles intelectualmente y resultes de enorme utilidad para tus compañeros y para la sociedad contribuiría a que fueras más feliz?
—Sí, como todo el mundo.
—¿Y la buena comida y la buena bebida? ¿Comer y beber como un rey contribuiría a que fueras más feliz?
—Mmmm… ¡sí!
—¿Y crees que el dinero facilitaría que alcanzases esas cosas que te acercan un poco más a la felicidad?
—Oh, sí.
—¿Y estar rodeado de bonitas mujeres que te desean contribuiría a que fueras más feliz?
—¡Por supuesto!
—Bien, muchacho –se rascó el mentón como si hubiese dado con la respuesta–; pues te diré una cosa.
—¡Adelante! –me impacienté.
—Imagina un día en el que te despiertas por la mañana pleno de salud, fuerte como un toro. Sabes que tu familia y todos tus seres queridos llevan una buena vida; y así te diriges al trabajo. Allí todos reconocen tu valía y agradecen tus esfuerzos por el bien de todos y tú te sientes completamente realizado. Después de una buena comida en tu restaurante favorito regresas a casa y te encuentras junto al portal un maletín lleno de billetes que no tiene dueño. Vas a la policía y te dicen que adelante, que te lo quedes, que la norma es así por ejemplo… Bien. Subes a casa y ¿qué te queda? Una preciosa mujer se desvive por ti y desea que le hagas el amor hasta que caigáis rendidos en un plácido y profundo sueño. Dime, ¿te parecería ese un buen día?
—Un magnífico día; sin duda.
—O sea que dirías que ese sería un día feliz para ti.
—No se me ocurriría mayor felicidad.
—Pues bien, muchacho, una cosa te puedo asegurar –frunció el ceño con la pose del viejo profesor que imparte una lección magistral a sus desobedientes alumnos–: por mucha salud, tranquilidad familiar, trabajo, comida, dinero y mujeres bonitas que rodeen tu vida, tu día jamás será completo si no lo culminas con una buena cagada.
––¿Perdón?
—Ya me has oído. ¡Una buena cagada! Imagínate: tú solo, en tu casa, en tu imperio… Tu retrete de confianza. Tienes ganas, muchas, y notas que va a ser algo serio. Te sientas y ahí sale todo: sueltas la cagada de una sola vez. Te vacías por dentro y te tiemblan las piernas. Sabes que has terminado en cuestión de segundos y ni siquiera tendrás que limpiarte, ¿me sigues?
—Sí, pero…
—Pero ¡nada! –me señaló, inquisidor–, sin una buena cagada tu día no será feliz ¡nunca! Necesitamos eliminar nuestros desechos, deshacernos de los asquerosos escombros que como seres imperfectos somos capaces de generar. Sólo si lo hacemos con contundencia aspiramos a eso que tu llamas felicidad.
—No te quito la razón, mas…
—¡Hasta aquí! –interrumpió nuevamente.
Acto seguido, dio una palmada y desapareció entre una densa niebla de humo. Cerré los ojos para protegerme y, cuando los abrí otra vez, la niebla se había disipado y en su lugar había, junto a la lámpara, unos cuentos tickets de descuento para el McDonalds, a punto de volar con el viento.
Los cogí y no comprendí en un primer momento; pero enseguida entré en razón. El cabrón del genio me conocía y sabía que para mi organismo el McDonalds es mano de santo para hacer de vientre, y esa al parecer era la clave de la felicidad.
Así que cogí la lámpara, la guardé en la mochila y eché a caminar mientras ojeaba qué podía pedirme para cenar. No muy lejos, una eme gigante y amarilla se erigía en el cielo; y a mí me pareció que era la felicidad misma que me decía «ven».

1 comentario:

  1. jajaja, una estupenda publicidad para la Familiar Cadena de Restaurantes. Algún efecto beneficioso debía producir en el organismo humano.

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