5 oct 2014

El sueño más extraño

Hay sueños eróticos, repetitivos o aterradores, y luego hay sueños sin sentido que no hay por donde cogerlos. Así fue el del otro día.
Os cuento.
Primero os pongo en situación para que sepáis dónde transcurre la escena. Cuando mis padres compraron el piso, hace como treinta y pocos años, compraron también un bajo en el portal de al lado; así que tenemos un garaje individual y bastante grande, de casi cien metros, con baño y todo, que utilizamos de trastero, local de ensayo, cancha de baloncesto, etc.
Bien, pues ahí empieza todo. En mi sueño el garaje aparecía como era hace años; con el suelo de mortero sin embellecer y lleno de baches, las paredes de ladrillo a la vista y el portalón de apertura y cierre manual, entre otros lúgubres detalles.
El caso es que el garaje se había transformado en gimnasio, con cintas, elípticas, bicicletas y una zona para estirar con espalderas y colchonetas. Tenía sólo los aparatos para hacer ejercicio aeróbico, sin bancos ni máquinas para hacer pesas, ¿sabéis por qué? ¡Porque era un gimnasio sólo para chicas! Sí, un gimnasio dónde sólo podían entrar hembras (además de mí que era el dueño, claro), y que estuviesen bien porque no recuerdo ninguna fea. Así que allí estaban todos aquellos aparatos mal colocados sobre el suelo rugoso e inestable, con decenas de preciosidades trabajando sus bonitos traseros con vistas a una pared de ladrillo, pero disfrutando mientras sudaban y se contoneaban como si se tratase de las mejores instalaciones que hubiesen conocido.
Yo me dedicaba a ser el monitor y mirar el panorama desde mi cómoda silla de jefe, y creo que fui feliz en esos segundos que, como mucho, duró esa parte del sueño.
Luego, por algún motivo que desconozco, me tenía que ir, y empezaba a ponerme nervioso porque las tías no se marchaban y yo tenía que cerrar, así que el tiempo pasaba y a mí me empezaron a entrar todos los sudores, así que corté por lo sano y, en vez de decirles una a una que lo sentía pero tenían que irse, me levanté, salí y cerré el portalón, dejándolas a todas encerradas en mi garaje.
Pasaron no sé por qué varios días, una semana yo diría, y estaba de nuevo ante el portalón de mi garaje-gimnasio, acojonado por lo que sucedería en cuanto abriese de nuevo la puerta. No existía la posibilidad de que hubieran llamado a la policía o hubieran alertado a algún viandante golpeando la puerta. No. Estarían allí y punto.
Abrí. Estaba oscuro. De pronto empezaron a salir chicas. Una detrás de otra, con la misma ropa que tenían puesta la última vez que las había visto. Me miraban mal, con cara de pocos amigos, y alguna me decía ¡ya te vale!, o ¡ya era hora!, o ¡se te fue la olla encerrándonos aquí!, pero seguían de largo, sin escenitas ni tratar de asesinarme. Me sorprendió que seguían muy sudadas y jadeantes, como si hubieran estado haciendo deporte todos aquellos días hasta el momento mismo de mi reaparición.
Y lo mejor fue cuando se me acercó la más cachonda, me refiero a la más cachonda de mi gimnasio real, que por supuesto era una de las inquilinas de mi garaje, y al pasar a mi lado veo, atención, que es exactamente ella pero ¡con la barba de varios días que le había crecido! Sí, una barba grimosa y un bigote en su cara preciosa, como si fuera un tío que se abandonase durante unos días y al que le crece bastante el pelo. ¡Qué mal! Y eso no es todo. Como digo, pasa a mi lado y, mirándome a los ojos, va y me dice: no pasa nada, Alex, te perdono, y me da un abrazo rascándome con su barba antierótica.
Luego se aleja y yo, todavía a dos velas, veo cómo más tías reales del gimnasio se acercan y, aunque sin barba, también me dicen que no pasa nada, que me perdonan, y siguen de largo hacia la calle.
Y ahí se acabó el sueño.
Guardaré para siempre el momento clave en que la tía buena me abraza con su sudor resbalándole por la piel, pero con aquella barba inverosímil.
En fin, que si alguien entiende de interpretación de sueños por favor que me ayude, porque yo os juro que en este caso no he entendido nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario