15 nov 2015

Después del rechazo

María acababa de rechazarme. El día anterior le había mandado un mensaje invitándola a tomar algo en la hora del café. Trabajábamos cerca y ya habíamos quedado dos veces para lo mismo, además de otras citas en noches esporádicas, pero esta vez no me contestó por mensaje, sino con un email de diez o doce líneas en el que argumentaba, en un tono suave pero no escaso de firmeza y decisión, la absoluta inconveniencia de volver a vernos, o al menos de volver a quedar. Dejaba la puerta abierta a un encuentro casual o al intercambio periódico de emails para saber del otro, pero lo de vernos a propósito se había acabado, y no era una sugerencia sino toda una declaración unilateral. Sus palabras desprendían firmeza.
Su línea argumental se resumía en que, a la vista de los últimos acontecimientos, seguir viéndonos sería contraproducente para los dos y especialmente dañino para mí, ya que los sentimientos que percibía y que yo mismo había dejado caer que empezaban a aflorar, no tenían correspondencia por su parte, en donde sólo había una sincera amistad, y para nada deseaba alimentar falsas esperanzas que acrecentasen mi dolor ante un futuro y, ¿por qué no decirlo?, seguro rechazo.
El problema fue dejar que nos hiciésemos amigos. Yo enseguida sentí algo por ella y hubiera sido mejor confesárselo desde un primer momento. En lugar de eso, fui sólo un buen compañero, actuando sin querer al servicio de los nervios que me atenazaban, incapaz de ser yo mismo y ofrecerle una personalidad por la que quizá ella pudiese sentir algo similar.
En parte me olía aquel email. Había visto últimamente el no en sus gestos y en sus palabras. Estaba incómoda. Además mi alma es el alma de un perdedor y cuando razono un poco, descubro que las cosas que quiero que me vayan bien, especialmente en asuntos amorosos, me irán todavía peor que en el peor de los escenarios posibles. Y en el caso de María ese peor escenario es que durante la última fase de nuestra relación, ella había conocido por internet a un chico de otra ciudad que vendría a verla ese mismo fin de semana. Lo supe porque compartíamos página de contactos y había visto comentarios mutuos en el perfil del otro, y el chico ponía algo así como que vendría a Coruña el fin de semana.
Total, que estaba hundido otra vez. Yo, el perdedor, el triste, el desgraciado. De nuevo en el pozo. La quinta, sexta o séptima vez en mi corta vida.
No lloré después del email. Para eso estaban las horas antes de conciliar y el sueño y, en general, cuando me encerraba en casa a darle vueltas a la cabeza.
Bajé al paseo. Caminé unos metros pero no me sirvió de nada. Subí a la vía del tren. Atravesé un pequeño túnel y seguí caminando. El nudo del estómago era asfixiante y si me paraba a pensarlo no comprendía por qué no empezaba a llorar. Me moría de celos. Alguien conseguiría lo que yo tanto deseaba. Aunque ahora, en realidad, la odiaba. Odiaba a María por su rechazo. Por su falta de compasión. Por querer al otro. Por su absoluta crueldad. Mi muerte sobre su conciencia sería el castigo más justo que barajaba, pero no tuve cojones de permanecer sobre las traviesas cuando escuché la bocina del tren y las vibraciones sobre los raíles. No tuve cojones y nunca los tendría.
Salté a un lado y vi el tren pasar. Después me subí otra vez a la vía y caminé uno o dos kilómetros más. Caminaba con la cabeza gacha, levantando los ojos sólo de vez en cuando. El mundo seguía girando. Nada parecía haber cambiado a pesar de mi estado. No tenía otra opción que seguir allí dentro, girando yo también y formando parte del paisaje. Algo fallaba. De verdad, algo tenía que fallar.
Y hasta hoy. Algo tiene que fallar. Sin duda.

2 comentarios:

  1. Realmente el pibe quedó mal, eh, ufff...
    Muy buena semblanza de toda la situación pesadillesca que vive, Alex. Me gustó mucho.
    Saludos.

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  2. Hay algo que encuentro en muchos de tus relatos y que realmente me gusta. Es esa capacidad de ponerte del lado de los perdedores, de los don nadie y de los que nunca llegarán a nada importante. Hay algo deprimente en esos relatos y que, al mismo tiempo, encuentro divertido. Lo que quiero decir es que tus personajes deberían inspirarme lástima, pero no lo hacen. Me despiertan simpatía. No sé si me explico.
    Como siempre, genial.

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