14 dic 2014

Aquellos maravillosos lunes al sol

Se lo decía el otro día a mi novia. Mi cara tenía mala pinta y ni yo mismo entendía por qué. Hablando de todo un poco lo fui descubriendo:
—Es que mi vida ya no es como era. Es como si me hubieran robado el alma y sólo fuera una masa de sesenta y nueve kilos que respira, come, mea, caga, trabaja y todas esas cosas. Como si me hubieran despojado de mi esencia. Dime, ¿habrá sido dios?
A ella le preocupaban estas paranoias mías. Me dijo que dios no existía.
—Se supone que tengo la mayoría de cosas a las que un hombre aspira. Una mujer que me quiere, un buen trabajo, dinero, una casa y una vida por delante sin demasiadas complicaciones.
»Se puede decir que lo tengo todo, y quizá ese es el problema. Se acabaron las metas, las aspiraciones. Se acabaron las cosas por las que luchar. Dime, ¿qué es un hombre sin algo por lo que luchar? En mí tienes la respuesta: sólo organismo.
Le costaba mucho entenderme. Para ella mi razonamiento era sinónimo de no quererla.
—Estaba mejor cuando no tenía nada. No te tenía a ti. De hecho tenía miedo de todas las mujeres: era demasiado fácil que me hiriesen. Vivía con mis padres porque no era capaz de encontrar un trabajo decente que me durase. Y cuando encontraba algo me sentía tan desgraciado allí dentro que hacía lo posible por salir y verme otra vez en la calle. Y por supuesto, no tenía dinero, sólo la limosna que me arrojaban mis padres, lo justo para pagarme los vicios.
»Y esa época se prolongó y estuve así años, en una especie de stand-by, a la espera de no se sabía muy bien qué.
Me recordó mi novia lo desgraciado que era entonces, o al menos en la parte que ella conocía. No estuvimos juntos hasta que la cosa mejoró.
—Sin embargo ahora recuerdo esa época con cariño, como si fuese una buena época de mi vida. Estaba lleno de metas, de ambiciones, de sensaciones. Había tocado fondo y sólo me quedaba levantarme y mejorar, ir hacia adelante. Peor ya no me podía ir. Cuando uno se ha hundido del todo no hay nada más abajo. Alrededor sólo hay esperanza.
Mi novia me insinuó que era una especie de masoquista al que le gustaba sufrir. Le dije que no y continué:
—Recuerdo el irme a dormir los domingos por la noche y pensar: «empieza otra semana en la que no tengo nada que hacer». Y el lunes me despertaba a las nueve o diez, echaba un par de currículos —sólo a veces— y a las doce estaba leyendo el periódico y tomándome una cerveza con Mario —un amigo en mi misma situación—, gastándome mi poco dinero. Nos contábamos las penas y nos reíamos del mundo y después decíamos: «es lunes y aquí estamos, ¿no te parece increíble?» Y sí, era increíble. Aunque luego la conciencia pesaba como una losa; la sensación de culpa era enorme. Pero ese ratito de la cerveza, ese momento de reírnos del mundo, y también esas tardes de siesta, esos programas de televisión en el que unos tíos se van al extranjero a buscarse la vida y triunfan, esas horas perdidas en el ordenador, esas noches de partidos y más cerveza, esos jueves hasta las tantas emborrachándonos... no sé, son irrepetibles y tengo la sensación de que, aunque estaba hundido, nunca en realidad estuve tan bien.
Ella me dio las gracias por la parte que le tocaba. Estaba llorando. Me dijo que si tanto me gustaba aquella época la olvidara y volviese allí.
—No es eso. Claro que no quiero volver. Pero creo que la mayor diferencia entre entonces y ahora es el miedo. El miedo que tengo ahora por perder todo aquello por lo que he luchado y volver a una época en que me sentía tan desgraciado pero en la que, paradójicamente, no tenía miedo a nada.
»Podría decirte que estoy encantado en mi situación. Podría mentirme a mí mismo y mentiros a todos y deciros que esto es genial. Pero a mí me gusta decir la verdad, y no hay que tener miedo a la verdad. Y la verdad es que como me dijo el otro día Mario: eran maravillosos aquellos lunes al sol. Me asusta reconocerlo, pero es así. Uno echa de menos su propia miseria. Uno echa de menos no tener miedo. Aunque suene retorcido y sin sentido, nunca tan bien se está como cuando se es una puta mierda.

1 comentario:

  1. Esto es lo que somos: una incongruencia en dos patas. Lo mostraste muy claro en el texto, que me encantó, porque describe la extraña forma que hemos adoptado para vivir. Sufriendo y añorando lo que no tenemos y cuando lo logramos eso tampoco nos conforma y nos sentimos vacíos.
    Un abrazo, Alex.

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