19 dic 2014

Un buen ejemplar

Toda la oficina tenía la mosca detrás de la oreja. Chavi era un gordo sudoroso, pero ese no era el problema. Vestía viejas camisetas de publicidad que dejaban al descubierto uno o dos centímetros de barriga. Se metía el dedo en la nariz y pegaba la mierda debajo de su mesa. No perdía demasiado tiempo con su higiene y eso se notaba en los días calurosos. Comía palmeras de chocolate y bebía latas de cocacola. Así era Chavi y, sin embargo, nada de eso era el problema.
Sucedía que, desde hacía un tiempo, Chavi se encerraba en el baño a media mañana y no salía de allí en cinco, seis o siete minutos.
—Ya va el cerdo a lo suyo —decían sus compañeros cuando se levantaba de su silla con cierta prisa.
—Menudas cagadas asquerosas debe de echar —comentaban.
—Habría que tener un ambientador o mandarlo a cagar a otra planta —sugerían.
—A ver quién tiene huevos a entrar ahí ahora —se retaban unos a otros.
Un día uno de ellos se atrevió. Chavi se había levantado como un resorte y un tipo le esperó pacientemente tras la puerta. Pasaron los seis minutos de rigor y sonó la cisterna. Chavi salió y saludó:
—Todo tuyo —dijo.
—Gracias, majo —le contestó el otro.
Y entró. Cuando salió regresó a su sitio y esperó a la hora del café para comentar la jugada:
—No os lo vais a creer —dijo—. Entré allí y no las tenía todas conmigo. Estaba acojonado. Entonces respiré, esperando que oliese a mierda de vaca pero, para mi sorpresa, ¡no olía a nada!
—¡Qué dices! —comentaron los demás.
—¡Imposible!
—Como os estoy diciendo. Pero ahí no acaba la cosa. Abrí la tapa del wáter y no había ningún tipo de resto, así que aproveché para echar una meada. Y entonces lo vi...
—¿El qué? —preguntaron dos o tres voces a la vez.
—Algo más asqueroso que la peor cagada que ese cerdo pudiera soltar.
—Joder —dijo uno—, me estás asustando.
—¿Seguro que queréis oírlo?
—¡Suéltalo! —gritaron.
—Ahí va: un pegote de semen en la pared. ¡Sí! A la altura del cuarto o quinto azulejo. Un pegote de semen amarillento resbalando y dejando una estela transparente detrás de sí, como un pequeño cometa surcando el cielo muy muy despacio. Os lo juro. ¡Fue asqueroso!
Todos pusieron cara de repelús, insistieron en lo absurdo y asqueroso de la situación y una chica muy fina se levantó, dijo, a vomitar inmediatamente.
Hablaron con el jefe la misma mañana y, al día siguiente, éste llamó a Chavi a su despacho:
—Iré al grano —le dijo—. ¿Te masturbas en el cuarto de baño?
—No, señor.
—Chavi. Te tiras un buen rato ahí dentro. Es mejor que lo reconozcas. Hay profesionales que te podrían ayudar. ¿Es verdad que te masturbas?
—No, señor, se lo aseguro.
—¿Entonces qué coño haces ahí dentro?
—No creo que tenga que explicarle qué se hace en un cuarto de baño.
—Está bien, Chavi. Vuelve a tu sitio.
Chavi volvió a su silla y dio un buen mordisco a la palmera que se había dejado a medias.
Esa mañana todavía se encerraría sus cinco o seis minutos, y así los días siguientes, sólo que el jefe había dado la orden a sus compañeros de entrar en el baño después de él y oler si había cagado o buscar pruebas de la masturbación en suelo y azulejos.
No olía. Y tampoco encontraron pegotes de semen.
—El cabrón se cuidará muy mucho de limpiarlo todo muy bien —decían.
La masturbación era la única explicación posible, así que otra mañana esperaron la cita habitual de Chavi en el retrete y el jefe, su mujer —que además era la directora general—, y otros tres tíos más se situaron tras la puerta por orden del primero.
—A la de tres —dijo el jefe—. Uno, dos, ¡tres!
El más fuerte abrió la puerta de una patada y se encontraron dentro a Chavi, que los miró con los ojos como platos. Estaba de pie, a un paso del wáter, con los botones de sus vaqueros del Carrefour desabrochados y sujetando con la mano derecha su enorme pene erecto. No dijo nada. Los demás tampoco. Sólo se cerró la puerta y, poco después, Chavi salió de dentro tras tirar de la cisterna.
Ese mismo día fue despedido. No dijo adiós a nadie. Sólo recogió las galletas que guardaba en un cajón, se levantó y desapareció tras la puerta.
—Ya era hora —dijeron algunos con alivio.
Chavi se emborrachó aquella noche. La vida no era fácil para un informático con nulas posibilidades de follar gratis. Demasiado tiempo perdido en su adolescencia entre videojuegos y juegos de rol.
Antes de pedir otra vez una mujer se sentó en el taburete de al lado. Falda por las rodillas. Tacones. Buenas piernas. Pintaba bien.
—Hola, Chavi —dijo.
Era Dora, la directora general. La mujer del jefe. Estaba sola.
—Pídete lo que quieras. Yo tomaré un vodka negro —dijo Dora, mirando al camarero que esperaba detrás de la barra.
—Otro ron cola —dijo Chavi.
Dora sonrió y se escurrió unos centímetros hacia Chavi. Era diez o doce años mayor que él. «Una puta diosa», pensó el chaval.
—Que sepas una cosa —dijo Dora, en voz baja—: tienes un magnífico ejemplar.
Chavi sonrió por primera vez en mucho tiempo.
El camarero se acercó con dos vasos, echó tres bolas de hielo en cada uno y luego se giró para coger de la estantería una botella de vodka y otra de ron.

4 comentarios:

  1. Brillante, Alex.
    Inesperado cierre del relato: me gustó mucho saber que el Chavi, finalmente, triunfa contra todos y se queda con el premio mayor.
    Me encantó..
    ¡Saludos!

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  2. Coincido con Juan, y está bueno que un pobre perdedor para todos, también tiene armas más que suficientes para que se le arrime la mujer del tipo que lo despidió.
    Saludos, Alex.

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  3. Muchas gracias, Juan y Mirella. Por apreciar el escrito y en general por comentar y darle un poco de vida al blog. Un abrazo.

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  4. Se supone el inicio de una buena amistad.
    Un saludo.

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