No sé cómo llegué a ese punto, pero la odiaba. Me
repateaba la idea de verla o escucharla. Ni una imagen. Ni una voz. Nada, por
favor, nada. No quería tener noticias de ella salvo que se había largado y me
había dejado en paz. Fuera, adiós, bye-bye, que te den; era mi único y
verdadero deseo.
Todo había empezado muy bien. Mucho amor. Pasión.
Toda una relación entre dos personas maduras. Y de repente te levantas deseando
morirte o, en defecto de tu muerte, la muerte de ella. ¿Cómo puede suceder
eso?, me pregunto.
También me pregunto cómo, después de todo, puedo ser
tan gilipollas que termino casándome con ella y dejándola preñada, y mi asco
por la vida ya no puede ser mayor, pero eso por favor no se lo digáis a nadie.
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