Cuando era nuevo en la oficina
estaba acojonado. Le asustaba la gente, todos aquellos hombres y mujeres con
sus hombros y sus codos y sus rodillas y sus manos y sus pies, tan conocedores
de su trabajo, tan sabedores de todo, tan en armonía con sus ordenadores y sus
sillas y sus mesas y sus papeles encima, que pensó que no podía haber peor
infierno y que no había otra solución que pedir la cuenta y el posterior
suicidio.
¡Qué mal lo pasó este hombre!
Malo era aparecer por la puerta y ocupar su sitio entre tantos otros, malo era
recibir cualquier orden y no tener ni puta idea de por dónde empezar, malo era
acostarse por las noches sabiendo que le quedaban pocas horas para volver a la
tortura y ya no hablemos de lo malos que eran los domingos.
Pero como no hay mal que cien
años dure, poco a poco los domingos empezaron a ser un día más, la tortura sólo
una leve molestia, las noches un buen momento para descansar, las órdenes,
entendidas, y ocupar su sitio, una tarea más de tantas que empezaba a dominar.
Sintió que aprendía, que era útil
en su trabajo, que sabía hacerlo. Se sintió UNO MÁS. La armonía había llegado
también a él.
Estaba integrado.
Había empezado incluso a gustarle
lo que hacía. Era bonito ser un buen compañero. Era bonita la sensación de un trabajo
bien hecho. ¡Y qué decir de los parabienes del jefe y de todos los demás!
Asumió cada vez más
responsabilidades. Las tareas se le acumulaban y él ponía todo su empeño en
organizarse y sacarlas adelante. Era pura eficacia.
No importaba que otros abusaran
de él o que, de tanta acumulación, no le quedase más remedio que regalarle sus
horas al jefe y tirarse allí hasta la noche. La sensación al llegar el fin de
semana era magnífica. No podía existir empleado mejor.
Era un viernes de madrugada y el
hombre estaba sólo, mirando por la ventana de la oficina en uno de sus momentos
de descanso para la vista, dañada tras tanto castigo. Aquella semana había sido
de récord. Nunca pensó que tanto trabajo pudiera existir, pero allí estaba él,
después incluso de que las limpiadoras dejaran el edificio como una patena,
cuando al otro lado del cristal se le apareció levitando Satanás para decirle:
—Eres un auténtico gilipollas.
Uy, Alex, me hiciste sentir como en mi primer trabajo, un espanto. Lo peor es cuando uno se siente integrado y útil, ahí la cagaste, diríamos por acá.
ResponderEliminarComo venías con un relato muy realista, la aparición de Satanás me resultó algo descolgado. Pero no sé si a vos te interesa la cuestión literaria y perfeccionar texto y estructura o sólo lo tomás como un pasatiempo. Igual te dejo mi opinión.
Escribís bien y también tenés buenas ideas.
Un beso.
Muchas gracias Mirella. Sí me interesa la cuestión literaria: mejorar cada día y encontrar mi estilo. Ahora bien, lo que escribo por aquí no es para tomarse muy en serio. Lo hago básicamente para entretenerme y entretener. No hay demasiado sentido en nada de lo escrito, y si rebuscas entre mis entradas, verás que el "absurdo" al que te refieres no es nada en comparación.
EliminarDe nuevo gracias por tu opinión.
Un abrazo.