24 dic 2014

Un profesional de la bebida

Había personas cazurras y después estaba Harry. Había viejos artríticos que cruzaban una avenida lejos del paso de peatones, había quien se apuntaba al gimnasio los eneros de todos los años, quien intentaba razonar con un policía local, y después estaba Harry.
Estaba siendo una bonita tarde de septiembre y, por supuesto, Harry le había dado al trinque. No había día en que el bueno de Harry no se acostase con unos lingotazos encima, y el hígado ya le había dado un par de sustos. Era todo un profesional de la bebida.
Los temas de conversación se habían acabado y él y sus compinches miraban la playa desde la terraza situada arriba en el acantilado. Refrescaban el gaznate y miraban veinteañeras broncearse y jugar al voleibol allí abajo. Poco más le podían pedir a sus tristes vidas.
—¿Sabéis qué estaría bien? —preguntó uno de los compinches.
Se esperaba Harry algo así como «bajar y juntarnos a un grupito de tías», pero no. Dijo el compinche:
—Bajar y darnos un baño.
El comentario fue ignorado. Les sonaba aquello poco menos que a gilipollez, pero el compinche les retó:
—A que no hay huevos.
Una voz apoyó la moción:
—Por mí sí.
Y luego otra:
—Por mí igual.
Y así todos hasta llegar a Harry:
—Por mí que no sea.
Cinco minutos después la manada estaba en bermudas pisando la arena mojada, despidiendo alcohol por todos sus poros, riéndose a carcajada limpia y esperando a ver quién realmente tenía huevos a dar el primer paso.
Fue, cómo no, Harry. Arrancó en un sprint y chapoteando cuatro o cinco pasos dentro del agua se zambulló sin tiempo a ser consciente de lo fría que estaba. Emergió tiritando y, cuando miró de nuevo la arena, ya los demás se estaban metiendo poco a poco hasta que unos se salpicaron a otros y todos terminaron con el agua a la altura del escroto.
Pero Harry no se unió a ellos. En lugar de eso, se giró de nuevo y miró el océano Atlántico en el horizonte. Cogió aire, despegó los pies de la arena y empezó a nadar mar adentro, braceando y moviendo los pies descoordinadamente, pero avanzando en pocos segundos hasta donde no hacía pie. Alcanzó la línea de boyas que indicaba el límite hasta donde los barquitos podían fondear, y empezó a escuchar algunas voces de sus amigos.
—Tío, puedes volver cuando quieras.
—Hey, que no eres Michael Phelps.
—¡Eso no puede ser bueno, colega!
Pero enseguida las voces empezaban a ser lejanas e inaudibles.
Harry nadaba con convicción. No tenía motivos para hacerlo pero, del mismo modo, no tenía motivos para regresar junto a sus compinches o, simplemente, mantenerse quieto en el punto en que se había zambullido. Así que sólo nadó y nadó hasta que empezó a sentir cansancio, y hasta eso pasó un tiempo difícil de estimar.
Cuando se detuvo, giró su cabeza trescientos sesenta grados para ver hasta dónde había llegado, pero entonces le invadió una sensación extraña: una mezcla de naúseas, dolor de barriga, vértigo y bajón de tensión, y sintió que se quedaba sin fuerzas súbitamente y empezaba a hundirse.
Algo inexplicable tiraba de él hacia abajo y el borracho de Harry braceó y pataleó, pero sus brazos parecían no hacer fuerza al golpear la superficie del mar, como si se hubiera convertido en un blando invertebrado, y los pies parecían atados a dos bolas de presidiario.
Se hundía irremediablemente.
La cabeza estaba debajo del agua. Todavía veía la luz del sol pero le picaban los ojos. Los cerró. Seguía perdiendo altura.
Pensó Harry que todavía era joven para morir, que apenas se había follado una docena de tías, que todavía no se había ido de putas, que todavía no había catado una mamá y que se quedaría sin probar el sexo anal. Pero se quedaba sin aire y la sensación empezaba a ser angustiosa.
Hizo un último esfuerzo pero, paradójicamente, parecía que al tratar de ascender conseguía todo lo contrario.
Y el aire de los pulmones se agotaba.
Harry abrió los ojos. Veía el fondo un poco más abajo y lo rozó con los pies. La superficie estaba muy lejos.
La reserva de aire se terminó. Tenía que respirar y lo hizo. El agua entró en sus fosas nasales y sintió encharcarse todo su organismo. Era un asqueroso pez que trataba de respirar sin branquias. ¡Qué muerte tan patética!
Entonces el bueno de Harry, con todas sus oquedades saturadas, se sintió de repente muy lúcido y miró la parte positiva del asunto. Caminó sobre el fondo marino buscando la parte todavía más profunda del océano:
—Ya que estamos aquí —pensó—, me follaré a la Sirenita, ¿por qué no? Encontraré a la Sirenita y me la follaré. Cuando los demás la palmen tendré una buena historia que contarles. Capullos. Me la follaré a base de bien. Le daré por culo. Claro que tendrá el agujerito en mitad de la cola. Me pregunto cómo será metérsela. Je, je, je. Ella sabrá. Las mujeres tienen trucos para todo.
Absorto en sus bonitos pensamientos, Harry siguió caminando sobre el fondo marino hasta que la oscuridad a su alrededor fue total.

2 comentarios:

  1. Jajajajaja... me encantó este personaje, Harry, que mientras la está palmando se preocupa por dónde se va a follar a la Sirenita.
    Es un relato irónico, con una pincelada de ternura, que la pone el loco de Harry.
    Un abrazo, Alex.

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  2. Sacarle partido a una situación en la que se ha metido sin saber porque, bueno por tozudez quizás.Me encanta. el final.
    Un saludo.

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