No había
ambiente los jueves así que Paula y Adriana bebían y se emborrachaban y hacían
su fiesta en el piso. Habían concluido que no era su problema si los niñatos
universitarios preferían preparar los exámenes. No les reprimirían, como ellas mismas decían.
—Tía, pásame
el hielo —dijo Paula.
—Cabrona. Me
vas ganando. ¿Cuántos llevas? —dijo Adriana.
—Con este
cuatro.
—Yo aún
estoy terminando el segundo.
Apuró a
beberse los últimos sorbos de su vodka con limón y hasta que lo hizo no le pasó
los hielos a su amiga. Luego se sirvió ella y vuelta a empezar. Paula
permanecía con las piernas en cruz sobre el sofá, como en una postura de yoga
que parecía harto incómoda y que sin embargo le resultaba de lo más relajante y
apenas se movía para ir a mear. Adriana se recostaba y apoyaba la cabeza en las
orejeras del sillón y movía las piernas entre el cojín y el regazo de su
compañera.
—A ver
—siguió Adriana—. ¿Entonces a Manu te lo tirabas o no?
Manu era el
guaperas de clase. Habían coincidido con él en un par de fiestas y apenas
habían cruzado un par de palabras.
—Supongo.
—¿Supones?
¿Cómo que supones?
—A ver, no
es para tanto, pero no sé...
—Tía, si no
te mola está claro que no.
—Ya, pero es
Manu, ¿sabes? Es como una obligación querer tirárselo y si tengo la oportunidad...
—Ya. Yo
igual. Si luego tiene una pinta de idiota que no puede con ella, pero claro,
¡es Manu!
Ambas rieron
y bebieron. De fondo sonaba la música de un pen-drive de Paula que estaba
enganchado en el portátil de Adriana. Era una fiesta de pijamas.
—Yo prefiero
a Jorge —dijo Adriana. Jorge era un guaperas secundario, más discreto que Manu
pero con encanto evidente.
—¡Qué dices!
¿Jorge? ¿Jorge Calvo?
—El mismo.
—Joder tía,
mírate. Aspiras a un poco más.
—Ya, pero,
es tan mono y parece tan buena gente.
—Ya, tía, no
te digo que una noche borracha no se te pueda escapar un morreo con él pero de
ahí a algo más. Sólo de pensarlo... buf.
Paula fingió
un escalofrío.
—Ah pues yo
me dejaría hacer de todo. En plan "Cincuenta sombras de Grey".
—Ja, ja, ja
—rio Paula—. ¡Qué guarra! Y eso que yo no lo he leído.
—Pues mira
que te lo dije veces. Tengo que dejártelo. Ibas a alucinar.
Adriana le
contó tres o cuatro detalles del libro y, antes de reanudar la conversación, se
habían terminado sus copas, habían ido a mear, se habían servido la siguiente y
estaban ya bastante borrachas.
—A ver, Pau
—dijo Adriana—. No te comas más la hoya. Que estás buenísima. Te lo digo yo.
—Que va,
tía. Tengo un cuerpo botijo. No me imagino lo que seré a los treinta.
—¡No seas
imbécil! Mira...
Adriana dejó
el vaso en la mesa, se inclinó sobre Paula y le tocó una teta con cada mano a
través del pijama. Primero apretó y luego describió círculos por todo el
perímetro.
—Ya las
quisiera para mí —dijo—. Mira yo.
Le cogió una
mano a Paula y se la llevó a sus tetas. Eran dos o tres veces más pequeñas. Una
ochenta frente a una noventa y cinco.
—Ya ves, tía
—dijo Adriana—. Plana como una tabla de planchar.
—¿Y qué?
—dijo Paula, volviendo a su postura de yoga—. Tienes una cara muy dulce y unas
piernas y un culazo.
—¿Qué
piernas y qué culazo? Mira...
Adriana se
puso de lado y se quitó los pantalones. Se quedó en tanga, un tanga rosa
minúsculo.
—Joder —dijo
Paula—. Unas piernas que te cagas. Mira yo.
Imitó a su
amiga y se desvistió de mitad para abajo. Su tanga era negro pero sus piernas
evidentemente más gordas y peor hechas.
—Sí, ya. Tú
mira.
Adriana
seguía de lado y en esa postura, con sus dos manos, se apretó la piel entre el
culo y la pierna, dejando ver en medio un trozo de esa piel arrugada.
—¿Lo ves?
¿Lo ves? —decía.
—Boh.
—Boh, no,
tía. Celulitis. Celulítica perdida. A ver qué coño seré yo a los treinta.
—¡Exagerada!
—¿Exagerada?
—Adriana se incorporó y le quitó el vaso a Paula. Lo apoyó en la mesa y luego
le quitó la parte de arriba del pijama, dejándola en sujetador—. Lo tuyo sí que
será la hostia a los treinta. Seguro que no te dejan de crecer —le miró las
tetas con adoración.
Bebieron y
se sirvieron. La botella se acababa pero había más en la despensa. No habría
problemas de alcohol jamás en aquel piso. Volvieron a beber.
—Tía —dijo
Paula—. No es justo que yo esté medio en bolas.
—Tienes
razón.
Adriana no
tardó nada en deshacerse de su parte de arriba.
—¿Así mejor?
—dijo.
—Mucho
mejor.
—Ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja.
Bebieron.
—Aunque
insisto en que envidio tus tetas —dijo Adriana.
—Y yo tus
piernas.
—Una fusión
de las dos sería lo perfecto.
—Sí, con mis
tetas y tus piernas.
—Sí, menudo
pivonazo.
—Ya te digo,
qué pivonazo.
—Nos
follaríamos a quien quisiéramos.
—Y tanto. A
Manu, a Jorge, a todo dios.
—Ja, ja, ja.
—Ja, ja, ja.
Bebieron muy
deprisa. El ritmo era incontrolado. Ignoraron que se había estropeado el
pen-drive y ya no sonaba música. Era como si hubieran salido a la terraza de
atrás de pub para tomar el aire un rato.
—Aún así
—dijo Paula—. Tampoco tendríamos que rayarnos. Al tío que le molemos le
tendremos que molar tal y como somos.
—Ya. Seamos
feas, gordas, planas...
—Sí...
—Y si no
—dijo Adriana muy convencida—. Siempre nos quedarán los jueves.
—Ya. ¿Qué
sería de nosotras sin los jueves?
—Sí. ¿Qué
sería de mí sin ti? Ja, ja, ja.
—Y de mí sin
ti, guarra.
—¡Ay, Pau,
Pau!
Adriana se
incorporó y abrazó lateralmente a Paula. Le besó la mejilla y la oreja. Luego
se miraron en silencio unos segundos y se dieron un pico. Se separaron y no
hablaron. Hasta que Adriana dijo:
—Estás
buenísima, de verdad.
—Y tú. En
serio.
Terminaron
sus copas y se sirvieron más. Todavía les quedaba un rato a las dos amigas para
quedarse dormidas allí mismo, en el sofá, completamente borrachas y en ropa
interior.
Allá los
universitarios si preferían preparar los exámenes.
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