29 nov 2014

Mi canario el mago

Desde poco después de comprármelo en aquella tienducha, sabía que mi canario tenía extraños poderes, que era una especie de mago encarnado en animal volador.
Un día transformó el agua en vino. Entro al patio de luces y me lo encuentro revoloteando en la bañera, con las plumas hechas un cenagal y cantando: «¡con el pi-piripi-pipi!, ¡con el pa-parapa-papa!», zambulléndose y dejando escapar un rastro de vino por la comisura del pico.
Otro día no estaba en la jaula. Creí que se había escapado, pero no entendía por dónde. De noche regreso a casa y lo veo dentro otra vez, como si nada, saltando de un barrote a otro y piando por mi llegada. Le pregunto qué había pasado y con toda la pachorra me dice: «me fui de putes». «Dirás de putas», le digo. «No. De putes», insiste. Luego me contó el bicho que tenía antepasados astures.
En otra ocasión hizo una montaña de excrementos. Me explico. Se pone en una esquina, siempre la misma, y deja caer sus caquitas negras y blancas sobre el mismo punto, formando una montañita que alcanza los dos o tres centímetros. Me pica la curiosidad y le pregunto a qué viene esa historia, y entonces trepa al lateral de la jaula más cercano a mí y me suelta: «A ver listo, ¿eso es estalactita o estalagmita?».
Pero lo más sorprendente fue una vez que iba a rellenarle el cacharro del alpiste y veo que el cabrón está comiendo en él como si no hubiera mañana, moviendo la cabeza detrás de la cubeta transparente a toda velocidad. Parecía que ni quería perder el tiempo en respirar. Me acerco y, ¿qué es lo que veo? Dentro del cacharro hay, no os lo perdáis, ¡percebes! Sí, percebes. Unos preciosos y enormes percebes gordos como pulgares ya pelados y sin cabeza, con una pinta tan bárbara que se me hace la boca agua. «No me jodas», le digo. El canario saca la cabeza y me dice: «Estaba hasta los huevos del alpiste y tengo mis contactos». «Ya veo», le digo, todavía acojonado. Y él sentencia: «Para ti no hay».
Acostumbrado a estas cosas, una noche llegué a casa dispuesto a plantearle un asunto al canario. Lo cierto es que llevaba una mala racha. O mejor dicho, una racha de mierda. Ya sabéis: las mujeres, el jefe, el poco dinero, las casas de apuestas, el estreñimiento, la disfunción eréctil, las noticias de por la noche, la radio que no funciona, los desagües atascados, las grietas de la pared, la persiana que no baja y la puta que los trajo a todos. Así que me planto ante la jaula y lo miro. Está sobre el barrote, a punto de hacerse una bola sin cabeza para dormir, como una gárgola de Notre Dame pero con una sola pata, y le digo que quiero proponerle un trato:
—Adelante —dice.
—Cambiémonos el uno por el otro.
—¿Cómo dices?
Las plumas vuelven a su posición; se le pegan a la piel, si es que los canarios tienen piel. Quizá estén directamente los músculos detrás de las plumas.
—Sí —digo—. Tú ganas. Me has ganado. Eres mejor que yo. Te mereces salir de esa jaula para siempre y que sea yo el que entre ahí.
—Jajajajaja —se parte el culo de risa el tío.
—¡Vamos! Hablo en serio. Sé que puedes hacerlo. He visto como haces magia, cosas imposibles para un canario. De hecho mira: estamos teniendo una conversación.
—Jajajajaja.
—Seguro que puedes. Cambiémonos. Tú serás libre y harás lo que te dé la gana, sin una jaula a tu alrededor, y yo me meteré ahí y no saldré. Es lo que merezco.
—Jajajajaja —tuvo que agitar las alas para no caerse de la risa.
—Tú llevarás mi vida y yo la tuya, ¿qué te parece?
Sus carcajadas duran unos segundos más. El tiempo necesario para poder callárselas y aclarar la voz. Entonces me lanza una mirada despiadada y me dice con toda naturalidad:
—Ni de puta coña.

1 comentario:

  1. Un texto muy simpático, imaginativo, con un final no tan simpático -para el narrador- ni loco el canario iba a aceptar la vida de mierda del pobre tipo.
    Un abrazo.

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