María
acababa de rechazarme. El día anterior le había mandado un mensaje invitándola
a tomar algo en la hora del café. Trabajábamos cerca y ya habíamos quedado dos
veces para lo mismo, además de otras citas en noches esporádicas, pero esta vez
no me contestó por mensaje, sino con un email de diez o doce líneas en el que
argumentaba, en un tono suave pero no escaso de firmeza y decisión, la absoluta
inconveniencia de volver a vernos, o al menos de volver a quedar. Dejaba la
puerta abierta a un encuentro casual o al intercambio periódico de emails para
saber del otro, pero lo de vernos a propósito se había acabado, y no era una
sugerencia sino toda una declaración unilateral. Sus palabras desprendían
firmeza.
Su línea
argumental se resumía en que, a la vista de los últimos acontecimientos, seguir
viéndonos sería contraproducente para los dos y especialmente dañino para mí,
ya que los sentimientos que percibía y que yo mismo había dejado caer que
empezaban a aflorar, no tenían correspondencia por su parte, en donde sólo
había una sincera amistad, y para nada deseaba alimentar falsas esperanzas que
acrecentasen mi dolor ante un futuro y, ¿por qué no decirlo?, seguro rechazo.
El problema
fue dejar que nos hiciésemos amigos. Yo enseguida sentí algo por ella y hubiera
sido mejor confesárselo desde un primer momento. En lugar de eso, fui sólo un
buen compañero, actuando sin querer al servicio de los nervios que me
atenazaban, incapaz de ser yo mismo y ofrecerle una personalidad por la que quizá
ella pudiese sentir algo similar.
En parte me
olía aquel email. Había visto últimamente el no en sus gestos y en sus palabras. Estaba incómoda. Además mi alma
es el alma de un perdedor y cuando razono un poco, descubro que las cosas que
quiero que me vayan bien, especialmente en asuntos amorosos, me irán todavía
peor que en el peor de los escenarios posibles. Y en el caso de María ese peor
escenario es que durante la última fase de nuestra relación, ella había
conocido por internet a un chico de otra ciudad que vendría a verla ese mismo
fin de semana. Lo supe porque compartíamos página de contactos y había visto
comentarios mutuos en el perfil del otro, y el chico ponía algo así como que
vendría a Coruña el fin de semana.
Total, que
estaba hundido otra vez. Yo, el perdedor, el triste, el desgraciado. De nuevo
en el pozo. La quinta, sexta o séptima vez en mi corta vida.
No lloré
después del email. Para eso estaban las horas antes de conciliar y el sueño y,
en general, cuando me encerraba en casa a darle vueltas a la cabeza.
Bajé al
paseo. Caminé unos metros pero no me sirvió de nada. Subí a la vía del tren.
Atravesé un pequeño túnel y seguí caminando. El nudo del estómago era
asfixiante y si me paraba a pensarlo no comprendía por qué no empezaba a
llorar. Me moría de celos. Alguien conseguiría lo que yo tanto deseaba. Aunque
ahora, en realidad, la odiaba. Odiaba a María por su rechazo. Por su falta de
compasión. Por querer al otro. Por su absoluta crueldad. Mi muerte sobre su
conciencia sería el castigo más justo que barajaba, pero no tuve cojones de
permanecer sobre las traviesas cuando escuché la bocina del tren y las
vibraciones sobre los raíles. No tuve cojones y nunca los tendría.
Salté a un
lado y vi el tren pasar. Después me subí otra vez a la vía y caminé uno o dos
kilómetros más. Caminaba con la cabeza gacha, levantando los ojos sólo de vez
en cuando. El mundo seguía girando. Nada parecía haber cambiado a pesar de mi
estado. No tenía otra opción que seguir allí dentro, girando yo también y
formando parte del paisaje. Algo fallaba. De verdad, algo tenía que fallar.
Y hasta hoy.
Algo tiene que fallar. Sin duda.
Realmente el pibe quedó mal, eh, ufff...
ResponderEliminarMuy buena semblanza de toda la situación pesadillesca que vive, Alex. Me gustó mucho.
Saludos.
Hay algo que encuentro en muchos de tus relatos y que realmente me gusta. Es esa capacidad de ponerte del lado de los perdedores, de los don nadie y de los que nunca llegarán a nada importante. Hay algo deprimente en esos relatos y que, al mismo tiempo, encuentro divertido. Lo que quiero decir es que tus personajes deberían inspirarme lástima, pero no lo hacen. Me despiertan simpatía. No sé si me explico.
ResponderEliminarComo siempre, genial.