12 jul 2014

Dos amigas

No había ambiente los jueves así que Paula y Adriana bebían y se emborrachaban y hacían su fiesta en el piso. Habían concluido que no era su problema si los niñatos universitarios preferían preparar los exámenes. No les reprimirían, como ellas mismas decían.
—Tía, pásame el hielo —dijo Paula.
—Cabrona. Me vas ganando. ¿Cuántos llevas? —dijo Adriana.
—Con este cuatro.
—Yo aún estoy terminando el segundo.
Apuró a beberse los últimos sorbos de su vodka con limón y hasta que lo hizo no le pasó los hielos a su amiga. Luego se sirvió ella y vuelta a empezar. Paula permanecía con las piernas en cruz sobre el sofá, como en una postura de yoga que parecía harto incómoda y que sin embargo le resultaba de lo más relajante y apenas se movía para ir a mear. Adriana se recostaba y apoyaba la cabeza en las orejeras del sillón y movía las piernas entre el cojín y el regazo de su compañera.
—A ver —siguió Adriana—. ¿Entonces a Manu te lo tirabas o no?
Manu era el guaperas de clase. Habían coincidido con él en un par de fiestas y apenas habían cruzado un par de palabras.
—Supongo.
—¿Supones? ¿Cómo que supones?
—A ver, no es para tanto, pero no sé...
—Tía, si no te mola está claro que no.
—Ya, pero es Manu, ¿sabes? Es como una obligación querer tirárselo y si tengo la oportunidad...
—Ya. Yo igual. Si luego tiene una pinta de idiota que no puede con ella, pero claro, ¡es Manu!
Ambas rieron y bebieron. De fondo sonaba la música de un pen-drive de Paula que estaba enganchado en el portátil de Adriana. Era una fiesta de pijamas.
—Yo prefiero a Jorge —dijo Adriana. Jorge era un guaperas secundario, más discreto que Manu pero con encanto evidente.
—¡Qué dices! ¿Jorge? ¿Jorge Calvo?
—El mismo.
—Joder tía, mírate. Aspiras a un poco más.
—Ya, pero, es tan mono y parece tan buena gente.
—Ya, tía, no te digo que una noche borracha no se te pueda escapar un morreo con él pero de ahí a algo más. Sólo de pensarlo... buf.
Paula fingió un escalofrío.
—Ah pues yo me dejaría hacer de todo. En plan "Cincuenta sombras de Grey".
—Ja, ja, ja —rio Paula—. ¡Qué guarra! Y eso que yo no lo he leído.
—Pues mira que te lo dije veces. Tengo que dejártelo. Ibas a alucinar.
Adriana le contó tres o cuatro detalles del libro y, antes de reanudar la conversación, se habían terminado sus copas, habían ido a mear, se habían servido la siguiente y estaban ya bastante borrachas.
—A ver, Pau —dijo Adriana—. No te comas más la hoya. Que estás buenísima. Te lo digo yo.
—Que va, tía. Tengo un cuerpo botijo. No me imagino lo que seré a los treinta.
—¡No seas imbécil! Mira...
Adriana dejó el vaso en la mesa, se inclinó sobre Paula y le tocó una teta con cada mano a través del pijama. Primero apretó y luego describió círculos por todo el perímetro.
—Ya las quisiera para mí —dijo—. Mira yo.
Le cogió una mano a Paula y se la llevó a sus tetas. Eran dos o tres veces más pequeñas. Una ochenta frente a una noventa y cinco.
—Ya ves, tía —dijo Adriana—. Plana como una tabla de planchar.
—¿Y qué? —dijo Paula, volviendo a su postura de yoga—. Tienes una cara muy dulce y unas piernas y un culazo.
—¿Qué piernas y qué culazo? Mira...
Adriana se puso de lado y se quitó los pantalones. Se quedó en tanga, un tanga rosa minúsculo.
—Joder —dijo Paula—. Unas piernas que te cagas. Mira yo.
Imitó a su amiga y se desvistió de mitad para abajo. Su tanga era negro pero sus piernas evidentemente más gordas y peor hechas.
—Sí, ya. Tú mira.
Adriana seguía de lado y en esa postura, con sus dos manos, se apretó la piel entre el culo y la pierna, dejando ver en medio un trozo de esa piel arrugada.
—¿Lo ves? ¿Lo ves? —decía.
—Boh.
—Boh, no, tía. Celulitis. Celulítica perdida. A ver qué coño seré yo a los treinta.
—¡Exagerada!
—¿Exagerada? —Adriana se incorporó y le quitó el vaso a Paula. Lo apoyó en la mesa y luego le quitó la parte de arriba del pijama, dejándola en sujetador—. Lo tuyo sí que será la hostia a los treinta. Seguro que no te dejan de crecer —le miró las tetas con adoración.
Bebieron y se sirvieron. La botella se acababa pero había más en la despensa. No habría problemas de alcohol jamás en aquel piso. Volvieron a beber.
—Tía —dijo Paula—. No es justo que yo esté medio en bolas.
—Tienes razón.
Adriana no tardó nada en deshacerse de su parte de arriba.
—¿Así mejor? —dijo.
—Mucho mejor.
—Ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja.
Bebieron.
—Aunque insisto en que envidio tus tetas —dijo Adriana.
—Y yo tus piernas.
—Una fusión de las dos sería lo perfecto.
—Sí, con mis tetas y tus piernas.
—Sí, menudo pivonazo.
—Ya te digo, qué pivonazo.
—Nos follaríamos a quien quisiéramos.
—Y tanto. A Manu, a Jorge, a todo dios.
—Ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja.
Bebieron muy deprisa. El ritmo era incontrolado. Ignoraron que se había estropeado el pen-drive y ya no sonaba música. Era como si hubieran salido a la terraza de atrás de pub para tomar el aire un rato.
—Aún así —dijo Paula—. Tampoco tendríamos que rayarnos. Al tío que le molemos le tendremos que molar tal y como somos.
—Ya. Seamos feas, gordas, planas...
—Sí...
—Y si no —dijo Adriana muy convencida—. Siempre nos quedarán los jueves.
—Ya. ¿Qué sería de nosotras sin los jueves?
—Sí. ¿Qué sería de mí sin ti? Ja, ja, ja.
—Y de mí sin ti, guarra.
—¡Ay, Pau, Pau!
Adriana se incorporó y abrazó lateralmente a Paula. Le besó la mejilla y la oreja. Luego se miraron en silencio unos segundos y se dieron un pico. Se separaron y no hablaron. Hasta que Adriana dijo:
—Estás buenísima, de verdad.
—Y tú. En serio.
Terminaron sus copas y se sirvieron más. Todavía les quedaba un rato a las dos amigas para quedarse dormidas allí mismo, en el sofá, completamente borrachas y en ropa interior.
Allá los universitarios si preferían preparar los exámenes.

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