Hoy no tenía nada claro el asunto
cuando me senté delante del ordenador, pero tampoco me perdonaría dejar que
pasasen los minutos o las horas y que nada decente ocupase una o dos hojas del
word antes de subirlo al blog, así que tiré por el camino más fácil de buscar
en mis entrañas y desgranar mis pensamientos y sacar a la luz aunque fueran mis
vísceras, como un gran alijo de material incautado.
¿Y qué he encontrado? Pues hay demasiadas
cosas y ninguna a la vez, pero si tengo que describirlo, en realidad
describirme, yo diría que lo que siento son las manecillas de un reloj:
«tic-tac, tic-tac», que no puedo dejar de oír como cuando te tumbas en cama en
ciertas posturas y escuchas los incómodos latidos del corazón y no puedes
evitar preguntarte si no se parará o si ese ruido verdaderamente perdurará
hasta que te mueras.
Bueno pues ahí están esas
manecillas y no comprendo qué quieren decirme realmente. Puede que por un lado
me recuerden que ya no soy tan joven, que ya he vivido un porcentaje de mi vida
importante y es hora que me plantee qué demonios he hecho o conseguido hasta
ahora. O puede que me recuerden que el tiempo pasa y pasa y jamás dejará de
hacerlo, pero ellas suenan fuerte para hacerme ver lo estúpido que soy por no
aprovecharlo al máximo y permitir mi autodestrucción sin más.
Es como si una plaga gigante
cayese del cielo y yo no hiciera el mínimo esfuerzo por buscar un techo y
cuatro paredes en las que refugiarme. ¿Por qué lo hago? No lo sé. En realidad
no sé nada. Nada de esto, nada de lo otro. Nada de la vida. ¿Qué carajo sé?
¿Qué carajo soy? Tic-tac, tic-tac. El tiempo pasa y yo sigo plantado en una
buena ciudad, con un buen trabajo, una buena mujer y una buena familia a mi
lado, pero soy inerte como una piedra hundida en la corteza terrestre durante
miles de millones de años, ajeno completamente al entorno, estático, inepto,
necesitado de un bofetón o de un escarmiento.
Y creo que ni con esas reaccionaría.
Creo que he perdido mi alma. Se ha ido volando porque la he castigado o la he
dejado de utilizar creyendo que era innecesaria. Ahora soy sólo esas vísceras
de las que os hablaba al principio, unas manecillas que suenan y un gran vacío
de inconexión entre las distintas partes de mi organismo. Una especie de
máquina que vive y parece humana, pero que de humana sólo le quedan la
desmotivación, la repulsión, el asco generalizado y, sin ninguna duda, las
ganas de gritar hasta quedarme sin voz y de cagarme en dios y en todas las
columnas del firmamento y después estallar en millones de pedazos.
Puede que, después de todo, esa
sea mi alma y yo esté engañado y no se haya ido nunca de mí. Como tantas otras
cosas, no lo sé.
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