Para Ángel ha sido un jodido día de mierda. Igual
que ayer, anteayer, el otro y el otro. ¡Buf!
El jefe está de uñas porque no sale una puta
licitación y no queda más cojones que despedir a la gente. De momento Ángel se
va librando porque es de los veteranos y largarlo sale por un ojo de la cara.
Pero os podéis imaginar el ambiente en la oficina entre la inactividad, la mala
hostia generalizada y los rumores sobre quién será el siguiente.
Pero algo bueno tenía que tener todo esto, y es que
con la reducción de horarios él mismo puede encargarse de los niños por la
tarde. Manu y Olalla, de cuatro meses y tres años. Sus ojitos derechos. Lo que
da verdadero sentido a la vida de Ángel.
Así que ahí está, sentado en el banco del parque,
dándole el biberón a Manu, que no para de llorar y patalear como si tuviera el
demonio dentro por mucho que le arrulle y le cante todas las putas canciones de
Disney Channel, mientras vigila con el rabillo del ojo que Olalla no se meta
tierra en la boca ni le dé por escaparse a la carretera. Un grito a tiempo lo
consigue, pero eso hace llorar más a Manu y vuelta a empezar. Ángel es un
verdadero ángel.
El hombre hace
lo que puede, y así pasan las horas hasta que Rosa llega a casa y puede
descansar un poco y quizá hasta poner la tele antes de irse a dormir para
recibir un nuevo y glorioso día de trabajo. ¡Qué gran padre es Ángel!
Lo que no me explico es cómo el tío no bebe —apenas
una cerveza o dos por semana—, no fuma, no consume drogas duras ni blandas ni
intermedias, no se hace una triste paja y, si me apuras, no se pega un tiro
entre ceja y ceja de una puta vez.
Excelente micro, Alex.
ResponderEliminarEl final apabulla (para bien) con su llegada, y nos deja a tus lectores boquiabiertos. Genial.
¡Saludos!