18 abr 2014

Mi última entrevista

Anda que no han llovido semen y pis y zurullos desde mi última entrevista de trabajo, hace como tres años y medio. Litros y kilos de efluvios humanos salpicando vaginas, cortinas, almohadones, fachadas de ayuntamientos y parques de interés turístico nacional.
Pero allí estaba yo, vestido de pimpollo frente a aquella tía medio maciza que se hacía la seria en su papel de entrevistadora. No era gran cosa pero oye, un hombre es un hombre y el rollito tía seria-fustigadora suele ponerme bastante.
Así que comenzó la entrevista y, después de querer saber unos cuantos datos obvios teniendo mi currículum en sus manos —quizá quería comprobar si tartamudeaba o me temblaba la voz—, la cosa empezó de verdad y empezaron las preguntas típicas. Yo contesté como pude:
—¿Por qué estudiaste esa carrera?
—Por insistencia de mis padres.
—No fue por vocación.
—En absoluto.
—¿Por vocación qué hubieras estudiado?
—Por vocación jamás hubiera estudiado.
—Sin embargo el puesto al que optas tiene una relación directa con tu carrera.
—Por eso estoy aquí.
—Ya, pero prácticamente me estás diciendo que no te gusta este trabajo.
—Más o menos, pero es un trabajo y hay que trabajar.
Apuntó algo en el folio. Quizá fuera el dibujo de un enorme pene o su número de teléfono para quedar después.
—Bien —siguió—. ¿Cómo conociste esta empresa?
—Una orientadora laboral me dio el directorio de empresas de la ciudad. Copié y pegué las direcciones en el email y envié el currículum con la misma carta de presentación a todas ellas. Puse lo de copia oculta para no ser muy descarado.
—O sea que somos una de las miles a las que has mandado tu currículum.
—Sí.
—¿Y no nos conocías de antes?
—Algo me sonaba el nombre.
—No sé. Algún proyecto, alguna obra importante que te suene.
—Si te digo la verdad me suena la empresa por el rollo este de las noticias; lo del directivo que va a ir a la cárcel.
Era cierto. Ese fenómeno había robado lo que no está en los escritos. La tía levantó las cejas y apuntó algo más.
—¿Sabes lo que tendrías que hacer en tu puesto de trabajo?
—No. Lo aprendería sobre la marcha.
—Pero por tu experiencia ya has trabajado en algo parecido.
—Por mi experiencia sé que una empresa nada tiene que ver con otra y que cuando se cambia se empieza de cero.
—¿Y qué crees que nos puedes aportar tú?
—Soy buena gente. Me llevaré bien con los compañeros. Y con las compañeras, espero.
—Aparte de eso, ¿qué puedes aportar tú que no puedan aportar los otros candidatos?
—Dicen que soy como un libro abierto, que mi cara es el perfecto reflejo de mi estado de ánimo.
—Y eso te parece un valor añadido.
—Sabrán cuando no deben dirigirme la palabra con solo mirarme.
Apuntó y apuntó. Me parecía divertido. Me imaginé un montón de tachones rojos y calaveras y sapos y culebras en todo ese folio.
—¿Cómo te definirías a ti mismo?
—Como un tío maniatado a la realidad.
—¿Eso qué quiere decir?
—Que a veces quieres escaparte pero te das cuenta de que no puedes o no tienes valor.
—¿Tus principales virtudes?
—Razono rápido y me cuesta mentir, aunque lo suelo intentar.
—¿Defectos?
—A veces razono demasiado rápido y la cago. También la cago cuando logro mentir. Suele irme mejor si digo la verdad.
—¿Cómo te definirías con una palabra?
—Soy un pseudo-rebelde.
—Sin causa.
—Con más causa que rebeldía.
Sonrió. La prefería seria pero hay que ser generoso: sin duda ella prefería sonreír.
—¿Cómo te ves en un futuro?
—Vivo.
—¿Algo más?
—Sano.
—¿E idealmente cómo sería tu futuro?
—Rodeado de dinero y mujeres. Levantándome por las mañanas sin mayor preocupación que hacer lo que me dé la gana.
—Parece que idealmente tu futuro no está en esta empresa.
—Depende de la cantidad de dinero y mujeres que se me ofrezcan.
—¿Y siendo realistas? ¿Cómo crees que estarías aquí dentro de, pongamos cinco años?
—Con alguna que otra cana, barriga y cara de asco.
—¿Y eso por qué?
—Por haber caído en la trampa de creer estar haciendo lo correcto.
Dijo algo así como «puf» y le dio candela al bolígrafo. Miré bien sus piernas. Eran firmes de tanto usar tacón. Estaban bastante potables.
—¿Alguna pregunta que quieras hacer? —me dijo.
—Sólo una: ¿la gente suele hablar de trabajo en la hora del café? Es algo que odio a muerte.
—Dependerá del día supongo.
—Entonces no hay más preguntas.
—Por mi parte tampoco.
Se levantó y yo la imité. Me estrechó la mano y me acompañó a la salida. A través del reflejo del cristal pude ver que el folio en el que escribía estaba lleno de monosílabos seguidos de tres signos de exclamación con muy mala pinta.
Salí de allí. Hacía un magnífico sol de verano. Durante el resto del día me dediqué a contemplar la naturaleza: el campo, el mar, los animales, incluso la gente.
Ese viernes, dos días después, me llamaron. Era la entrevistadora. Estaba contratado y debía pasarme a firmar el contrato y conocer mi puesto. Empezaría el lunes. Yo le contesté que estaba muy agradecido pero que rechazaba el puesto. Le juré y le perjuré que lo sentía mucho pero que no podía.
El caso es que habían dado muy buen tiempo para todo el fin de semana y toda la siguiente. Había que estar realmente loco para preferir ir a trabajar en vez de quedarse contemplando la naturaleza.

4 comentarios:

  1. Wow, tío! Me ha parecido genial, de lo mejor que he leído en este blog y algunos de los de por ahí afuera. Desde que ha empezado el relato se me ha plantado una sonrisa en la cara que todavía conservo. El diálogo me ha parecido tan ingenioso que me has dado envidia. ¡Querría haberlo escrito yo! Y por supuesto, ese tipo es mi ídolo desde ya.

    En fin, que me ha encantado.

    Un abrazo!

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    1. Muchas gracias Mr. M. Es un honor que alguien con tanto talento reconozca algo bueno en lo que yo escribo.

      Un saludo.

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  2. Esto es tuyo? Porque me gustó no sé como di aquí pero lo disfruté e imaginé lo que relatas, saludos

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    1. Hola Isabella. Sí, claro que es mío. Aunque la historia es inventada, jejejee. Me temo que yo no tendría tanto valor.

      Saludos.

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