9 nov 2013

Aquí paz y después gloria

Llevaban así quince o veinte minutos.
—Eres un mierdas, ¿me oyes?
—Y tú una zorra asquerosa. Eres peor que la mierda.
—Si pudiera te daba una paliza.
—Yo no lo hago porque eres capaz de denunciarme.
—Que no te quepa duda, ¡MIERDECILLA!
—Eso es lo que te gustaría, ¿verdad? Sacarme toda la pasta. Eres como cualquier fulana de la calle.
La discusión parecía no tener fin. Las caras enrojecidas mostraban por sí solas el inabarcable grado de tensión que se escondía en aquellos cuerpos.
—Dime –siguió él–, ¿acaso no es así como ascendiste? ¿Qué clase de favores tuviste que hacerle al jefe? ¡Vamos! ¡Dímelo si tienes huevos!
—¿Ahora te preocupa lo que haga con mi vida?
—Por mí como si te revientan diez negros zumbones, pero no estoy dispuesto a que se sepa que soy el cornudo de la relación.
—Ya salió el gallo de pelea... ¿y qué es mejor? ¿Ser el pringao de la oficina después de quince años? ¿Es mejor que no te respeten ni las cucarachas después de todo ese tiempo?
—Oh, vaya... el pringao de la oficina. Pues al principio bien que te gustaba tirar de la VISA de ese pringao. Solo que luego empezaste a ponerte esas faldas y llegaste muy lejos, ¡pero sigues siendo lo mismo que antes! ¡una simple zorra barata!
—Una zorra barata que trae más dinero a esta casa que tú. ¡Pringao! ¡MIERDECILLA!
Los vecinos estaban alertados. Posiblemente en breve la policía tocaría la puerta. Les tomarían declaración y luego cada uno por su lado: ella de compras, él al bar, y aquí paz y después gloria.
—¡Hijo de puta!
—¡Zorra de mierda!
—Tu puta madre.
—La tuya, que en paz descanse.
—Te odio, ¡asqueroso!
—Si pudiera te juro que... –con sus dos manos la agarró por la cintura, apretando para lograr cogerle algo de piel entre sus puños.
—¿Qué coño haces? ¡Me haces daño!
—Y más que te va a doler.
Con una mano siguió apretando y con la otra abofeteó la zona lumbar.
—¡Hijo de puta!
—No te resistas, ¡zorra!
Ella soltó un grito seco y él siguió apretando y abofetaeando. Así unos segundos.
Enseguida los dos se corrieron al mismo tiempo. Los cuerpos sudorosos permanecieron inmóviles, recuperando el ritmo cardiaco, hasta que la puerta sonó: «toc, toc», y después ya se sabe: la declaración, ella de compras, él al bar y aquí paz y después gloria.

1 comentario:

  1. Muy gráfico, Alex. A algunos les excita la falta de respeto mutuo pero es cierto que sobre gustos no hay nada escrito. Saludos

    ResponderEliminar