3 ene 2015

El mal perdedor

Mingos bebía whisky como si no hubiera mañana. Estaba borracho y tenía un montón de fichas de su lado de la mesa. Tenía el segundo montón de fichas más grande, sólo por detrás de Nacho "el bizco", campeón de los dos últimos torneos.
—Voy todo —dijo Mingos, derribando sus torres de fichas hacia el medio del tapete.
—Lo veo —dijo Nacho el bizco, empujando también sus fichas. Tardó más que Mingos. Lo hizo con más clase. Con más paciencia.
Había siete mil euros en juego. El que ganara tendría las tres cuartas partes de todas las fichas de la mesa y mandaría plácidamente en el juego hasta el final de la partida. Si Mingos perdía se iba a casa y, si lo hacía el bizco, se quedaba con apenas suficiente para pagar la ciega grande en el próximo turno.
—Cartas arriba —habló el crupier; un viejo borracho al que no se le conocía otra utilidad que mezclar y repartir cartas y contar fichas.
Mingos enseñó sus dos ases. Nacho el bizco, rey y dama de corazones. Sobre la mesa, dos de picas, as de corazones, siete de diamantes y nueve de corazones.
A Mingos se le iluminó la mirada. Trío. Al bizco sólo le valdría un corazón en la última y que no fuese un dos, un siete o un nueve. Mingos calculó las probabilidades. Setenta y cinco u ochenta por ciento para él. El muy capullo del bizco o se pensó que iba de farol o tenía los cojones más grandes de toda la ciudad.
—Última carta —dijo el crupier.
Los seis tíos que quedaban en la mesa dejaron sus copas y miraron la mano del viejo. El público miraba también y se arrimó a los jugadores, y entre el público había cuatro o cinco fulanas bastante potables. Unas profesionales.
El viejo borracho dio la vuelta a la carta:
—Diez de corazones —dijo, colocándola junto a las otras cartas.
—Ohhhh —se escuchó entre el público.
—Uhhhh.
—Ohhhh.
Nacho el bizco tampoco se contuvo:
—¡Sí! —gritó, cerrando un puño en señal de victoria.
—Color de corazones gana a trío de ases —dijo el crupier—. El señor gana. Jugador eliminado.
Mingos se terminó el whisky de un trago y, antes de levantarse, echó una rápida mirada al bizco, que se reía y recibía palmaditas en el hombro de compañeros y público. También de alguna fulana. Nacho el bizco y su veinte por ciento de probabilidades. Nacho el bizco, todo un campeón del póquer. Nacho el bizco, que con un ojo leía y con el otro repasaba. Nacho el bizco, que se follaría a todas aquellas preciosidades con su polla gigante.
Hubo aplausos cuando Mingos se levantó. Adiós a los diez mil euros de premio. Se largó y caminó diez calles hasta su miserable piso del centro.
Entró en casa.
—¿Has ganado? —le preguntó Laura.
—No.
—Vaya por dios.
—Ya.
Mingos hizo algo en el armario de la habitación y volvió a salir de un portazo escaleras abajo. Laura no tuvo tiempo de preguntarle.
Caminó otra vez las diez calles y estaba en la puerta del casino. Todavía estaba borracho y esperó allí fuera. Se fumó nueve cigarrillos y la mitad del décimo.
Salió por fin Nacho el bizco, abrazando por el hombro a una de las fulanas del público. Se vieron.
—Mingos... —dijo el bizco.
—Nacho... —dijo Mingos.
—Bien jugado.
—Lo mismo digo.
Mingos apartó su chaqueta y sacó un revólver del cinturón. Apuntó al bizco, disparó y le acertó en la pierna, en plena rótula. Mingos cayó al suelo, llevándose las manos a la rodilla chorreante de sangre y gritando como un loco. La chica gritó también y se agachó a socorrerle, y el portero gritó también y se agachó a socorrerle.
Mingos se mantuvo en el sitio unos segundos. Luego guardó el revólver en el cinturón, se colocó la chaqueta y se echó a andar diez calles hasta llegar a su piso. Entró.
—¿Dónde has estado? —preguntó Laura.
—Haciendo un recado.
—¿Quieres algo de cenar?
—Sí, por favor. Estoy hambriento.
Mingos se sentó a la mesa y esperó a que Laura le trajera la cena. Patatas fritas y bistec. No estaba mal para un perdedor. Comió, se desvistió, se lavó un poco, se metió en la cama y durmió.

2 comentarios:

  1. Mingos tuvo un "arrebato", pero después volvió a recuperar la sangre fría del jugador de póquer.
    Muchos saludos, Alex.

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  2. Sin dudas, un mal perdedor. Justificable (si se puede decir): la suma era enorme.
    ¡Saludos!

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