—Joder, ¡qué
rico!
Queco hablaba
solo mientras finiquitaba unas tiras de presa ibérica.
Al principio
le habían echado de las inmediaciones del restaurante. Una cuestión lógica de
mala imagen. Pero luego el encargado, ante la insistencia del mendigo, le
comentó que sería buena idea que aparcase su Citröen C15 en el descampado de la
puerta de atrás, prometiéndole que le darían las sobras de algún menú siempre
que el propietario o los de Sanidad no anduviesen rondando por allí.
—Buenísimo
—insistió Queco, rechupeteándose los mugrientos dedos.
Odiaba su
propia suciedad y se duchaba en el albergue siempre que tenía sitio, pero los
días en la calle eran muy largos y era inevitable terminar con unos milímetros
de mierda encima.
Encendió la
radio. Su vieja furgoneta apenas sintonizaba sin interferencias la Ser y Radio
Nacional. Daban el parte de las tres. Queco abrió el cartón de Don Simón y pegó
un buen sorbo. No era alcohólico pero el vino le daba esperanza. Esperanza de
no sabía muy bien qué, pero esperanza.
Hablaba
Artur Mas:
—Los
catalanes tienen derecho a decidir su propio futuro. Son los españoles quienes
tienen miedo a la democracia.
—Es posible
—dijo Queco. Y Mas:
—Somos un
pueblo abierto al diálogo pero es el pueblo español, o mejor dicho, el gobierno
del pueblo español, quien no quiere saber nada del diálogo que nosotros le
proponemos.
Le respondía
Rajoy:
—Nosotros
estamos dispuestos a dialogar sobre cualquier cosa. Cualquier cosa que cumpla
la legalidad claro. La democracia no es votar cualquier cosa en cualquier sitio
en cualquier momento.
—Tendrá
razón —dijo Queco. Siguió Rajoy:
—La independencia
de Cataluña es mala para los españoles pero muy mala para los catalanes y eso
es algo que algunos no quieren entender. Pero que no se preocupen los catalanes
que mientras yo sea presidente este gobierno no les dejará solos.
Bebió más
vino Queco. Glu, glu. Rajoy cambió de asunto:
—Los datos
del paro hablan de una evidente recuperación. Esperamos que este año se pueda
crear empleo neto el último semestre.
—Ojalá,
ojalá —otro glu, glu de Queco.
Le tocaba a
Draghi. El BCE se acababa de reunir:
—Hemos decidido
mantener los tipos en el cero veinticinco por ciento porque no se observan de
momento claros síntomas de un riesgo de inflación que aconsejen políticas menos
expansionistas.
—No te
entendí nada, amigo.
Queco se
rio. Turno para los deportes:
—Hoy el Real
Madrid se ha entrenado con normalidad en Valdebebas a la espera de una nueva
jornada de liga que arranca mañana. Cristiano Ronaldo ha hablado tras el
entrenamiento para asegurar que...
Queco apagó
el aparato. Debía reservar vino para la noche y a lo lejos le pareció ver unas
luces de la policía. No le llevarían detenido pero no quería identificarse ni
dar explicaciones. Era mejor ahuecar y buscar un buen lugar para dormir la
siesta.
Puso el
contacto y observó que el depósito de gasolina estaba en la reserva. Estaba así
desde el día anterior y probablemente no le alcanzaría ni para llegar a una
gasolinera. Además se miró en el bolsillo y no tenía más que tres o cuatro
euros. Tocaba bajarse y caminar hasta el parque. Hacía una buena tarde y seguro
que algún viandante le dejaba caer una moneda. Muy mal se le tenía que dar para
no poder echar al día siguiente un cuarto de depósito.
Bostezó,
porque los mendigos también sienten pereza, se bajó, cerró con llave y tiró los
restos de la comida en la papelera más cercana.
—Hasta luego
—dijo después, mirando hacia la C15.
Hasta la
noche no vería de nuevo a su vieja furgoneta, cuando entraría en ella,
recostaría el asiento y dormiría siete u ocho horas del tirón. Quizá soñase con
Mas y Rajoy y decidiría quien, a su juicio, tenía más razón de los dos.
Muy bueno, Alex.
ResponderEliminarMuy bien redactado, al momento de leer uno siente que está ahí, sentado junto a Queco y escuchando la radio.
Triste momento el que vive el protagonista (y buena parte del pueblo español...), retratado a la perfección por tus letras. Te felicito.
¡Saludos!