10 nov 2015

Libertad

De repente no tenía trabajo. Supongo que ya no hacía falta allí. Pero de eso no voy a hablaros.
Estaba en la playa. Era un lunes por la tarde y el sol de otoño abrasaba. Me tiré en la toalla y dejé que el tiempo pasase. No tenía nada mejor que hacer: sólo tomar el sol y mirar alrededor. El dinero se agotaría pronto y entonces debía moverme, pero de momento era libre. La derrota me había brindado una inigualable sensación de paz y libertad.
Aquella chica estaba en topless, luciendo un cuerpo trabajado y hasta cierto punto intimidador. Estaba también sola y me pregunté si su historia sería parecida a la mía. Si sería libre como yo. Sus pechos eran enormes.
Encendí un cigarrillo y me lo fumé. Después encendí otro cigarrillo y me lo fumé también. La chica se levantó. Tenía un cigarrillo en la mano y se acercaba a mí. Estaba a mi lado, de pie, con todo aquel cuerpo impresionante. Me preguntó si le dejaba el mechero. Le dije que sí. Me incorporé y estuve sentado en la toalla mientras lo encendía entre las manos que tapaban la brisa. Terminó y me lo devolvió. Me dio las gracias y nos miramos. Ella sonrió.
Volvió a su sitio y yo la seguí con la mirada. El trasero no la desmerecía en absoluto. Era curioso pero... no estaba empalmado. Quizá era cosa de la libertad: puede que el hombre libre esté también libre de erecciones innecesarias. Dios sabría.
Las horas pasaron y ella se fue antes que yo. De pronto me encontraba otra vez sin nada que hacer. Ni siquiera me quedaban cigarrillos. Recogí mis cosas y, mientras dirigía mis pasos fuera de la arena, me pregunté qué otras maravillas le esperan a un hombre libre. Perdedor, pero libre.

1 comentario: