Anda que no han llovido
semen y pis y zurullos desde mi última entrevista de trabajo, hace como tres
años y medio. Litros y kilos de efluvios humanos salpicando vaginas, cortinas,
almohadones, fachadas de ayuntamientos y parques de interés turístico nacional.
Pero allí estaba
yo, vestido de pimpollo frente a aquella tía medio maciza que se hacía la seria
en su papel de entrevistadora. No era gran cosa pero oye, un hombre es un
hombre y el rollito tía seria-fustigadora suele ponerme bastante.
Así que comenzó la
entrevista y, después de querer saber unos cuantos datos obvios teniendo mi
currículum en sus manos —quizá quería comprobar si tartamudeaba o me temblaba
la voz—, la cosa empezó de verdad y empezaron las preguntas típicas. Yo
contesté como pude:
—¿Por qué estudiaste
esa carrera?
—Por insistencia
de mis padres.
—No fue por
vocación.
—En absoluto.
—¿Por vocación qué
hubieras estudiado?
—Por vocación
jamás hubiera estudiado.
—Sin embargo el
puesto al que optas tiene una relación directa con tu carrera.
—Por eso estoy
aquí.
—Ya, pero
prácticamente me estás diciendo que no te gusta este trabajo.
—Más o menos, pero
es un trabajo y hay que trabajar.
Apuntó algo en el
folio. Quizá fuera el dibujo de un enorme pene o su número de teléfono para
quedar después.
—Bien —siguió—.
¿Cómo conociste esta empresa?
—Una orientadora
laboral me dio el directorio de empresas de la ciudad. Copié y pegué las
direcciones en el email y envié el currículum con la misma carta de
presentación a todas ellas. Puse lo de copia oculta para no ser muy descarado.
—O sea que somos
una de las miles a las que has mandado tu currículum.
—Sí.
—¿Y no nos
conocías de antes?
—Algo me sonaba el
nombre.
—No sé. Algún
proyecto, alguna obra importante que te suene.
—Si te digo la
verdad me suena la empresa por el rollo este de las noticias; lo del directivo
que va a ir a la cárcel.
Era cierto. Ese
fenómeno había robado lo que no está en los escritos. La tía levantó las cejas
y apuntó algo más.
—¿Sabes lo que
tendrías que hacer en tu puesto de trabajo?
—No. Lo aprendería
sobre la marcha.
—Pero por tu
experiencia ya has trabajado en algo parecido.
—Por mi
experiencia sé que una empresa nada tiene que ver con otra y que cuando se
cambia se empieza de cero.
—¿Y qué crees que
nos puedes aportar tú?
—Soy buena gente.
Me llevaré bien con los compañeros. Y con las compañeras, espero.
—Aparte de eso, ¿qué
puedes aportar tú que no puedan aportar los otros candidatos?
—Dicen que soy
como un libro abierto, que mi cara es el perfecto reflejo de mi estado de
ánimo.
—Y eso te parece
un valor añadido.
—Sabrán cuando no
deben dirigirme la palabra con solo mirarme.
Apuntó y apuntó.
Me parecía divertido. Me imaginé un montón de tachones rojos y calaveras y
sapos y culebras en todo ese folio.
—¿Cómo te
definirías a ti mismo?
—Como un tío
maniatado a la realidad.
—¿Eso qué quiere
decir?
—Que a veces
quieres escaparte pero te das cuenta de que no puedes o no tienes valor.
—¿Tus principales
virtudes?
—Razono rápido y
me cuesta mentir, aunque lo suelo intentar.
—¿Defectos?
—A veces razono
demasiado rápido y la cago. También la cago cuando logro mentir. Suele irme
mejor si digo la verdad.
—¿Cómo te
definirías con una palabra?
—Soy un
pseudo-rebelde.
—Sin causa.
—Con más causa que
rebeldía.
Sonrió. La
prefería seria pero hay que ser generoso: sin duda ella prefería sonreír.
—¿Cómo te ves en
un futuro?
—Vivo.
—¿Algo más?
—Sano.
—¿E idealmente
cómo sería tu futuro?
—Rodeado de dinero
y mujeres. Levantándome por las mañanas sin mayor preocupación que hacer lo que
me dé la gana.
—Parece que
idealmente tu futuro no está en esta empresa.
—Depende de la
cantidad de dinero y mujeres que se me ofrezcan.
—¿Y siendo
realistas? ¿Cómo crees que estarías aquí dentro de, pongamos cinco años?
—Con alguna que
otra cana, barriga y cara de asco.
—¿Y eso por qué?
—Por haber caído
en la trampa de creer estar haciendo lo correcto.
Dijo algo así como
«puf» y le dio candela al bolígrafo. Miré bien sus piernas. Eran firmes de
tanto usar tacón. Estaban bastante potables.
—¿Alguna pregunta
que quieras hacer? —me dijo.
—Sólo una: ¿la
gente suele hablar de trabajo en la hora del café? Es algo que odio a muerte.
—Dependerá del día
supongo.
—Entonces no hay
más preguntas.
—Por mi parte
tampoco.
Se levantó y yo la
imité. Me estrechó la mano y me acompañó a la salida. A través del reflejo del
cristal pude ver que el folio en el que escribía estaba lleno de monosílabos
seguidos de tres signos de exclamación con muy mala pinta.
Salí de allí.
Hacía un magnífico sol de verano. Durante el resto del día me dediqué a
contemplar la naturaleza: el campo, el mar, los animales, incluso la gente.
Ese viernes, dos
días después, me llamaron. Era la entrevistadora. Estaba contratado y debía
pasarme a firmar el contrato y conocer mi puesto. Empezaría el lunes. Yo le
contesté que estaba muy agradecido pero que rechazaba el puesto. Le juré y le
perjuré que lo sentía mucho pero que no podía.
El caso es que
habían dado muy buen tiempo para todo el fin de semana y toda la siguiente.
Había que estar realmente loco para preferir ir a trabajar en vez de quedarse
contemplando la naturaleza.
Wow, tío! Me ha parecido genial, de lo mejor que he leído en este blog y algunos de los de por ahí afuera. Desde que ha empezado el relato se me ha plantado una sonrisa en la cara que todavía conservo. El diálogo me ha parecido tan ingenioso que me has dado envidia. ¡Querría haberlo escrito yo! Y por supuesto, ese tipo es mi ídolo desde ya.
ResponderEliminarEn fin, que me ha encantado.
Un abrazo!
Muchas gracias Mr. M. Es un honor que alguien con tanto talento reconozca algo bueno en lo que yo escribo.
EliminarUn saludo.
Esto es tuyo? Porque me gustó no sé como di aquí pero lo disfruté e imaginé lo que relatas, saludos
ResponderEliminarHola Isabella. Sí, claro que es mío. Aunque la historia es inventada, jejejee. Me temo que yo no tendría tanto valor.
EliminarSaludos.