24 nov 2014

Una discusión

Era la hora de la siesta y la parejita venía de una larga temporada sin oler las vacaciones.
—Tenemos un problema de comunicación —dijo María, recostada contra el cabecero de la cama con la Quore.
—Sí —contestó Javi desde el escritorio y tecleando algo en el ordenador.
—Por lo menos estamos de acuerdo en eso.
—Pues sí.
—O sea que tenemos un problema de comunicación.
—Sí, nos comunicamos demasiado.
—Estúpido.
María dejó por un momento la revista y miró la espalda de Javi, cada vez más arqueada tras horas y días ante la puñetera pantalla.
—No me refería a eso.
—Lo suponía.
Javi agitó sus hombros, como si fuese a empezar una larga carrera. En cierto modo era así. Las discusiones con María requerían una buena preparación física y mental.
—Es que no me haces ni caso —dijo María.
—Tonterías.
—No son tonterías, lo digo muy en serio.
—Y yo digo muy en serio que deberíamos pasar más tiempo hablando de tonterías y haciendo tonterías.
—Eso no resuelve los problemas.
—Problemas que sólo ves tú.
—¿Yo? ¡Si ni siquiera me has mirado a la cara para hablar de esto!
Javi no la miró, aunque por el reflejo de la pantalla podía ver que María podría explotar en cualquier momento.
—Y ya no digamos otras cosas. ¿Cuánto hace que no me dices que me quieres, o que me coges de la mano al andar, o que me besas apasionadamente? ¡Dime!
—Tonterías.
—Tonterías, ¿eh? ¡Si ni siquiera me haces el amor como antes!
—Eso es mentira.
—Es verdad y lo sabes.
«Y lo sabes», rio Javi para sus adentros. Se le vinieron a la cabeza las imágenes de Julio Iglesias que circulaban por internet. «Follas poco y lo sabes», se dijo.
—Cálmate, anda —concluyó después.
—En serio, eres desesperante.
—Soy todo lo desesperante que tú eres capaz de desesperarme.
—¿Pero no ves que hay un problema? —María levantó la voz.
—Sí, que estás erre que erre día sí día también.
—¿Y tú no has hecho nada para que yo esté erre que erre?
—Sinceramente, creo que no.
—Tú eres don perfecto.
—No.
—Tú nunca generas discusiones.
—Rara vez.
—Pues ahora la estás generando, que lo sepas.
—Claro, he sido yo el que sacó el tema.
—No, es mejor que me calle hasta que explote un día.
—Deberías probar.
—Eso te gustaría. Que explotase y tuvieses una excusa para mandarme a la mierda.
—No, sólo que te callases.
María respiró profundamente. Hubo un tiempo en que sólo respiraba profundamente después de que Javi la dejará seca tras un polvo majestuoso.
—Esto no funciona —dijo María.
—Ajá.
—Qué asco. Me largo.
Se incorporó y se puso las botas. Javi podía escuchar cómo los botones metálicos de las botas de María golpeaban el somier. Le quedaban muy bien las botas. Tenía pies y piernas hechas para unas buenas botas de cuero.
—¿No dices nada? —preguntó María.
—Ya lo dices tú todo.
—Hombre, he dicho que me largo. Podrías contestarme.
—Ya te oí. ¿A dónde? ¿Con tu hermana?
—No.
—¿Con tus amigas?
—Tampoco.
—¿Entonces?
Javi se giró y miró por primera vez los ojos de su chica. Tenían lágrimas a punto de resbalársele pero eran muy bonitos. Realmente unos marrones y bonitos ojos tristes.
—Me voy para siempre —dijo María.
—Venga ya.
—Hablo en serio, Javi.
—Eso no te lo crees ni tú.
—Esto es el final.
—¿El final de qué? ¿De la discusión? Me alegro entonces.
—Odio tus sarcasmos —todavía tuvo tiempo María de poner cara de asco—. El final de lo nuestro.
—Sí, ya.
—O sea que no me crees.
—No. Harás como la otra vez.
—La otra vez fue distinta. Fue una chiquillada.
—Saldrás con tus amigas, te emborracharás y les contarás lo hijoputa que soy. Procura al menos no oler a colonia de tío al volver.
—En serio. En estos momentos me das asco.
—Muy bien. Nos vemos de noche.
María dio media vuelta y salió de un portazo que estremeció a Javi aun cuando ya se lo esperaba. María era mucho de dar portazos.
Luego Javi escuchó unos cuantos pasos acelerados, otra puerta que se cerraba y más pasos escaleras abajo. Entonces se acercó a la mesilla de su lado y, del último cajón, sacó una botella de vino y un sacacorchos que guardaba para las grandes ocasiones. Se preguntó si aquella era una gran ocasión y volvió al ordenador. Nunca abrió la botella; no sabe si por pereza o por un instante de lucidez.
Mientras, María no sabía muy bien dónde dormiría aquella noche, pero sabía que hasta el lunes no regresaría a la que había sido su casa para recoger sus cosas, aprovechando que el imbécil de Javi trabajaba. Para entonces él la habría llamado y le habría escrito mil mensajes, hecho a la idea, aunque sólo fuera un poco, de que hablaba en serio cuando decía que no volvería.
Lo mejor es que Javi jamás sospecharía que de gilipollas María tenía lo mismo que él de tío válido. Por eso escribió un mensaje de móvil y le dio al botón de enviar con destino Samuel. Samuel era el tío con el que se liado por primera vez la noche en la que dijo que se largaba de casa, aunque todo quedó en una supuesta chiquillada. El que le pegó el olor a colonia. Al final la chiquillada resultó media docena de polvos con un tío que parecía otra cosa. Más personalidad. Más pasión. Más... hombre.
Después de todo, paradojas de la vida, María tuvo que agradecer que Javi, además de cornudo, fuese todo un alelado y nunca se enterara de media.

1 comentario:

  1. Muy buenos los diálogos que reflejan esa terrible diferencia entre hombres y mujeres: nosotras queremos hablar de todo, desmenuzarlo todo mientras que a un tipo no le importa tanta cháchara.
    El final está logrado y también muestra la ambigüedad de María, torturar a Javi mientras ya tiene a otro.
    Un abrazo y te leo, Alex.

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