Estaba harto de aquellas noches de
verano. Metidos en la casa del Caimán, la vida se nos pasaba dándole a la
cerveza y deglutiendo palomitas, patatas fritas y pizzas a domicilio; fumando
tabaco, bostezando y aportando fútiles comentarios a los programas todavía más
fútiles que ponían en la televisión.
Hasta que exploté y solté mi perla.
En el grupito éramos dos parejitas,
otras dos tías solteras y otros tres solteros machos. La verdad sea dicha, casi
todas las tías estaban buenas, y yo llevaba sin meterla desde el solsticio. La
masturbación llegó un punto en que no me satisfacía y la casa del Caimán pocas
alternativas me ofrecía más que ganarme unas cuantas imágenes mentales que guardarme
para cuando regresara a casa y me encerrase en el baño, a propósito de los
magreos de las parejitas o de los escotes y las minifaldas del resto de titis.
Así que allí estábamos, dándole que te
pego a las pizzas y a las palomitas, soltando insignificancias por nuestras
bocas llenas, esperando a que llegase la hora de retirarse cada uno a su catre
y finiquitar otro perfecto día de mierda.
La cerveza se había terminado y también
los temas de conversación. De la tele salían anuncios y cuando nos dimos cuenta,
llevábamos sin pronunciar palabra como dos o tres minutos.
—Tíos, decid algo —comentó el Caimán.
Todos menos yo se refirieron al extraño
momento de silencio. El Caimán se dio cuenta de que yo no había dicho nada:
—Tío, tú también di algo.
—No tengo nada que decir.
—Entonces propón algo.
—¿Proponer algo?
—¡Sí! A ti siempre se te ocurre alguna
estupidez o algún juego idiota en momentos así.
Era cierto. Es lo que tiene ser
imaginativo.
—¡Sí! ¡Propón algo!
Los demás apoyaban la moción. Las tías
que retozaban con sus novios y las demás con sus preciosas minifaldas y sus
preciosos escotes me miraban y reían, esperando el ingenio del genio. Entonces solté la genialidad:
—Propongo una cosa. Y va en serio: ¿por
qué no follamos todos? Aquí y ahora. Todos. Nos despelotamos y follamos en los
sofás, en la mesa, contra las paredes, ¿qué os parece?
Alguno se rio creyendo que bromeaba
pero yo hablaba muy en serio. Hacía tiempo que no hablaba tan en serio:
—Más o menos nos hemos visto en pelotas
los unos a los otros, o por lo menos en bikini o bañador. Además vivimos en el
siglo veintiuno. Pensad en las risas que nos echaremos dentro de unos años
cuando lo recordemos: eh, ¿os acordáis del día en que follamos todos? Fue
cojonudo ¿verdad? Una gran bacanal. Sí, señor.
Estaban desconcertados. Había quienes
seguían creyendo que hablaba de coña, pero el Caimán, que era uno de los que
poseía titi para él solito, captó mejor que nadie que no era así:
—Tío, se te va la olla. Estarás de
coña, ¿no?
—¿Por qué iba a estarlo? ¿Hay
confianza, no? ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Hace quince años, dieciséis? Y no
me digáis que jamás lo habéis pensado.
Negaron con la cabeza. ¡Qué hijos de
puta!
—A ver. Se trata sólo de un pequeño
homenaje. Respetándonos y todo eso. Nos desnudamos y vamos rotando de pareja,
¿qué problema hay? Yo creo que incluso reforzaría nuestra amistad.
—Tío —dijo el Caimán—. Se te va la
pinza.
Escuché alguna risa más y algún que
otro comentario al oído.
—Vale
—dije—. Me habéis dicho que proponga algo y yo lo he hecho. Entiendo que
vais a decir que no.
—¿Tú qué crees? —dijo alguien, una
chica.
—Entonces sólo diré una cosa: que os
den por el puto culo.
Cogí y me levanté. Mientras recogía las
llaves y la cartera de la mesa escuché que me decían:
—Que te den a ti por culo.
—Sí, mejor lárgate.
—Menudo enfermo.
—Se te ha ido mucho la olla, tío.
—Ya hay que estar desesperado.
—Que se haga una paja en casita si
quiere.
—Jamás lo hubiera imaginado de él.
Y alguna perla más.
Salí de casa del Caimán. En el portal
descubrí que hacía una noche cojonuda y me encendí un cigarro. Luego escribí
unos cuantos mensajes de móvil. Abrí la cartera. Tenía dinero y pocas ganas de
regresar a casa, así que eché a andar hacia el centro de la ciudad.
Durante un tiempo no quise saber nada
de aquel grupito de mierda. Creo que hasta el equinoccio no volvimos a
hablarnos, y cuando lo hicimos, noté que me miraban de otra manera, más
distantes.
Pero yo
me río por dentro. Me gusta imaginar que en el fondo a alguna de las titis le
hubiera gustado. A veces es cojonudo no tener nada que perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario